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Dicho eso, la agarré del brazo, esta vez con más fuerza, y tiré de ella. Basta de tonterías, necesitaba a mi amiga.

Una vez instaladas en el sofá, y tras comprobar que Christian seguía reclamando la atención del camarero (un hetero, podría tirarse ahí toda la noche), respiré hondo.

– Christian me ha besado.

– ¿Y qué hay de malo? ¿Besa mal? Es eso, ¿verdad? La forma más rápida de perder puntos.

– ¡Lily! Bien o mal, ¿qué importa?

Enarcó las cejas y abrió la boca para hablar, pero me adelanté.

– En realidad no ha sido para tanto, porque me besó en el cuello, pero el problema no es cómo lo hizo, sino que lo haya hecho. ¿Qué pasa con Alex? Yo no suelo ir por ahí besando a otros tíos, ¿sabes?

– Vaya por Dios -murmuró Lily entre dientes-. Andy, déjate de estupideces. Quieres a Alex y Alex te quiere, pero no pasa nada porque te apetezca besar a otro tío de vez en cuando. Tienes veintitrés años, maldita sea, relájate un poco.

– Pero yo no le besé… ¡él me besó a mí!

– En primer lugar, dejemos clara una cosa. ¿Recuerdas cuando Monica se inclinó sobre Bill y todo el país y nuestros padres y Ken Starr se apresuraron a llamar a eso sexo? Eso no era sexo, del mismo modo que el hecho de que un tío que probablemente quería besarte la mejilla te besara el cuello no significa «besar a alguien».

– Pero…

– Cierra el pico y déjame terminar. Lo importante no es tanto lo que ocurrió como el hecho de que tú querías que ocurriera. Reconócelo, Andy. Querías besar a Christian independientemente de que eso estuviera «mal» o fuera «incorrecto». Y si no lo reconoces, significa que mientes.

– Lily, en serio, no me parece justo que…

– Hace nueve años que te conozco, Andy. ¿Crees que no puedo leer en tu cara que te gusta ese tipo? Sabes que no debería gustarte, porque él no se comporta como es debido, ¿verdad? Pero es justamente eso lo que te atrae de él. Sigue tu instinto y disfruta. Si Alex es bueno para ti, siempre lo será. Y ahora tendrás que disculparme, porque he encontrado a alguien que es bueno para mí… en este momento.

Lily saltó del sofá y regresó junto a William, que se alegró mucho de volver a verla.

Me sentía cohibida sentada sola en el enorme sofá de terciopelo y busqué a Christian con la mirada, pero ya no estaba en la barra. Todo se aclararía si dejaba de preocuparme, me dije. Tal vez Lily estaba en lo cierto y Christian me gustaba. ¿Qué tenía eso de malo? Era inteligente y guapísimo, y esa actitud de hacerse cargo de todo resultaba muy sexy. Salir con alguien sexy no era exactamente ser infiel. Estoy segura de que a lo largo de los años Alex se ha encontrado en más de una ocasión trabajando, estudiando o hablando con una chica atractiva y ha tenido fantasías. ¿Le convertía eso en infiel? Por supuesto que no. Con renovada confianza (y deseando desesperadamente volver a ver, oír o tener cerca a Christian), empecé a pasearme por el bar.

Lo encontré apoyado sobre su mano derecha, enfrascado en una conversación con un hombre de cuarenta y tantos años que vestía un traje de tres piezas. Christian agitaba las manos y gesticulaba enérgicamente con una expresión en la cara de regocijo e irritación al mismo tiempo. El hombre de pelo canoso le miraba fijamente. Todavía me hallaba demasiado lejos para oír de qué hablaban, pero debía de estar observándoles de hito en hito, porque los ojos del hombre se detuvieron en mí y me sonrieron. Christian le siguió la mirada y me vio.

– Andy, querida -dijo con un tono muy diferente del que había empleado hacía unos minutos, pasando de seductor a ami-go-de-tu-padre con suma suavidad-. Acércate, quiero que conozcas a un amigo. Gabriel Brooks, mi agente, administrador y un verdadero héroe. Gabriel, te presento a Andrea Sachs. Actualmente trabaja en la revista Runway.

– Me alegro de conocerte, Andrea -me saludó Gabriel tendiendo una mano y tomando la mía con esa irritante delicadeza de no-te-aprieto-la-mano-como-se-la-apretaría-a-un-hombre-porque-seguro-que-te-partiría-tus-femeninos-dedos-. Christian me ha hablado mucho de ti.

– ¿De veras? -repuse apretando su mano con fuerza, lo que hizo que él aflojara aún más la presión-. Espero que bien.

– Por supuesto. Dice que eres una escritora en ciernes, como nuestro amigo.

Me sorprendió que Christian le hubiera hablado de mí, pues nuestras conversaciones habían sido fugaces.

– Pues, sí, me gusta escribir, y puede que algún día…

– Si eres la mitad de buena que algunas de las personas que me ha enviado Christian, estoy impaciente por conocer tu trabajo. -Rebuscó en un bolsillo interior y extrajo una tarjeta de un estuche de piel-. Sé que todavía no estás preparada pero, cuando decidas enseñar tu trabajo a alguien, espero que me tengas en cuenta.

Necesité hasta el último ápice de fuerza de voluntad para no desplomarme, para asegurarme de que mi boca no se abría y de que las rodillas no me fallaban. ¿Espero que me tengas en cuenta? El hombre que representaba a Christian Collinsworth, joven genio literario, acababa de pedirme que lo tuviera en cuenta. Eso era una locura.

– Vaya, gracias -farfullé, y me guardé la tarjeta en el bolso, sabedora de que examinaría cada centímetro de la misma a la primera oportunidad.

Me sonrieron y tardé un minuto en darme cuenta de que era la señal para que me marchara.

– Bueno, señor Brooks, quiero decir Gabriel, ha sido un placer conocerle. Ahora tengo que irme, pero espero que volvamos a vernos.

– El placer ha sido mío, Andrea. Felicidades de nuevo por conseguir un empleo tan fantástico. Recién salida del college y ya trabajas para Runway. Impresionante.

– Te acompaño hasta la salida -me dijo Christian posando una mano en mi codo, e indicó a Gabriel que no tardaría.

Nos detuvimos en la barra para decir a Lily que me iba a casa. Ella me informó innecesariamente -entre los besuqueos de William- de que se quedaba. Al pie de la escalera que debía devolverme a la calle Christian me besó en la mejilla.

– Me alegro de haberte encontrado esta noche y presiento que ahora tendré que escuchar a Gabriel decir lo estupenda que eres. -Sonrió.

– Apenas hemos cruzado dos palabras -observé, y me pregunté por qué todo el mundo se mostraba tan halagador.

– Lo sé, Andy, pero no pareces darte cuenta de que el mundo literario es muy pequeño. Todos se conocen, tanto si escribes novelas de misterio como guiones o artículos de periódico. Gabriel no necesita saber mucho de ti para saber que tienes posibilidades. Fuiste lo bastante buena para conseguir un trabajo en Runway, pareces lista y elocuente, y encima eres mi amiga. No tiene nada que perder dándote su tarjeta. ¿Quién sabe? Quizá haya descubierto a la próxima escritora de éxito. Y créeme, es bueno tener como conocido a Gabriel Brooks.

– Supongo que tienes razón. En fin, debo irme porque entro a trabajar dentro de unas horas. Gracias por todo, de veras.

Me estiré para darle un beso en la mejilla, medio esperando que volviera la cara hacia mí, y medio deseándolo, pero se limitó a sonreír.

– Ha sido un placer, Andrea Sachs. Buenas noches.

Sin darme tiempo a idear algo remotamente ingenioso, regresó junto a Gabriel.

Puse los ojos en blanco y salí a la calle para coger un taxi. Había empezado a llover -no una lluvia torrencial, apenas cuatro gotas-, así que no había un solo taxi en todo Manhattan. Llamé al servicio de coches de Elias-Clark, les di mi número VIP y a los seis minutos exactos tenía un automóvil en la puerta. Alex me había dejado un mensaje para preguntarme cómo me había ido el día y para decirme que estaría en casa toda la noche preparando sus clases. Hacía demasiado tiempo que no le daba una sorpresa. Había llegado la hora de hacer un pequeño esfuerzo y ser espontánea. El chófer aceptó aguardar el tiempo que hiciera falta, así que subí a casa, me duché, me entretuve arreglándome el pelo y eché en una bolsa las cosas que necesitaría al día siguiente. Como ya eran más de las once, el tráfico era fluido y llegamos al apartamento de Alex en menos de quince minutos. Cuando abrí la puerta, se mostró muy contento y no paró de repetir que no podía creer que hubiese ido hasta Brooklyn a esas horas teniendo que trabajar al día siguiente y que era la mejor sorpresa que podía imaginar. Mientras yo descansaba con la cabeza apoyada sobre mi lugar favorito de su pecho, viendo a Conan O'Brian y oyendo el ritmo de su respiración en tanto que él jugaba con mi pelo, apenas me acordé de Christian.