Выбрать главу

Un instante después, lamentó su decisión. Una manada de animales que parecían desde lejos hipopótamos surgió de la vegetación de la orilla y se lanzó al agua. Bufando y resoplando, comenzaron a cabriolear en el agua, acercándose a las balsas, aunque al parecer sin proponérselo.

A unos diez metros de distancia, pudieron comprobar que se trataba de roedores gigantes que se habían adaptado, al parecer, a la vida acuática. Tenían los ojos y las narices en la parte superior de la cabeza y una especie de lengüetas de piel por orejas. Habían perdido todo su pelo salvo una pequeña mata como la cola de un caballo que brotaba en la parte posterior de sus grandes cuellos.

En ese instante, en fila como si se tratase de una película de la selva, aparecieron en el lago tres grandes canoas. Dos venían por detrás de ellos y la otra por lo que constituía la salida del lago. Eran todas de madera pintada con cabezas de serpiente proyectándose de la proa y había en cada una de ellas diecinueve hombres leopardo, dieciocho remeros y un capitán al timón.

Unos segundos después, Ulises vio que varias inmensas criaturas brotaban de entre las plantas de la orilla y se lanzaban al agua. Parecían cocodrilos sin patas y de hocico corto.

Ulises abrió un saco de cuero impermeable en el suelo de su balsa y sacó una bomba. Piaumiwu, un guerrero que tenía la obligación de mantener un puro encendido en la boca constantemente, salvo cuando había fuego a mano, le alargó el puro. Ulises dio un par de chupadas hasta que estuvo bien encendido y luego lo acercó a la mecha. Esta chisporroteó y luego comenzó a lanzar un humo espeso y negro que el viento llevó hacia las dos canoas perseguidoras. La sostuvo hasta que la mecha estuvo a puntó, de desaparecer, y la tiró entonces en medio de las ratas acuáticas.

La bomba estalló unos instantes antes de llegar al agua. Los animales se sumergieron, y la mayoría de ellos no volvieron a salir a la superficie inmediatamente, pero uno surgió exactamente al otro lado de la balsa donde iba Ulises. Su cuerpo, brotando del lago, bañó de agua los tobillos de los que iban en la balsa. El animal bufó y volvió a hundirse y esta vez se alzó por debajo de la última balsa, que se inclinó peligrosamente. Gritando, unos cuantos wuagarondites cayeron al agua, y con ellos algunos sacos de suministros y de bombas. Luego el animal se hundió una vez más, y la segunda bomba de Ulises estalló en el aire cuando surgía de nuevo.

Los hombres leopardo habían cesado en sus gritos al oír la primera bomba. Dejaron también de remar y no volvieron a hacerlo inmediatamente, aunque sus jefes les gritaban órdenes. Por entonces, Awina había pasado varias bombas más, y los mejores lanzadores las habían encendido. Las tiraron todas al mismo tiempo, y una de ellas cayó junto a tres grandes ratas. Tres cayeron cerca de las dos canoas de guerra, y aunque la metralla no alcanzó a los jrauszmiddumes, las explosiones les asustaron. Comenzaron a cambiar de rumbo, intentando probablemente ponerse fuera del alcance de las bombas, pero esperando estar lo bastante cerca para arrojar sus lanzas.

Entonces entraron en acción los arqueros, y varios remeros enemigos y uno de los jefes cayeron atravesados por las flechas. Al mismo tiempo cayeron tres arqueros, atravesados por lanzas arrojadas desde la orilla.

Y una rata gigante surgió del agua como catapultada, aferró un lateral de una canoa de guerra con sus dos inmensas garras delanteras y la volcó. Todos sus ocupantes cayeron al agua entre gritos.

Había furiosos chapoteos en el lago. Ulises vio a uno de aquellos cocodrilos sin extremidades dando vueltas y vueltas con la pierna de un hombre leopardo entre sus cortas mandíbulas. Los reptiles estaban también entre sus propios hombres, los que habían caído al agua cuando la rata gigante había hecho inclinarse la balsa.

Pasaban tantas cosas al mismo tiempo que Ulises no podía hacerse cargo de todo. Se concentró en la orilla, donde el peligro era mayor. Los hombres leopardo que estaban allí emboscados sólo se dejaban ver de vez en cuando entre la vegetación cuando arrojaban sus lanzas. Ulises ordenó a los arqueros que disparasen contra la espesura de la orilla. Luego hizo una seña a los jefes de las tras balsas y les dijo también que dispararan contra la espesura de la orilla. Estos transmitieron las órdenes una vez recogidos los hombres que aún seguían en el agua.

La tercera canoa de guerra, la que llegaba de la salida del lago, iba al mando de un jefe valiente hasta la locura. Se mantenía de pie en la proa de la canoa, agitando su lanza y animando a los remeros para que remasen más deprisa. Evidentemente quería partir la primera balsa o lanzar la canoa sobre ella para un abordaje.

Los arqueros wufeas le atravesaron un muslo con una flecha, y otras seis flechas atravesaron a otros tantos remeros de su canoa. Pero él se arrodilló detrás del mascarón y gritó a sus hombres que siguiesen. La canoa continuó, un poco más despacio pero aún lo bastante deprisa para los propósitos de Ulises. Este prendió otra bomba y la tiró en el momento en que unos cuantos remeros abandonaban sus remos y se ponían de pie para arrojar sus lanzas. La canoa avanzaba dispuesta a chocar con la balsa. Al parecer nada podía detenerla.

La bomba de Ulises destrozó la parte delantera de la canoa y con ella al jefe. El agua penetró en la embarcación, que desapareció casi al lado de la balsa.

La bomba había estallado tan cerca que ensordeció y cegó a todos los de la balsa. Pero Ulises pudo ver lo que había sucedido un momento después. La mayor parte de los tripulantes de la hundida embarcación flotaban conmocionados o muertos en el agua, hasta que empezaron a hundirse arrastrados por los cocodrilos.

Los hombres leopardo de la orilla continuaban lanzando sus jabalinas. Ulises prendió otra bomba y la tiró. Cayó en el agua, explotando un momento después de tocarla. Cayó sobre la orilla una gran oleada, pero no podía hacer ningún daño al enemigo. Sin embargo debió de ser suficiente para asustar a los lanceros, porque dejaron de actuar. Ulises ordenó a sus remeros que condujesen las balsas hacia la orilla. Permanecer en el lago era demasiado peligroso. El agua estaba llena de cocodrilos sin patas; no sabia de dónde habían surgido tantos. Y las ratas gigantes atacaban a los hombres que estaban en el agua.

Las otras dos canoas, llenas de hombres leopardo muertos o agonizantes, quedaron a la deriva. Las flechas habían resultado mortíferas. Era un tributo al valor de su gente, y también a su disciplina, el que hubiesen conseguido aquella victoria.

Pasaron entonces a centrar su atención en la espesura de la orilla, y los gritos que oyeron les indicaron blancos alcanzados aunque invisibles. Cuando las balsas tocaron la orilla, Ulises y sus hombres saltaron de ellas, con sus sacos y aljabas, y penetraron unos cuantos metros en la selva. Allí se detuvieron para reorganizarse.

Ulises envió a algunos hombres otra vez a las balsas con orden de descender con ellas bordeando la orilla hasta que llegasen al final del lago. Contó a sus hombres. Habían muerto veinte. Quedaban un centenar, de los que había diez heridos. Y el viaje no había hecho más que empezar.

Continuaron siguiendo la orilla sin sufrir más bajas. Al final del lago se encontraron con las balsas y subieron a ellas reanudando su viaje río abajo. El canal se estrechaba a partir de allí y aumentaba la velocidad de la corriente. Al cabo de un rato se encontraron en un declive mucho más acusado de la rama, porque avanzaban a unos veinticinco kilómetros por hora.

Ulises preguntó a Ghlij si era seguro continuar en las balsas. Ghlij le aseguró que aún era seguro durante otros quince kilómetros. Luego debían desembarcar porque había cataratas durante otros cinco kilómetros.