– ¿Diga? -Jenny Riley respondió al segundo tono. Jenny, una estudiante de una universidad de la zona, cuidaba a las gemelas mientras Nicole trabajaba.
– Hola, soy Nicole. Sólo quería saber qué tal iba todo. Saldré de trabajar dentro de poco… -miró el reloj y suspiró-, puede que en una hora. ¿Quieres que te lleve algo de camino a casa?
– ¿Qué tal uno o dos rayos de sol para Molly? -bromeó Jenny-. Ha estado de mal humor desde que se ha levantado de la siesta.
– ¿Sí? -Nicole sonrió al recostarse sobre su silla, que chirrió a modo de protesta. Molly, más precoz que su hermana gemela, siempre se levantaba de mal humor mientras que Mindy, la más tímida de las dos niñas, siempre sonreía, incluso cuando se la despertaba de la siesta.
– Es terrible.
– ¡No! -dijo una diminuta e impertinente voz.
– Claro que sí, pero te quiero de todos modos -dijo Jenny con una voz más suave al apartarse del teléfono.
– ¡Yo no soy terrible!
Sin dejar de sonreír, Nicole apoyó los pies sobre la mesa y suspiró. Las dificultades del día se desvanecían cuando pensaba en sus hijas, dos diablillos de cuatro años que le daban energía para seguir, que eran la razón por la que no se había vuelto loca después del divorcio.
– Diles que llevaré pizza si son buenas -oyó a Jenny darles el mensaje y la correspondiente muestra de alegría.
– Ahora se han puesto como locas -le aseguró la joven y Nicole rió justo cuando se oyó un fuerte golpe en la puerta y ésta se abrió bruscamente. Un hombre alto, que probablemente superaba el metro noventa, casi ocupaba todo el marco de la puerta. El corazón le dio un vuelco al reconocer a Thorne.
– ¿Doctora Stevenson? -preguntó, con gesto adusto antes de que sus ojos reflejaran que la había reconocido. Por unos segundos, Nicole pudo ver un cierto arrepentimiento surcándole la cara.
– Jenny, tengo que dejarte -dijo antes de colgar lentamente, ponerse derecha y bajar los pies al suelo.
– ¿Nikki? -dijo él con incredulidad.
Nicole se levantó, pero se quedó en su lado de la mesa; su escaso metro sesenta no podía equipararse a su altura.
– Ahora soy la doctora Stevenson.
– ¿Eres la doctora de Randi?
– Soy la doctora de urgencias que la ha atendido -¿por qué después de todo el tiempo que había pasado y del dolor, seguía sintiendo una ridícula sensación de decepción por el hecho de que él no la hubiera buscado en todos esos años desde la última vez que se habían visto? Era una estupidez. Una tontería. Más que una ingenuidad. Y no tenía ningún sentido, dadas las circunstancias; no cuando su hermana estaba luchando por su vida-. No soy su doctora. He ayudado a estabilizarla para que pudieran operarla, después el equipo al completo se ha puesto a trabajar, pero yo he parado para hablar con tus hermanos porque sabía que llevaban mucho tiempo esperando y los cirujanos aún no habían terminado.
– Entiendo -el hermoso rostro de Thorne había envejecido con los años. Ya no quedaba rastro de su juventud. Sus rasgos eran severos, muy acordes con su traje negro, su impoluta camisa blanca y su corbata: las señas de identidad del dueño de un pequeño imperio-. No lo sabía… no me esperaba encontrarte aquí.
– Imagino que no.
Sus ojos, de un profundo y turbulento gris, le dirigieron una mirada que, como ella bien sabía, solía ser sobrecogedora, pero que en aquel momento parecía de preocupación y cansancio.
– ¿Has visto a tus hermanos en la UCI? -le preguntó Nicole.
– He venido directamente aquí. Slade me ha llamado, me ha dicho que una tal doctora Stevenson estaba al mando, así que cuando he llegado al hospital, he preguntado por ti en Información -y como si hubiera leído la pregunta en sus ojos, añadió-: Quería saber a qué me enfrentaba antes de ver a Randi.
– Bien -le indicó que entrara en el despacho y que se sentara en la pequeña silla de plástico al otro lado del escritorio-. Siéntate. Te diré lo que sé y después puedes hablar con los otros médicos de Randi sobre su pronóstico -cuando alargó la mano hacia su bata, le dirigió una mirada famosa por lograr reducir hasta al más gallito de los internos. Quería que lo entendiera. Ya no era la niñita necesitada con la que había salido, a la que había seducido y dejado de lado-. Pero creo que deberíamos dejar algo claro. Como puedes ver, éste es mi despacho privado. Por lo general, la gente llama a la puerta y espera a que yo responda antes de entrar.
La mandíbula de Thorne se tensó.
– Tenía prisa. Pero… está bien. Lo recordaré la próxima vez.
«No, Thorne, no habrá una próxima vez».
– Vale.
– ¿Así que está en la UCI? -le preguntó.
– De momento está en reanimación -Nicole le contó por encima los detalles de la llegada de Randi al hospital, su estado y los procedimientos empleados. Thorne escuchaba con una expresión solemne y unos ojos grises que no se apartaron de su cara en ningún momento.
Cuando terminó, él le hizo unas preguntas rápidas, se soltó la corbata y dijo:
– Vamos.
– ¿A la UCI? ¿Los dos?
– Sí -él ya se había levantado.
Nicole se enfureció por un momento, estaba dispuesta a luchar hasta que vio una muestra de dolor en su mirada y una pizca de alguna otra emoción que se acercaba a la culpabilidad.
– Supongo que sí, que puedo acompañarte -accedió mirando al reloj. Iba retrasada, pero eso era algo habitual. Como lo era tratar con los familiares preocupados de un paciente-. Primero deja que me asegure de que ya ha salido de reanimación.
Hizo una breve llamada de teléfono, la informaron de que a Randi la habían trasladado y explicó que el hermano de la paciente y ella iban hacia allí. Durante el tiempo que duró la breve conversación, sintió el peso de la mirada de Thorne McCafferty sobre ella y se preguntó si él recordaría algo sobre la relación que había cambiado el curso de su vida… Probablemente no. Una vez que su impacto inicial por reconocerla se había pasado, volvía a ser el de siempre.
– Vale -dijo Nicole al colgar-. Matt y Slade ya han visto a Randi y a la enfermera de guardia no le ha hecho mucha gracia que haya una tercera visita, pero la he convencido.
– ¿Mis hermanos siguen aquí?
– No lo sé. Le han dicho a la enfermera que volverían, pero no le han dicho cuándo -se colocó la bata blanca y rodeó el escritorio. Él tuvo la caballerosidad de sujetarle la puerta y mientras recorrían los pasillos, se mantuvo a su paso, sus largas zancadas equivalían a dos de las de Nicole. Eso era un detalle que ella había olvidado, aunque lo cierto era que había intentado borrar todos los recuerdos que una vez había tenido de él.
Con treinta centímetros más que ella y una presencia intimidante y rotunda, Thorne caminaba con la misma actitud con la que se enfrentaba a la vida: con un propósito. Nicole se preguntó si alguna vez habría tenido un momento frívolo en su vida. Años antes, se había dado cuenta de que incluso esas horas robadas que había pasado con ella habían sido parte del plan que Thorne había tramado.
En el ascensor, Nicole esperó mientras una camilla que llevaba a una mujer mayor conectada a un goteo de suero salía al pasillo. Después, entró y las puertas se cerraron. Thorne y ella estaban solos. Por primera vez en años. Él, a su lado, estaba más tieso que el palo de una escoba y si se dio cuenta de la intimidad que aportaba el ascensor, no lo mostró. Rostro serio, hombros derechos y la mirada centrada en el panel que mostraba los números de los pisos.
Nicole no podía recordar haberse sentido nunca tan incómoda.
El ascensor se detuvo en seco y mientras caminaban por los pasillos enmoquetados, Thorne finalmente rompió el silencio.
– Por teléfono, Slade me dijo algo sobre que Randi podría no superarlo.
– Siempre existe esa posibilidad cuando hay lesiones tan graves como las que tiene tu hermana -habían llegado a las puertas de la Unidad de Cuidados Intensivos y ella, recordándose que tenía que comportarse como una profesional en todo momento, alzó la cabeza para mirarlo a esos ojos color acero-. Pero es joven y fuerte y está recibiendo el mejor cuidado que podemos darle, así que no hay necesidad de mostrar vuestras preocupaciones delante de vuestra hermana. Es cierto que está en coma, pero no sabemos lo que oye o siente.