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Por otra parte, pensaba, ¿por qué debería hacerlo? Ella había sido su principal ayudante desde el primer día, le había enseñado su primer idioma (en cierto modo le había enseñado a hablar), le había prestado numerosos servicios, siendo uno de los más importantes el apoyo moral. Y era muy atractiva, en un sentido físico. Llevaba tanto tiempo sin ver un ser humano, que se había acostumbrado a los no humanos. Awina era una hembra muy bella (casi pensó mujer)

Sin embargo, aunque sentía a menudo mucho cariño hacia ella, a veces le repugnaba. Esto ocurría cuando se le aproximaba demasiado físicamente. El se apartaba, y ella le miraba con una expresión inescrutable. ¿Sabía lo que pensaba él? ¿Interpretaba correctamente su reacción?

Ulises esperaba que no fuese así, porque en tal caso, ella era lo bastante inteligente y sensible para saber que la evitación del contacto físico era una defensa por parte de él. Y ella sabría, como sabía él, por qué él tenía necesidad de defenderse.

– ¡Vamos! -gritó a Wulka y a los otros jefes-. ¡Seguidme fuera del Árbol! ¡Pronto estaremos sobre terreno sólido y seco!

El descenso transcurrió sin novedad, aunque Ulises tuvo que reprimirse para no correr. La inmensa masa gris oscura del Árbol parecía aún más amenazadora, ahora que estaba a punto de librarse de él, que cuando había estado dentro. Pero nada sucedía. No surgieron ni gigantes ni hombres leopardo del Árbol para un ataque final.

Sin embargo, una vez que estuvieran en la llanura, serían fácilmente localizados por los hombres murciélago. Sería mejor permanecer a la sombra del Árbol hasta que cayese la noche y salir entonces.

Afortunadamente, el terreno que había en la base del gran Árbol en aquella zona no era tan pantanoso. En cuanto se separaron de la rama por la que descendía el río, encontraron terreno seco. Hicieron su campamento en el lado norte de una rama que se clavaba en la tierra en un ángulo de cuarenta y cinco grados. Ulises estudió la llanura, cubierta de una hierba muy alta de un color parduzco, salpicada de árboles parecidos a la acacia. Había grandes rebaños de comedores de hierba y hojas por allí: caballos, antílopes, búfalos, aquel otro animal parecido a la jirafa que según su opinión debía proceder del caballo, el animal parecido al elefante que podría haber evolucionado del tapir, el conejo gigante de grandes patas, y el jabalí azul de largas zancas y curvados colmillos. Había también predadores, el correcaminos de cuatro metros de altura, el felino parecido a la pantera y arrogantes leones de pelo como de puercoespín.

Aquella noche, el grupo se apartó del Árbol. No llegaron muy lejos porque dedicaron mucho tiempo a cazar. Al amanecer hicieron pequeñas hogueras dentro de un bosquecillo de acacias y asaron la carne. Luego durmieron a la sombra de los árboles, dejando una guardia.

Al tercer día, llegaron a la cadena montañosa. No hubo siquiera que amenazar a Ghlij con torturarle. Aportó voluntariamente información sobre un paso, y marcharon así a lo largo de las montañas durante dos días hasta que lo hallaron. Tardaron otros dos en cruzar las montanas. De pronto, al anochecer, doblaron unas lomas y allí, centelleando a lo lejos, estaba el mar.

Luego se ocultó el sol y se oscureció el cielo. Ulises se sentía feliz sin saber por qué. Quizás era porque la montaña bloqueaba la visión del Árbol y la noche le impedía ver lo que pudiese recordarle que no estaba en su propia época, en la Tierra en que había nacido. No había duda de que las estrellas formaban constelaciones extrañas, pero podía pasarlo por alto. Luego, no pudo pasar por alto la luna. Era demasiado grande y demasiado verdosa y azulada y con motas blancas.

Se levantaron al amanecer, desayunaron, y luego comenzaron a descender por la ladera de la montaña. Al anochecer habían llegado al pie y a la mañana siguiente avanzaron a través de un territorio relativamente llano hacia el mar. Al principio había espesos bosques, pero, al segundo día, llegaron a una zona de muchos campos abiertos, casas, pajares y setos.

Las casas eran edificios cuadrados, a veces de dos plantas, normalmente de troncos, pero en ocasiones de bloques de granito, toscamente cortado, unidos con mortero. Los pajares eran en parte de piedra y en parte de madera. Ulises investigó varios de ellos y los encontró todos vacíos, sólo ocupados por animales salvajes. Estaban llenos de imágenes de madera y de piedra y algunos cuadros, todos primitivos, pero había suficientes figuras humanas para asegurarle que los artistas habían sido hombres.

Pensó: habían sido, porque no había signo alguno de cuerpo humano, vivo o muerto.

A veces, pasaban ante una casa o un pajar que habían sido quemados. No podía determinar si esto se debía a accidente o a guerra.

Los animales que habían habitado aquellas cuadras que no estaban quemadas y los habitantes de las casas habían huido o muerto.

No se veía por ninguna parte ni siquiera un hueso humano.

– ¿Qué ha pasado aquí? -preguntó a Ghlij. Ghlij alzó los ojos hacia él, encogió sus huesudos hombros y extendió sus alas lo más lejos que la atadura le permitía.

– ¡No sé, Señor! La última vez que estuve aquí, hace seis años, vivían en la región los vroomaws. Aparte de incursiones ocasionales de los vignoom y los neshgais, llevaban una vida pacífica. Quizás descubramos lo que pasó aquí cuando lleguemos al pueblo principal. Si se me permitiese volar delante, podría saberse enseguida…

Ladeó la cabeza y sonrió compungido. No podía, claro está, proponer aquello en serio, y Ulises ni siquiera le hizo caso. Pasaban entonces delante del primer cementerio, y Ulises mandó a la columna que se detuviese. Recorrió el camposanto, examinando las tumbas. Tenían éstas unas gruesas estacas talladas de madera rojiza y dura con los cráneos de varias aves y animales en la punta. No había otro medio de identificación en las tumbas, y Ghlij y Jyuks no sabían lo que querían decir aquellos cráneos.

La columna reanudó la marcha siguiendo el estrecho y sucio camino. Los caseríos se hicieron más numerosos, pero todos estaban desiertos.

– A juzgar por el estado de los edificios y la vegetación que ha crecido a su alrededor, diría que fueron abandonados hacedor lo menos un año -dijo Ulises-. Puede que dos.

Ghlij le dijo que los vroomaws eran los únicos seres humanos de que tenía noticia, salvo, claro está, los que eran esclavos de los neshgais. De hecho, los vroomaws quizás descendiesen de esclavos fugitivos de los neshgais. Por otra parte, los neshgais podrían también haber obtenido sus esclavos de vroomaws capturados. En cualquier caso, los vroomaws vivían en un área de unos ciento cincuenta kilómetros cuadrados y serían unos cuarenta y cinco mil. Había tres poblaciones principales, de unos cinco mil habitantes cada una, y el resto vivía en caseríos o de la caza. Habían tenido algún comercio con los hombres murciélago y con los pauzaydures. Estos últimos eran, según Ghlij, gente que vivía en el mar y no sobre él. Eran una especie de centauros-pulpos, si era cierta la descripción de Ghlij.

Ulises preguntó por la historia de los humanos, pero Ghlij dijo que nada sabía.

Ulises pensó que sabía menos sobre aquel mundo que cuando abrió los ojos en el templo en llamas de los wufeas. Bueno, no realmente. Pero estaba mucho más confuso. Había toda aquella serie de géneros y especies de seres inteligentes, muchos de los cuales no podían explicarse por la teoría de la evolución; y ahora allí estaban los seres humanos que habían desaparecido brusca y misteriosamente. Llevaba días entusiasmado con la perspectiva de ver un rostro humano de nuevo, y oír voces humanas, de tocar piel humana. Y habían desaparecido.

El sucio camino se retorcía a través de los campos para acabar llevándoles a una población amurallada a la orilla del mar. Había allí un puerto y muchas naves, que iban desde canoas a barcos de un sólo mástil como las embarcaciones vikingas, destrozados en la orilla. Al parecer una tormenta había barrido la mayoría de las embarcaciones de su anclaje y las había arrojado sobre la playa.