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– Puedo preguntar a los felinos sobre él. Ellos sabrán si es o no el dios de-piedra -dijo Shegnif-. Si ellos le reconocen como el dios revivido, no creo que le llamen mentiroso. Supongamos que la historia es cierta.

– ¿Qué es, realmente, un dios? -dijo Ghlij, incapaz de reprimir el tono de burla.

– No hay más que un dios -dijo Shegnif, mirando fijamente a Ghlij-. Sólo uno. ¿O negarás eso? Los que viven en el Árbol dicen que el Árbol es el único dios. ¿Qué dices tú?

– Oh, yo estoy de acuerdo contigo en que hay sólo un dios- contestó rápidamente Ghlij.

– Y que es Nesh -dijo Shegnif-, ¿verdad?

– Nesh es ciertamente el único dios de los neshgais -dijo Ghlij.

– Eso no es lo mismo que decir que hay un sólo dios, el dios de los neshgais -dijo Shegnif. Sonrió mostrando una boca blanca, blancas encías y cuatro molares. Alzó un gran vaso de agua en el que había un tubo de cristal y sorbió agua a través de éste. A Ulises le sorprendió esto; había visto a los neshgais sorber agua con sus trompas prensiles y echársela luego en la boca. Pero aquélla era la primera vez que veía utilizar un tubo a modo de paja. Más tarde les vería beber directamente de vasos que tenían la boca estrecha para poder introducirla entre sus colmillos.

Shegnif posó el vaso y dijo:

– Da igual. No exigimos que los no neshgais adoren a Nesh, pues él sólo se preocupa de las oraciones de sus hijos y rechazaría el culto de quienes no fuesen ellos. Creo que eres bastante ladino, Ghlij. Procura ser más directo en el futuro. ¡Déjanos los circunloquios para nosotros los neshgais que nos movemos lentamente y pensamos muy despacio!

Sonrió de nuevo. Ulises empezó a pensar que quizás acabase agradándole el Gran Visir.

Shegnif hizo a Ulises preguntas más detalladas. Por último, les dijo que podían sentarse, y los oficiales se sentaron lentamente en sus sillas. Ulises se sentó en el borde de una, con los pies colgando. No parecía sin embargo tan pequeño y desvalido como Ghlij, que estaba como un pajarillo a la entrada de una gran cueva.

Shegnif unió las puntas de sus dedos grandes como plátanos y frunció el ceño cuanto una persona sin cejas pueda hacerlo.

– Estoy asombrado -dijo-. Eres, sin duda, la fuente viva de un mito que se originó hace un número indeterminable de milenios. Aunque no debería decir mito, pues tu historia parece ser cierta.

«Los wufeas te encontraron en el lecho de un lago que llevaba existiendo muchos miles de años. No hay duda de que encontraron una estatua de piedra que se parecía a ti. Incluso este evasivo hombre murciélago lo confirma. Pero, ¿sabes que has estado sobre suelo firme varias veces antes de que los wufeas te encontraran, que fuiste perdido o robado varias veces?

Ulises negó con un gesto.

– Tú has sido el dios, o el foco central, de más de una religión -dijo el Gran Visir-. Has sido el dios de un pequeño pueblo primitivo de una u otra especie, y te has sentado en tu trono, petrificado, mientras el pueblecito se convertía en la gran metrópoli, la capital de un imperio altamente civilizado. Y aún seguiste allí sentado mientras el imperio se fragmentaba y la civilización se desmoronaba, y la gente moría, y sólo quedaban ruinas llenas de lagartijas y búhos.

– Mi nombre es Ozymandias -murmuró Ulises en inglés. Por primera vez, su inglés le sonaba extraño.

– ¿Qué? -preguntó Shegnif, mirándole por encima de las gafas y bajando hacia él su probóscide.

– Hablaba para mí en un lenguaje que murió hace millones de años, Señoría -dijo Ulises.

– ¿Ah, sí? -dijo Shegnif, con un brillo especial en sus ojillos verdosos-. Haremos que nuestros científicos lo registren. En realidad, planeamos mantenerte muy ocupado durante algún tiempo. Nuestros científicos han recibido información sobre ti, y no pueden contener su impaciencia.

– Eso es interesante -dijo Ulises; ¿iba a ser sólo un animal de laboratorio para aquellas gentes?-, pero tengo mucho más que aportar que recuerdos del pasado. Tengo una utilidad presente y futura muy definida. Puedo ser la clave de la supervivencia de los neshgais.

Ghlij le miró extrañamente. Shegnif, irguiéndose, dijo:

– ¿Nuestra supervivencia? ¿De veras? ¡Explícate!

– Preferiría hablar sin que estuviese presente el hombre murciélago.

– ¡Señoría, protesto! -gritó Ghlij-. He permanecido en silencio, como vos deseabais, mientras este humano explicaba su mentirosa historia de sus supuestas aventuras en el Árbol. ¡Pero no quiero guardar silencio por más tiempo! ¡Esto es muy serio! ¡Está atribuyéndonos a nosotros los dhulhulijes planes siniestros, cuando sólo queremos vivir en paz y establecer relaciones provechosas para todos!

– No se ha emitido ningún juicio -dijo Shegnif-. Oiremos las declaraciones de todos, incluyendo la de tu colega Jyuks. De hecho, están siendo entrevistados en este momento los demás, y leeremos los resúmenes de las entrevistas hoy, más tarde. Por cierto, y esto te interesará a ti también, hombre murciélago, nuestros archivos indican que el dios de piedra estuvo una vez aquí. El desde luego se parece al dios de piedra. Y no es, indudablemente, uno de nuestros humanos. Supongo que te darías cuenta de que tiene pelo en toda la cabeza y cinco dedos en los pies.

– Yo no dije que fuese un esclavo o un vroomaws, Señoría -objetó Ghlij.

– Mejor para ti que no lo hayas hecho -dijo Shegnif.

Habló en una caja de madera de color naranja que tenía ante él, y las grandes puertas se abrieron. Ulises se preguntó si tendrían alguna especie de radio. No había visto ninguna antena en la ciudad, pero había estado allí de noche.

Shegnif se levantó y dijo:

– Seguiremos mañana. Tengo que atender asuntos más urgentes. Sin embargo, si puedes demostrar lo que dijiste que eras la clave de nuestra supervivencia, te escucharé con mucho gusto. Puedo preparar una entrevista especial contigo para última hora del día. Pero sería mejor que no me hicieses perder tiempo, mi tiempo es muy valioso.

– Hablaremos al final del día -dijo Ulises.

– ¿Y no tendré yo ninguna oportunidad de defenderme? -chilló Ghlij.

– Todas, como sabes muy bien -dijo Shegnif-. No hagas preguntas que no necesites hacer. Ya sabes que estoy ocupado.

Ulises fue conducido de nuevo a la sala de las literas, pero Ghlij fue trasladado a otra habitación, donde, al parecer, también estaba Jyuks. El último de los entrevistadores, de un equipo de humanos y de neshgais, salía justo cuando regresaba Ulises.

– ¿Cómo os fue, Señor? -le preguntó rápidamente Awina.

– No estamos en poder de seres totalmente irracionales -contestó-. Tengo la esperanza de que podamos convertirnos en aliados suyos.

No les habían quitado las cajas de las bombas. En realidad, aún tenían todas sus armas. Si los neshgais les permitían conservarlas porque las menospreciaban, aún podían demostrarles que se habían precipitado en su juicio. Una bomba derrumbaría las puertas cerradas de aquella sala, y unas cuantas más matarían y asustarían a las suficientes criaturas elefantinas como para permitir al grupo llegar al puerto. Y allí podrían apoderarse de una galera, que debía ser relativamente fácil de manejar. O si querían ir más lejos, podían apoderarse de un barco de vela de los muchos que había en el puerto. Que, según sus sospechas, poseerían también probablemente motores vegetales supletorios.

Pero no tenía sentido hacerlo más que como último recurso. Si los neshgais intentasen matarlos o esclavizarlos, sin duda se habrían apoderado de sus armas. Él daría órdenes a sus hombres de que se resistiesen si les pedían que entregasen las armas. Y les explicaría sus planes de fuga si sucedía esto.

Entre tanto, vería lo que pasaba con los neshgais. Les necesitaba tanto como ellos les necesitaban a él. Él tenía conocimiento y empuje, y ellos materiales y gente. Juntos, podían atacar al Árbol. O a los hombres murciélago, a los que creía auténticos dueños del Árbol.