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– ¿Y qué pasó con Jones?

– Llamó a Jones para que le informara sobre el valor del sello porque recordaba haberlo encontrado una vez en un congreso, o quizá porque la Biblioteca Pública le dio sus señas. Después de lo sucedido no podía llamar a Bailey. Pero Jones tuvo, por el periódico, noticia del sello perdido y adivinó que el buen doctor no le estaba haciendo una pregunta hipotética. Al principio planeó ayudar a Ranger a vender el sello, pero hubo dos cosas que le hicieron cambiar de parecer. En primer lugar, yo fui a verle por motivo de El Diablo de Jersey, cosa que lo atemorizó, y luego Corflu le aconsejó que contara todo a la Policía. Cuando le dijo a Ranger que iba a ir a la Policía, el doctor vio que sus cuarenta mil dólares se le escapaban de las manos. Al saber nosotros que Ranger estaba implicado en el asunto, de algún modo hubiéramos sospechado que el sello había ido a parar a su consultorio mediante mi brazo roto. Así que fue a la Universidad y mató a Dexter Jones.

– ¿Así de simple?

– Así de simple. Sin embargo, yo no comencé a sospechar de él hasta esta mañana en su consultorio. Me contó que había conocido a Jones muchos años atrás, y me lo describió. Dijo que Jones tenía una verruga en la nariz. Probablemente, en la oscuridad del parque de estacionamiento le pareciera eso; pero en realidad se trataba de una quemadura que se había hecho la misma mañana en que fui a visitarle. Por lo tanto me di cuenta de que Ranger le había conocido un poco antes de su muerte y que me estaba mintiendo por alguna razón. Luego recordé su seguridad, cuando aquella noche acertó con lo del robo en la casa de Bailey, y cómo se apresuró a poner fuera de mi vista la escayola una vez que me la hubo quitado. Corrí el riesgo y le pregunté si podía quedármela. En ese momento, perdió todo su aplomo y salió en busca de la pistola.

– Y todo por un simple sello de correos -reflexionó Fletcher-. Vaya, por lo menos el caso ha sido solucionado y a usted le han quitado la escayola del brazo, capitán.

Leopold estiró el brazo sobre el escritorio para tocarla.

– Sabes, creo que la echo de menos. Hubo momentos en los que me fue muy útil.

Edward D. Hoch

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