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– Me pregunto por qué no irían a vivir al Árbol los neshgai y los vroomaws -dijo Ulises.

– ¡Los neshgai se creen mejores que el Árbol! -dijo Ghlij irritado-. Esos orgullosos barrigudos narizotas fueron en tiempos unos salvajes como los wuggrudes y los hombres leopardo. Pero luego desenterraron la ciudad de Shabawzing y encontraron allí muchas cosas que les permitieron pasar del salvajismo a la civilización en tres generaciones. Además, son grandes y torpes y no pueden vivir cómodamente en el Árbol, pues ni gatear saben.

– ¿Y los vroomaws?

– Vivieron con el Árbol… en tiempos. Pero se fueron, pese a las órdenes del Árbol de que se quedasen donde estaban. Son una gente muy rebelde y pendenciera, como descubriréis si los encontráis. Se trasladaron a la costa y construyeron allí sus casas. Algunos dicen que al principio se aliaron con los neshgai, que traicioneramente los esclavizaron. Y luego un grupo de vroomaws lograron escapar y llegaron aquí y construyeron una nación, pensando marchar algún día contra sus antiguos dominadores. Pero es evidente que los neshgais se adelantaron.

Ghlij parecía muy feliz del destino de los humanos.

– Luego les tocará el turno a los neshgais -añadió-. Pero su muerte vendrá del Árbol, que nunca olvida ni perdona. Los neshgais están amenazados con ataques de los fishnoomes, hermanos de los wuggrudes, y de los glassimes, hermanos de los hombres leopardo. El Árbol les ha enviado para acosar a los neshgais y, por último, exterminarlos.

Luego añadió, aún más maliciosamente:

– Y el mismo destino espera a las gentes de las llanuras del norte si no van a vivir con el Árbol. El Árbol acabará creciendo sobre las llanuras, sobre toda la tierra salvo una estrecha faja de costa. Y el Árbol no admitirá que habiten seres inteligentes en la costa. Los matará de un modo u otro.

– ¿El Árbol? -dijo Ulises-, ¿O los hombres murciélago, que utilizan el Árbol para someter a todos los demás a su voluntad? Que fingen ser servidores del Árbol pero en realidad son sus amos…

– ¿Qué? -exclamó Ghlij, con un cabeceo-. ¿No creeréis eso, verdad? ¡Debéis estar loco!

Sin embargo, había en su rostro una expresión burlona apenas oculta, que hizo a Ulises preguntarse si no habría dado con la verdad.

Si su teoría era más que una teoría, explicaría mucho.

Pero aún dejaría mucho por explicar. ¿Cómo se había formado el Árbol? No podía creer que aquella monstruosa mole vegetal hubiese evolucionado de modo natural de alguna de las plantas que vivían en su época.

Y luego, estaba el misterio del origen de todos los tipos de seres inteligentes no relacionados.

El barco continuaba navegando a lo largo de la costa, manteniéndose cerca de tierra y anclando cuando el cielo estaba demasiado encapotado para dar la luz suficiente para una navegación segura. Cuando se veía la luna, la nave continuaba su travesía toda la noche. Ghlij y Jyuks proporcionaban de vez en cuando información sobre los neshgais. Estaban casi siempre acuclillados en una plataforma que había junto a la base del mástil, sus alas casi barriendo la rechinante madera, con unas mantas sobre los hombros y las cabezas muy juntas. Aunque se odiaban, ahora hablaban entre sí. Se hallaban demasiado solos y se sentían demasiado míseros y asustados para no buscar refugio de vez en cuando en su idioma materno. Ulises no sabía qué hacer con ellos. Le habían dado la mayor parte de la información que quería. Estaba seguro de poder obtener más información, si daba con las preguntas adecuadas. Pero temía que se le escapasen algún día y pudiesen volver con un ejército. Cada día que pasaba aumentaban las posibilidades de que se escaparan.

Ulises no quería matarlos, aunque era la única solución lógica. Sin embargo, seguía en pie el hecho de que aún no habían revelado el emplazamiento de su ciudad base. Sólo en el aire, afirmaban, podían orientarse para volver a ella.

Ulises utilizó esto como pretexto para no matarles. Podían serle útiles algún día para indicarle el camino de su base. Si debían hacerlo desde el aire, así lo harían. Al parecer, nadie sabía de globos o dirigibles, y por eso los hombres murciélagos estaban muy tranquilos y pensaban que su secreto estaba seguro.

Al sexto día, Ulises vio por primera vez a unos hombres pulpo. Había alejado la nave de la costa debido a una gran roca que se interponía en su camino. Antes de que la nave llegase a doscientos metros de la roca, vio a aquellos curiosos seres en una estribación rocosa a algo más de un metro por encima de la superficie del mar. Aproximó el Nueva Esperanza lo más posible a la roca y él y su tripulación contemplaron a las cuatro criaturas que tomaban el sol sobre la roca. Se parecían más a los tiburones de su época que a los centauros-pulpo descritos por Ghlij. De pecho para abajo eran como peces, más bien como pulpos, pues las aletas eran horizontales, no verticales. La piel de la parte inferior del cuerpo era del mismo color bronce claro que la superior. Los genitales, tanto del macho como de la hembra, estaban ocultos entre capas del cuerpo inferior. Del tórax hacia arriba era totalmente humanos, y los dedos, en contra de lo que había supuesto, eran perfectamente normales. Tenían las narices muy pequeñas; Ghlij dijo que podían cerrarlas firmemente con acción muscular. Los ojos podían cubrirse de una capa transparente y rígida que brotaba de debajo de los párpados. El pelo de la cabeza era corto y suave, pareciendo desde lejos más que pelo la piel de las focas. Dos tenían el pelo negro, otra de un rubio ceniza, y la cuarta completamente rubio.

Ulises les hizo una seña y sonrieron. Una mujer y un hombre respondieron con otro saludo. Ghlij, que se había acercado a la borda, dijo:

– Bien hecho. No es bueno enemistarse con la gente del mar. Pueden arrancar el fondo de la nave si quieren.

– ¿Se muestran siempre amistosos?

– A veces comercian con los neshgais y los humanos. Traen extrañas piedras marinas o peces o artículos procedentes de embarcaciones hundidas y los cambian por vino o cerveza.

Ulises se preguntó si podría convertirlos en aliados en su guerra contra los neshgais. Es decir, si libraba una guerra contra los neshgais. Ghlij creía que no tomarían partido, a menos que una de las partes les ofendiese gravemente. Pero incluso los arrogantes neshgais les trataban con cortesía y les hacían obsequios de vez en cuando. Los neshgais tenían una gran flota que no deseaban ver en el fondo del océano.

La roca y su extraña carga se hundió tras ellos.

– Otro día como éste -dijo Ghlij- y llegaremos a la costa de los neshgais. ¿Entonces qué?

– Ya veremos -dijo Ulises-. ¿Tú hablas bien su idioma?

– Muy bien -dijo Ghlij-. Además, muchos de ellos hablan airata.

– Espero que no se asombren demasiado cuando me vean con mi tripulación. No me gustaría que nos atacaran sólo porque les alarmemos.

Una hora después del amanecer del día siguiente, pasaron ante un enorme símbolo grabado en la roca. Era una gran X dentro de un círculo roto. Aquel era el símbolo de Nesh, el dios epónimo ancestral de los neshgais, dijo Ghlij. Aquel grabado, que podría verse desde el mar a varios kilómetros, señalaba la frontera occidental de su tierra.

– Pronto veremos un buen puerto -dijo Ghlij-. Y una ciudad y una guarnición de tropas. Y algunos navíos mercantes y bajeles rápidos.

– ¿Navíos mercantes? -dijo Ulises, ignorando la amenaza de su tono-. ¿Con quién comercian?

– Sobre todo entre sí. Pero algunas de sus grandes naves recorren la costa hacia el norte y comercian con los pueblos que hay en aquellas costas.

Ulises empezó a sentirse excitado. No tanto por enfrentar el peligro de lo desconocido como por una nueva idea. Quizás los neshgais no hubiesen de ser sus enemigos. Quizás pudiesen ser amigos, y ayudarle. Desde luego, tenían un interés común en combatir al gran Árbol o a quien lo utilizase. Y posiblemente podrían estar trabajando con los humanos, no haciendo a los humanos trabajar para ellos. ¿Quién sabía cuántas mentiras no le habría dicho el hombre murciélago?