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No podía apelar a ningún otro. Cualquier apelación al soberano, Zhigbruwzh IV, pasaría por Shegnif, y aun en el caso de que el Visir diese el visto bueno, era poco probable que el soberano ignorase su consejo. Especialmente tratándose de la petición de un extranjero.

Ulises no estaba seguro de que Shegnif no planeara librarse de él en cuanto se completasen y entendiesen plenamente la manufactura de la pólvora y los dirigibles y la técnica de navegación. Después de todo, él era un humano, y no había razón alguna para que fuese leal a los neshgais. Era lógico que Shegnif sospechase que él era un agente del agente del Árbol. Ulises podría haber sido enviado para espiar el territorio, sublevar a los esclavos y conseguir que los neshgais construyesen una flota aérea que se volvería contra ellos mismos.

Ulises admitió para sí que si él fuera Shegnif consideraría estas posibilidades. Y sentiría la tentación de encarcelar a Ulises tan pronto como sus trabajadores básicos concluyeran.

Lo único que Ulises podría hacer era desear que Shegnif comprendiese que le necesitaría durante muchísimo tiempo. Shegnif debía saber, sin duda, que si los neshgais querían estar seguros debían destruir el Árbol.

Entretanto, se había iniciado la producción de pólvora negra, bombas y lanzacohetes. Habla empezado también la fabricación de ácido sulfúrico, y se había obtenido cinc suficiente para formar hidrógeno con el sulfúrico. El hierro, que también podría haber sido utilizado, parecía existir sólo en cantidades vertigiales. No es que faltase por completo, desde luego, pues existía en muchas rocas. Pero los materiales, el trabajo y el tiempo necesarios para extraerlo eran enormes; resultaba prohibitivo, a juicio de Shegnif. Ulises había adiestrado a un grupo para buscar cinc, y al cabo de diez días un hombre lo encontró en forma de escalerita. Este sulfito se cocía para formar el óxido, que se mezclaba con carbón comprimido y se calentaba hasta mil doscientos grados centígrados, o seiscientos grengzhuyns. El vapor de cinc se condensa fuera de la cámara de reacción y se depositaba luego en bloques de cinc. A través de un proceso a baja temperatura, el sulfito se cocía convirtiéndolo en sulfato, extraído más tarde con agua. El metal se obtenía luego por electrólisis, utilizando las baterías vegetales.

La envoltura del dirigible estaba hecha de la cáscara interna de la planta que proporcionaba los motores. Era sumamente ligera, fuerte y flexible; cincuenta, cosidas una a otra, formaban un saco bastante grande para contener el hidrógeno.

El principal problema era el motor. No había hierro bastante para hacer siquiera un motor, ni bauxita disponible para hacer aluminio, ni cualquier otro metal que pudiese sustituirlo.

La única energía propulsora era el motor-músculo vegetal utilizado para impulsar coches, camiones y naves. Ulises probó con el vapor de agua, con un sistema similar al del mecanismo de turbina de los motores terrestres primeros, pero no hacían girar un propulsor lo bastante grande y lo bastante rápido. Experimentó con los motores a reacción de los barcos, que absorbían y expulsaban el agua de forma similar a la del mecanismo de un pulpo. Sin embargo, no eran eficaces cuando expulsaban aire.

Una solución al problema vino de Fabum, un supervisor humano de una plantación de motores. Envió a Ulises una sugerencia oficial. El documento se perdió en la selva administrativa que se había desarrollado alrededor de aquellas, fuerzas aéreas embrionarias. Fabum se cansó de esperar respuesta y obtuvo un permiso de su superior neshgai inmediato para hacer él mismo el experimento. Encerró dos motores de automóvil en una góndola y enlazó las terminaciones musculares de los dos motores. El resultado fue que se triplicó la producción de energía, en vez de sólo duplicarse. Cuatro de estas góndolas, con ocho motores, podían hacer girar los propulsores que condujesen a un dirigible a cuarenta kilómetros por hora a través del aire quieto.

El jefe de Fabum acudió luego directamente a Ulises (acto que le valió varias reprimendas más tarde) y le explicó lo que había hecho Fabum. Fabum tuvo suerte de que su jefe no intentara arrebatarle el mérito, pero había neshgais honrados.

Por supuesto, la adición de más motores, y con ellos de más combustible, significaba más peso. Pero en el viaje a la ciudad-base de los hombres murciélago, calculaba Ulises, disfrutarían de una corriente de viento favorable en toda la ruta. Volver era otra cuestión. Si había que abandonar los dirigibles y regresar a pie, tendrían que hacerlo.

Shegnif, al enterarse de los últimos informes, se mostró muy complacido. Concedió a Fabum la libertad, lo cual significaba que aún era esclavo en la práctica. Pero podía vivir en un barrio mejor y ganar más dinero, si su patrón se cuidaba de pagarle más, y no tenía que pedir permiso para dejar el área inmediata.

El Gran Visir no estaba en absoluto preocupado por el limitado alcance o la escasa velocidad de los dirigibles. No planeaba utilizarlos más que en la periferia del Árbol, junto a las fronteras neshgais.

Tres semanas después, emprendió su primer viaje el primer dirigible. Era un día claro, y el viento soplaba sólo a unos diez kilómetros por hora. El vuelo duró una hora, con varias vueltas sobre el palacio para que el pueblo pudiese verlo. Luego, en el viaje de vuelta al hangar, el dirigible arrojó veinte bombas de quince kilos sobre un objetivo, una vieja casa. Sólo una de las bombas hizo blanco directo, pero fue suficiente para destruir el objetivo. Ulises explicó a Shegnif que la práctica mejorarla la puntería.

Se construyeron otros nueve dirigibles mientras se daba entrenamiento básico a sus tripulaciones. Ulises volvió a quejarse del excesivo número de oficiales neshgais y la consiguiente reducción de alcance y de capacidad de bombardeo. Shegnif replicó que eso no importaba.

Llegaron más informes de la frontera sobre la concentración de gigantes y hombres leopardo, y los choques entre patrullas fronterizas y pequeños grupos enemigos se hicieron más frecuentes. Ulises no comprendía por qué no habían hecho ya una incursión a gran escala. Tenían, sin duda, personal suficiente para penetrar en territorio neshgais si atacaba por sorpresa. Además, el mantener la paz entre aquellos grupos naturalmente hostiles, y alimentarlos, era una tarea que exigía mucha organización. Considerando que ninguno de los grupos parecía capaz del refinamiento necesario para esto, sospechaba de los hombres murciélago. Según los exploradores, había muchos más por la zona, pero no en tal número que resultase alarmante.

Por tres veces apareció sobre el aeropuerto un solitario hombre alado, fuera del alcance de las flechas, y les observó. Por cuatro veces, pasó un hombre murciélago volando junto a un dirigible en vuelo. Aparte de unos cuantos gestos ofensivos, no le causaron ningún daño.

Por entonces, Ulises había trasladado su cuartel general del palacio al aeropuerto (con licencia de Shegnif) El aeropuerto quedaba a unos quince kilómetros de la ciudad, y no podía permitirse muchos viajes de un sitio a otro. Utilizaba las plantas radio para informar a Shegnif dos veces al día.

Lusha se había ido. Aunque destinada a Ulises, había sido prometida en matrimonio a un soldado destacado en la frontera. Se despidió llorando, aunque estaba contenta de casarse con aquel hombre. Incluso Thebi, a la que no se podía acusar de estar celosa de ella, lloró y la besó y dijo que esperaba que volviesen a verse muy pronto. Awina pareció alegrarse de ver marchar a aquella mujer, pero mantuvo su actitud hosca hacia Thebi tan pronto como Lusha desapareció. Thebi, segura ya de su posición, había empezado a tratar a Awina como si fuese una esclava. Awina recibía los insultos indirectos y el tratamiento despectivo sin ninguna réplica. Al parecer no quería amenazar su relación con Ulises desplegando la violencia que normalmente habría utilizado si la insultaran. Pero bullía en su interior. Ulises estaba seguro de ello. Así que riñó a Thebi haciéndola llorar, y logrando con ello que Awina sonriera como un gato que acabara de comerse un salmón robado.