No estaba segura de si estaba relacionado con los poderes paranormales, pero parecía existir una relación entre ambas cosas. Era como si la fragmentación de la mente produjera una compensación de las aptitudes.
En opinión de Varanna, tal desintegración podía su – cederle a cualquiera, y muy bien pudiera haber otros casos similares entre los humanos o entre las otras especies humanoides de Athas, si bien jamás había oído hablar de ninguno. Claro está que, si nadie comprendía lo que era ni sabía de su existencia, podía muy bien pasar por demencia.
La mayoría de las personas, se dijo, sin duda lo considerarían locura, aunque no parecía conducir a alucinaciones o comportamiento irracional. No obstante, Sorak mostraba una inconsecuencia de comportamiento que podía parecer irracional porque no era la conducta del mismo individuo, sino la de diferentes individuos que compartían el mismo cuerpo, cada uno con voz y personalidad propias. Y, como Varanna no tardó en descubrir, con habilidades bien definidas.
La gran señora no estaba segura de cuántas personalidades había. Al principio, Sorak no había exhibido de forma manifiesta ninguna de sus otras personalidades, pero sí experimentó algún que otro lapso, períodos de tiempo que más tarde no podía justificar ni recordar. Era como si hubiera estado dormido, pero su comportamiento no parecía cambiar drásticamente durante esas fases. De todos modos, Varanna sabía que, durante aquellos lapsos, una de sus otras personalidades tomaba el control, y aprendió a estar atenta a los cambios de comportamiento que indicaban tales fases.
Las transformaciones eran a menudo sutiles, pero aun así perceptibles para cualquiera que conociera bien al joven. Era como si las otras entidades que habitaban en su mente intentaran prudentemente ocultar su aparición. Varanna se dedicó a observar los diferentes aspectos de Sorak, y no tardó en aprender a diferenciarlos.
El primero que conoció se hacía llamar «el Guardián», y, la primera vez que habló a sabiendas con él, Sorak tenía unos diez u once años.
En la educación del niño había aparecido una curiosa pauta, una pauta que exasperaba a sus instructoras. Sabían que el muchacho poseía aptitudes extraordinariamente poderosas, pero no parecía responder bien al adiestramiento paranormal. Se sentía frustrado con sus repetidos fracasos, pero a pesar de ello seguía intentándolo con tozudez. Sin embargo, y a pesar de sus esfuerzos, no conseguía realizar el más elemental de los ejercicios paranormales; se concentraba hasta que su rostro se tornaba rojo y el sudor le perlaba la frente, sin obtener el menor resultado. Luego, cuando estaba totalmente agotado y aparentemente sin energía para continuar, conseguía de improviso realizar el ejercicio, sin siquiera ser consciente de haberlo hecho. Sus instructoras no sabían cómo justificar esta peculiaridad, y Varanna decidió ocuparse de ello personalmente. Hizo llamar a Sorak y le pidió que realizara un simple ejercicio de telequinesia.
Colocó tres pelotas pequeñas sobre una mesa delante de él y le indicó que levantara todas las que pudiera con el poder de su mente. El muchacho se concentró con ardor, pero sin resultado. No pudo mover ni una sola. Finalmente, se dio por vencido y se cubrió el rostro con las manos.
– No sirve de nada -gimió desesperado-. No puedo hacerlo.
Las tres pelotas se alzaron de repente por los aires y empezaron a describir elegantes y complicados arabescos, como manipuladas por un malabarista invisible.
– Sí, Sorak, puedes hacerlo -dijo Varanna-. Mira.
Y, cuando él alzó los ojos, las tres bolas cayeron al suelo.
– ¿Lo ves? Lo hiciste -le confirmó la gran señora.
– Ha vuelto a pasar. -Sorak suspiró con frustración y añadió-: Cuando lo intento, no puedo hacerlo. Cuando dejo de intentarlo, lo consigo, ¡pero no sé cómo!
– A lo mejor es que lo intentas con demasiada intensidad -sugirió ella.
– Pero incluso cuando lo intento sólo un poco, sigo sin conseguirlo -repuso él exasperado-. Parece como si pasara porque sí.
– Sea como sea, eres tú quien lo consigue -replicó Varanna-. A lo mejor, en tu ansiedad, provocas un bloqueo de tus habilidades, y, cuando te das por vencido, el bloqueo desaparece y te permite realizar la tarea, aunque sólo sea por un instante. Si me dejaras sondear tus pensamientos, a lo mejor podría descubrir dónde está el problema.
– No tengo ningún inconveniente, señora -aseguró él-, pero una parte de mí parece reacia a permitirlo. No sé por qué.
Varanna sabía por qué; pero, hasta aquel momento, Sorak parecía ignorar su auténtica naturaleza, y ella no deseaba estimularlo hacia derroteros que aún no estaba preparado para explorar.
– Sabes que nada tienes que temer de mí, Sorak.
– Lo sé -respondió, frustrado-; no puedo comprender qué es. Cada vez que lo intentamos, estoy totalmente dispuesto a ello, y sin embargo alguna parte de mí parece ansiosa por impedirlo. Hago todo lo que puedo para ser receptivo, pero… -Su voz se apagó, y se limitó a encogerse de hombros impotente.
Varanna tuvo una intuición repentina.
– Probemos de la misma forma que con las pelotas. No intentes ser receptivo; limítate a dejarte llevar y relájate. Vacía tu mente.
– Muy bien.
Sorak se recostó ligeramente en el banco y, bajando la cabeza, vació los pulmones con un profundo suspiro. Pero, antes de que Varanna intentara siquiera iniciar su sondeo, el muchacho levantó bruscamente la cabeza y la miró desafiante.
– ¿Por qué os empeñáis en intentar invadir nuestros pensamientos? ¿Qué queréis de nosotros?
Varanna comprendió de improviso que no era Sorak quien hablaba. Al menos no el Sorak que había conocido hasta entonces. La voz era la misma, y sin embargo el tono era completamente distinto, más exigente, más maduro, más seguro de sí mismo. Incluso su porte había sufrido un sutil cambio; el lenguaje de su cuerpo, un lenguaje que a menudo hablaba con más elocuencia que las palabras, se había vuelto repentinamente defensivo.
– ¿Quién eres? -inquirió ella en voz baja, inclinándose ligeramente hacia adelante.
– Podéis llamarme el Guardián. Sé quién sois; sois la señora.
– Si sabes quién soy, entonces también sabrás que no tengo otra intención que ayudaros -respondió Varanna-. A todos vosotros -añadió.
– ¿Con esto? -dijo el Guardián mientras Sorak señalaba las pelotas del suelo extendiendo una mano. Éstas se elevaron súbitamente por los aires y se quedaron flotando allí.
– Con eso, y con otras cosas, también -replicó Varanna.
– El chico está hecho un lío -declaró el ente-. Por vuestra culpa se siente angustiado. Hacéis que crea que puede hacer eso, pero no puede; no tiene esa habilidad.
– Pero tú sí -asintió Varanna, comprendiendo de pronto-. Ahora me doy cuenta.
Las pelotas saltaron unas por encima de las otras en el aire durante un instante, luego rebotaron en el suelo.
– No acabo de comprender el porqué de todo esto. Carece de sentido y no sirve de nada.
– No carece de sentido, y sí que sirve para algo -replicó ella con firmeza-. Es un ejercicio destinado a agudizar las aptitudes telequinéticas.
– No me hacen falta esos ejercicios -repuso el Guardián con sequedad-. Sólo he cooperado para mitigar la frustración del niño, que vos y las otras provocáis.
Ninguna de las otras sacerdotisas habría osado hablar así a la gran señora, y Sorak desde luego jamás se habría dirigido a ella en un tono tan desafiante. Claro que, se dijo Varanna, éste no era Sorak. Pero, a pesar de que tenía un cierto conocimiento de lo que significaba ser una tribu de uno, no podía evitar tener que repetírselo continuamente. Este ser parecía mucho más maduro, pensó, más seguro de sí mismo, y desde luego mucho más combativo. De repente algo pareció iluminarse en su interior y comprendió que éste era precisamente su papel. El nombre por sí mismo ya debiera haberla alertado, y se castigó mentalmente por no haberlo comprendido enseguida, pero el sobresalto provocado por la aparición del Guardián la había desconcertado.