– Dime que no es cierto -gemí mientras me preguntaba en qué lío se había metido mi amiga-. ¿Y un policía la vio y la arrestó?
– No. Dos niños la vieron y avisaron a su madre…
– Dios…
– La madre le pidió que se subiera los pantalones, y Lily le dijo lo que podía hacer con su opinión. Entonces la mujer fue a buscar a un poli que había cerca.
– Basta, te lo ruego, basta.
– Todavía no te he contado lo mejor. Cuando la mujer y el poli llegaron, Lily y Chico del Aro Lingual se lo estaban montando en la calle, según ella con mucha pasión.
– ¿Me estás hablando de mi amiga Lily Goodwin? ¿Me estás diciendo que mi dulce y adorable amiga de octavo se dedica ahora a desnudarse y a montárselo por las esquinas? ¿Con tíos que llevan aros en la lengua?
– Andy, cálmate. Lily está bien, de veras. En realidad el policía la detuvo porque le hizo un gesto feo con el dedo cuando le preguntó si era cierto que se había bajado los pantalones…
– Dios mío, no puedo seguir escuchando. Esto debe de ser lo que se siente siendo madre.
– Pero la han soltado con una advertencia y va camino de su casa para descansar. Debía de estar muy borracha para atreverse a tratar de ese modo a un poli. No te preocupes. Cuando acabemos con la mudanza, iremos a verla si quieres.
Alex se dirigió al carro que mi padre había dejado en medio de la sala y procedió a descargar las cajas. Yo no podía esperar, tenía que saber cómo estaba Lily. Atendió la llamada al cuarto tono, justo antes de que saliera el buzón de voz, como si hubiera estado dudando si contestar.
– ¿Estás bien? -pregunté en cuanto oí su voz.
– Hola, Andy. Espero no haber fastidiado la mudanza. No me necesitas, ¿verdad? Lo siento mucho.
– Eso no me preocupa, me preocupas tú. ¿Estás bien? -Caí en la cuenta de que probablemente había pasado la noche en comisaría, dado que era por la mañana y acababan de soltarla-. ¿Has pasado la noche allí? ¿En la cárcel?
– Sí, supongo que así es, pero no ha estado tan mal, nada que ver con las películas. Dormí en un cuarto con otra chica inofensiva que estaba allí por algo igualmente estúpido. Los agentes se enrollaron bien. Nada de barrotes ni cosas así. -Lily soltó una risa forzada.
Procuré apartar de mi mente la imagen de la dulce y hippie Lily en una celda inundada de orina, acorralada por una lesbiana iracunda y posesiva.
– ¿Dónde estaba entretanto Chico del Aro Lingual? ¿Dejó que te pudrieras en la cárcel? -Antes de que Lily pudiera contestar, pensé: ¿Dónde estaba yo? ¿Por qué no me llamó?
– Se portó muy bien, se…
– Lily, ¿por qué…?
– … ofreció a quedarse conmigo e incluso llamó al abogado de sus padres.
– Lily. ¡Lily, para un momento! ¿Por qué no me llamaste? Sabes que habría ido corriendo y no me habría movido de allí hasta que te hubieran soltado. ¿Por qué? ¿Por qué no me llamaste?
– Andy, eso ya no importa. No fue tan horrible, te lo juro. No puedo creer que haya sido tan estúpida. Créeme, se acabaron esas curdas, no merecen la pena.
– ¿Por qué? ¿Por qué no me llamaste? Estuve en casa toda la noche, hubiera llegado en un santiamén.
– No importa, en serio. No llamé porque supuse que estabas trabajando o demasiado cansada y no quería molestarte. Y menos aún un viernes por la noche.
Traté de hacer memoria sobre lo que había hecho esa noche y lo único que recordaba con claridad fue ver Dirty dancing en TNT por sexagesimoctava vez. Y de todas las veces, esa fue la primera que me dormí antes de que Johnny anunciara que «no permitiré que nadie te arrincone, Baby» y la levantara literalmente del suelo, hasta que el doctor Houseman confiesa que sabe que Johnny no fue el que metió en un aprieto a Penny, le da una palmada en la espalda y besa a Baby, que acaba de reclamar el nombre de Frances. Yo veía esa escena como un factor determinante en mi identidad.
– ¿Trabajando? ¿Pensabas que estaba trabajando? ¿Y qué importa lo cansada que esté cuando tú necesitas ayuda? Lil, no lo entiendo.
– Andy, déjalo ya, ¿vale? Trabajas sin parar día y noche, y a veces hasta los fines de semana, y cuando no estás trabajando estás quejándote del trabajo. Y lo entiendo, porque sé que tu trabajo es muy duro y tu jefa una lunática, pero no iba a ser yo quien interrumpiera tu noche del viernes sabiendo que podías estar descansando o divirtiéndote con Alex. Él dice que apenas te ve y no quería robarle ese momento. Si te hubiera necesitado de verdad te habría llamado, y sé que habrías venido corriendo. Pero te juro que no fue tan desagradable. Por favor, ¿podemos dejarlo ya? Estoy agotada y necesito una ducha y una cama.
Mi estupor era tal que no me permitía hablar, pero Lily interpretó mi silencio como aceptación.
– ¿Sigues ahí? -preguntó después de que me pasara casi treinta segundos buscando las palabras adecuadas para disculparme, explicarme o lo que fuera-. Oye, acabo de llegar a casa. Necesito dormir. ¿Te importa si te llamo luego?
– Eh, no, claro -balbuceé-. Lil, lo siento muchísimo. Si alguna vez te he dado la impresión de que no puedes…
– Andy, basta. No pasa nada, todo va bien. Hablaremos más tarde.
– De acuerdo, que duermas bien. Llámame si puedo hacer algo…
– Descuida. Por cierto, ¿qué te parece el apartamento?
– Es estupendo, Lil, en serio. Has hecho un gran trabajo, es mejor de lo que había imaginado. Estaremos muy a gusto aquí.
Mi propia voz me sonó forzada y era evidente que estaba hablando por hablar, por retener a Lily en el teléfono para asegurarme de que nuestra amistad no había sufrido un revés inexplicable pero irreparable.
– Estupendo. Me alegro mucho de que te guste. Espero que a Chico del Aro Lingual también -bromeó, aunque su voz sonaba forzada.
Colgamos y me quedé en medio de la sala contemplando el teléfono hasta que mamá entró para anunciar que nos invitaba a comer a Alex y a mí.
– ¿Qué ocurre, Andy? ¿Y dónde está Lily? Suponía que necesitaría ayuda con sus cosas, pero tendré que irme a las tres. ¿Viene hacia aquí?
– Mmm, no, ayer se puso enferma. Llevaba varios días notándose rara. Probablemente haga el traslado mañana. Acabo de hablar con ella por teléfono.
– ¿Seguro que está bien? ¿Crees que deberíamos ir a verla? Esa chica siempre me ha dado mucha pena, sin unos padres de verdad, sin otra familia que esa excéntrica anciana que tiene por abuela. -Posó una mano en mi hombro, como si quisiera recalcar lo doloroso de la situación-. Es afortunada de tenerte como amiga. De no ser por ti, estaría sola en el mundo.
Mi voz quedó atrapada en la garganta, pero al cabo de unos segundos conseguí hablar.
– Supongo que tienes razón. Pero está bien, de veras. Solo necesita dormir. Vamos a comprar unos bocadillos, ¿de acuerdo? El portero dice que hay una charcutería muy buena a cuatro manzanas de aquí.
– Despacho de Miranda Priestly -dije con mi habitual tono de aburrimiento que esperaba transmitiera mi desdicha a quienquiera que se atrevía a interrumpir mi tiempo de correo electrónico.
– Hola, ¿eres Em-em-em-Emily? -tartamudeó una voz femenina al otro lado de la línea.
– No, soy Andrea, la nueva ayudante de Miranda.
– Ah, la nueva ayudante de Miranda -berreó la extraña voz-. ¡La chica más afortunada del m-m-m-mundo! ¿Qué te parece tu trabajo hasta ahora con la personificación del mal?
Mi atención se agudizó. Eso era nuevo. En los meses que llevaba trabajando en Runway no había conocido a una sola persona que hablara mal de Miranda con tanta audacia. ¿Lo decía en serio? ¿Era un trampa?
– Trabajar en Runway está siendo una experiencia inolvidable -me oí balbucear-. Es un trabajo por el que darían un ojo de la cara millones de chicas. -¿Era yo quien acababa de decir eso?