Ulises explicó luego cómo se podían fabricar pequeños dirigibles. Esto exigía mucha más tecnología y muchos más materiales que la pólvora. Shegnif frunció el ceño y dijo que levantaría algunas restricciones. Pero para propia seguridad de Ulises, y por razones de estado, no le permitirían ir a todos los lugares que quisiese.
Se hizo evidente que Shegnif no había entendido ni deseaba entender la idea básica de Ulises. Shegnif quería utilizar primero la flota aérea contra los vignums. De hecho, le gustaría utilizar la flota sólo en la zona periférica del Árbol. Así, la flota no estaría sujeta al ataque de hombres murciélago en gran número, y podría controlar la situación de los enemigos de la frontera.
Ulises se irritó ante tanta miopía y timidez. Sin embargo, los neshgais no eran el único pueblo que sufría falta de visión, se recordó. Lo que debía hacer ahora era tener dispuestas sus armas, su aviación y sus soldados, y preocuparse luego por su uso final.
Antes de que la conferencia concluyese, chocaron con otro obstáculo. A Shegnif no le gustó la idea de que la mayoría de los miembros de la fuerza aérea fuesen humanos. Quería muchos más neshgais a bordo de los dirigibles.
– Se trata de una cuestión de peso -dijo Ulises-. Por cada neshgai que vaya en un dirigible, menos combustible y menos bombas podrán ir. Habrá que reducir la capacidad de desplazamiento y la potencia de fuego.
– Eso dará igual si los dirigibles operan cerca de los límites del Árbol. Estarán cerca de las bases, y podrán realizar más vuelos para compensar. Eso no es problema.
Cuando Ulises vio a Awina al día siguiente, se sintió culpable… y también feliz. No había ninguna razón por la que tuviese que sentirse culpable. Después de todo, Lusha y Thebi eran humanas, no eran criaturas peludas, con ojos de gato, dentadura de carnívoro, rabo y piernas encogidas. Él era libre de hacer lo que más le agradase, y estaba tomándole mucho cariño a Thebi.
Sin embargo, Awina le hizo enrojecer de culpabilidad. Un instante después, mientras hablaba con ella, sintió una alegría que hizo que le latiera más deprisa el corazón y que le doliese el pecho.
No era lo que los humanos de su época llamaban enamorarse. No había amor con un propósito de contacto físico con ella, por supuesto. Pero había llegado a acostumbrarse a ella, a estar tan a gusto en su compañía, a apreciar tanto su forma de hablar y de servirla, que la amaba. La amaba como a una hermana, podía decir con sinceridad. Bueno, no exactamente como una hermana. Había algo más. En realidad, su sentimiento por ella era aún indefinible. O, quizás, se dijo a sí mismo en un ramalazo de franqueza, fuera mejor dejar aquel sentimiento sin definir.
Definiciones aparte, ella le hacía más feliz que ninguna otra persona de las que había conocido desde su despertar. E incluso desde antes de despertar.
Respecto a los sentimientos de ella no había duda. Abría mucho los ojos cuando veía a las dos mujeres, y sus labios negros se alzaban mostrando los agudos dientes. El rabo se le ponía rígido. Disminuía el paso, y luego le miraba a él. Le sonreía, pero no podía mantener la sonrisa. Y cuando llegaba muy cerca de él podía ver la expresión que había por debajo de aquella máscara negra de piel de terciopelo. Estaba irritada.
No lograba entender su reacción, pero no estaba dispuesto a tolerarla mucho tiempo. Ella tendría que adoptar una actitud realista. Si no lo hacía, tendría que irse. El no quería que pasara eso. Sentiría mucho tener que decirle que se fuera. Le causaría un profundo pesar, pero podría soportarlo y el dolor se desvanecería. El más que nadie debía saber lo que podía lograr el paso del tiempo.
Esto no le ayudó en absoluto.
Awina no intentaba ocultar sus intenciones, aunque controlaba la tendencia a la violencia que debía haber estado sintiendo.
– Es bueno estar de nuevo a vuestro lado, mi Señor. Tendrás a tu sierva, una persona libre y una adoradora, a tu lado.
Hablaba en airata, sin duda para asegurarse de que las dos mujeres comprendían.
– Es bueno tenerte otra vez conmigo -contestó él con gravedad.
Pestañeó al pensar qué diría ella cuando le explicase que debía dormir ahora en una habitación separada de la de él. Parecía un dios miserable. Un dios debía ser arrogante, estar por encima de los sentimientos de los simples mortales.
Sabiendo que estaba siendo cobarde, y odiándose a sí mismo por ello, renunció a hablar con ella. Para aplacar los reproches, razonó que tenía cuestiones más importantes que atender en aquel momento. Pero comprendió que lo único que hacía era mentirse a sí mismo.
Ella fue con él a la conferencia y las dos mujeres quedaron atrás. Ella era inteligente y podría explicar más tarde a su gente lo que pasaba. Se mostrarían durante algún tiempo inquietos y resentidos porque no había sitio para ellos en sus planes. Carecían del conocimiento y la habilidad necesarios para la próxima fase de la guerra contra el Árbol y sus servidores. Pero les diría esto y también les explicaría que podía llegar un momento en que fuesen muy necesarios. Una vez lanzado el ataque contra los hombres murciélago, los tres grupos de felinos serían mucho más valiosos en el Árbol que los paquidermos o los humanos. Eran más ágiles y estaban más familiarizados con el Árbol.
Los días y las noches eran ajetreados y productivos, aunque no tanto como él deseaba. Los neshgais parecían muy elefantinos, muy por encima de características humanas como la envidia, la competencia por prestigio, dinero y posición, el zancadilleo y la simple estupidez. Desgraciadamente no estaban por encima de tales cosas. Si bien es verdad que no parecían tan activos en estos asuntos como sus colegas humanos, se debía a que eran más lentos. Y así, los acontecimientos discurrían al paso de una tortuga enferma. O de un elefante anémico. Ulises pasaba la mitad de su tiempo resolviendo problemas administrativos, aplacando egos heridos, escuchando peticiones de ascensos o planes disparatados para utilizar los dirigibles, intentando descubrir lo que había sucedido con los materiales o con los trabajadores que había pedido.
Se quejó a Shegnif, que se limitó a encogerse de hombros y a agitar su trompa.
– Es el sistema -dijo-. Poco puedo hacer yo. Puedo amenazar con cortar unas cuantas trompas e incluso una cabeza. Pero si se descubriesen los culpables, y luego se les llevase a juicio, se perdería aún más tiempo. Tendrías que pasar mucho tiempo declarando ante el tribunal y no podrías atender bien tus proyectos. Nuestros tribunales son muy lentos. Como dice el proverbio: «Una vez cortada una cabeza, no puede volver a colocarse» Nosotros los neshgais no olvidamos que Nesh es, ante todo, el dios de la justicia. Nunca seremos demasiado cuidadosos evitando injusticias.
Ulises intentó ser sutil, y dijo:
– Los exploradores de la frontera informan que están reuniéndose en las ramas próximas al borde del Árbol gran número de vignums y de glassimes. Pronto nos atacarán. ¿Estáis dispuesto a pensar si sería una injusticia atacarles antes de que lo hagan ellos? ¿O vais a dejar que elijan el momento y el lugar?
– ¿Quieres decir -dijo Shegnif sonriendo- que si no emprendemos una acción rápida con las nuevas armas y los dirigibles, podremos sufrir una derrota? Bueno, quizás tengas razón, pero nada puedo hacer para acelerar tus proyectos. Ni tampoco para reducir su costo. Y no discutas conmigo.