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Reflexioné sobre este último punto y decidí que Emily tenía algo de razón. Miranda era, según mi experiencia, una directora excelente. Ni una sola palabra de la revista se publicaba sin su aprobación, y no temía descartar algo o empezar de nuevo desde cero por mucho que eso fastidiara o indignara a los demás. Aunque los redactores de moda traían la ropa para los reportajes, era Miranda quien seleccionaba los conjuntos y qué modelo debía vestir cuál. Los redactores estaban presentes en los reportajes, pero en realidad se limitaban a seguir las instrucciones explícitas de Miranda. Ella tenía la última palabra y a menudo incluso la primera, sobre cada pulsera, bolso, zapato, prenda, peinado, texto, entrevista, escritor, foto, modelo, localización y fotógrafo que conformaban cada número, y eso la convertía, en mi opinión, en la principal razón del sorprendente éxito de la revista. Runway no sería Runway -de hecho, no sería nada- sin Miranda Priestly. Todo el mundo lo sabía, incluida yo. De lo que Miranda todavía no había conseguido convencerme era de que eso le diera derecho a tratar a la gente como lo hacía. ¿Por que se valoroba su habilidad para combinar un vestido de noche de Balmain con una chica oriental de largas piernas en una callejuela de San Sebastián hasta el punto de pasar por alto su conducta? Era algo que todavía no entendía, pero ¿qué sabía yo? Emily, sin duda, sí lo sabía.

– Emily, solo estoy diciendo que eres de gran ayuda para ella, que Miranda tiene suerte de contar con una persona tan trabajadora como tú, tan entregada. Solo quiero que comprendas que no es culpa tuya que Miranda esté insatisfecha con algo, porque ella es una persona insatisfecha de por sí. No puedes hacer más de lo que haces.

– Lo sé, de veras que lo sé, pero tú no aprecias su valía, Andy. Piénsalo bien. Miranda es una mujer muy competente, que ha tenido que sacrificar muchas cosas para llegar donde está, pero eso mismo les ocurre a las personas que triunfan en cualquier ámbito empresarial. ¿Qué directivo, socio o director de cine no tiene que mostrarse duro algunas veces? Es parte del trabajo.

Sabía que no íbamos a ponernos de acuerdo. Era evidente que Emily estaba totalmente entregada a Miranda y a Runway, pero no alcanzaba a comprender por qué. No es que fuera diferente de los demás ayudantes personales, ayudantes de redacción, redactores adjuntos, jefes de redacción y directores de las revistas de moda. Pero no entendía por qué. Según había visto hasta entonces, cada uno de ellos era humillado y degradado por su superior inmediato, únicamente para luego darse la vuelta y hacer lo mismo con sus subalternos en cuanto eran ascendidos. ¿Y todo eso para poder decir, al final de la larga y agotadora promoción, que habían podido sentarse en la primera fila del desfile de alta costura de Yves Saint-Laurent y agenciarse algunos bolsos Prada?

Hora de hacer las paces.

– Lo sé -repuse con un suspiro cediendo a su insistencia-. Solo espero que comprendas que eres tú quien le está haciendo un favor al aguantarla, no al revés.

Esperé un contraataque, pero en lugar de eso Emily sonrió.

– ¿Verdad que me has oído decirle unas cien veces que la peluquería y el maquillaje del jueves están confirmados?

Asentí con la cabeza.

– Pues es mentira. ¡No he llamado a nadie ni he confirmado nada! -Esto último lo dijo casi cantando.

– ¡Emily! ¿Hablas en serio! ¿Y qué piensas hacer ahora? Le juraste que lo habías confirmado personalmente.

Por primera vez desde mi incorporación a la revista quise abrazar a esa muchacha.

– Andy, hija, ¿crees que alguien en su sano juicio rechazaría la oferta de peinar y maquillar a Miranda? Eso supone un impulso impresionante en la carrera de cualquiera. Sería una locura rechazar algo así. Estoy segura de que el tipo tenía previsto aceptar desde el principio, pero primero debía reorganizar sus planes de viaje. No tengo que confirmar nada porque estoy segura de que lo hará. ¿Cómo no iba a hacerlo? ¡Estamos hablando de Miranda Priestly!

Ahora era yo la que tenía ganas de llorar, pero en lugar de eso pregunté:

– ¿Y qué necesito saber para contratar a la nueva niñera? Debería ponerme a buscar ya.

– Sí -convino Emily, que aún no daba crédito a su astucia-. Me parece una buena idea.

La primera chica que entrevisté para el puesto de niñera estaba conmocionada.

– ¡Dios mío! -aulló cuando le pregunté por teléfono si podía venir a la oficina-. ¡Dios mío! ¿Va en serio? ¡Dios mío!

– ¿Eso es un sí o un no?

– Dios, es un sí. ¡Sí, sí, sí! ¿A Runway? ¡Dios mío! Mis amigas no se lo van a creer. Se quedarán de piedra, de piedra. Solo tienes que decirme dónde y cuándo.

– ¿Te ha quedado claro que Miranda está de viaje y la entrevista no será con ella?

– Sí, totalmente.-¿Y que el puesto que se ofrece es el de niñera de las dos hijas de Miranda? ¿Que no tiene nada que ver con Runway?

La chica suspiró, resignada a ese triste y desafortunado hecho.

– Sí, claro, el puesto de niñera, lo he pillado.

El caso es que no lo había pillado, pues, aunque cumplía los requisitos (alta, impecablemente peinada, bien vestida y muy desnutrida), no paraba de hacer preguntas sobre qué partes del trabajo la obligarían a estar en la oficina.

Le lancé una mirada fulminante que no captó.

– Ninguna. Ya hablamos de eso, ¿lo recuerdas? Estoy haciendo una selección preliminar y el hecho de que sea en la oficina es secundario. Las gemelas de Miranda no viven aquí, ¿entiendes?

– Claro, claro -contestó, pero yo ya la había descartado.

Las tres siguientes no fueron mucho mejores. Todas encajaban en el perfil físico que exigía Miranda -no había duda de que la agencia sabía lo que quería-, pero ninguna poseía lo que yo buscaría en una niñera que tuviera que cuidar de mi futuro sobrino o sobrina, criterio que había establecido para el proceso de selección. Una tenía un máster de Columbia en desarrollo infantil, pero su mirada se apagó cuando le describí los detalles que diferenciaban ese trabajo de los que había desempeñado hasta entonces. Otra había salido con un jugador famoso de la NBA, lo cual, en su opinión, le había ayudado «a hacerse una idea de qué representa la fama». No obstante, cuando le pregunté si había trabajado alguna vez con hijos de gente famosa, arrugó instintivamente la nariz y me informó de que «los hijos de la gente famosa siempre tienen graves problemas». Fuera. La tercera y más prometedora se había criado en Manhattan, acababa de licenciarse por Middle-bury y quería trabajar un año de niñera para ahorrar dinero y viajar a París. Cuando le pregunté si eso significaba que hablaba francés, asintió con la cabeza. El problema estribaba en que era urbana hasta la médula y, por lo tanto, carecía de carnet de conducir. ¿Estaba dispuesta a sacárselo?, le pregunté. No, respondió, en su opinión las calles no necesitaban otro coche que las atascara. Fuera. Pasé el resto del día buscando la forma de explicar a Miranda que si una chica es atractiva, tiene un cuerpo atlético, se siente a gusto entre la gente famosa, vive en Manhattan, tiene permiso de conducir, sabe nadar, posee un diploma, habla francés y es totalmente flexible con su horario, lo más probable es que no quiera trabajar de niñera.

Debió de leerme el pensamiento, porque el teléfono sonó justo en ese instante. Hice algunos cálculos y deduje que Miranda acababa de aterrizar en De Gaulle. Una rápida ojeada al minucioso itinerario elaborado por Emily con tanto esmero me indicó que ahora debía de encontrarse en el coche camino del Ritz.

– Miranda Pri…

– ¡Emily! -aulló. Decidí que no era el momento de corregirla-. ¡Emily! El chófer no me ha dado mi móvil habitual y, por lo tanto, no tengo ningún número de teléfono. Esto es inaceptable. Totalmente inaceptable. ¿Cómo voy a dirigir una empresa sin números de teléfono? Ponme enseguida con el señor Lagerfeld.