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Pero no reflejaba la de Zhishbroom, que estaba de pie detrás de él.

– Yo no soy capaz de leer el Libro -dijo el neshgai con tristeza, y añadió-: Llama cuando termines de leer. La puerta se abrirá. Te conduciré entonces ante Kuushmurzh, y podrás decirle lo que leíste.

Ulises no oyó salir al neshgai. Continuó contemplando su reflejo en el disco, y de pronto el reflejo desapareció. Fue como si se evaporara. Su carne se desvaneció capa a capa; sus huesos se perfilaron frente a él; pero también ellos se hicieron nada; sólo el disco quedó.

Dio un paso hacia adelante, pensando que no podía penetrar en el material sólido (¿pero cómo sabía que era sólido?) y luego estaba dentro. O creía estarlo. Como Alicia atravesando el espejo.

Aparecieron cosas a su alrededor como si hubiesen estado ocultas por una niebla invisible que se fundiera al sol de su presencia.

Continuó caminando y extendió una mano y no pudo tocar nada. Atravesó el gran árbol que había ante él, cruzó la oscuridad y salió por el otro lado. Una mujer, una hermosa mujer morena que sólo llevaba pendientes, un anillo en la nariz, anillos en los dedos, cuentas y dibujos pintados sobre la mitad de su cuerpo, cruzó ante él. Avanzaba con rapidez, como en una película en cámara rápida.

Las cosas corrían a su lado. Alguien incrementaba aún más la velocidad de la película. Luego la velocidad disminuyó, y se encontró ante otro árbol gigante a la luz de la luna. La luna llena era la luna que él había conocido antes de convertirse en piedra. El árbol era tres veces mayor que la mayor secoya de California. Había en su base varias entradas de las que salía una luz suave. Un joven de unos dieciséis años, con cintas y adornos en su enmarañado pelo y alrededor de sus orejas, dedos, pies, y otros apéndices, penetró en el árbol. Ulises le siguió por unas escaleras hacia arriba. No comprendía cómo podía subir por allí y sin embargo no ser capaz de tocar nada. Ni cómo su mano podía penetrar en el joven cuando intentaba tocarle.

El joven vivía dentro del árbol con una docena más. Los apartamentos, o celdas, del árbol tenían unos cuantos elementos decorativos y mobiliario. Había una cama de un material parecido al musgo, algunas mesas que no levantaban más de un metro del suelo, una pequeña cocina, y algunos cacharros y cubertería. Había una caja de madera, pintada por algún aficionado, en un rincón. Contenía alimentos y diversos líquidos. Y eso era todo.

Abandonó el árbol y vagó por el parque, que empezaba a desvanecerse. Tenía una sensación de paso del tiempo. Mucho tiempo. Cuando las cosas se estabilizaron aún era de noche. La luna había cambiado. Evidentemente tenía una atmósfera y mares, pero no el aspecto de planeta completo que tenía la luna del mundo en el que había despertado. Crecían a su alrededor muchos árboles, mucho mayores que los tipos secoya, a través de los cuales pasaba como un espectro. Tenían un gran tronco central e inmensas ramas que iban radiándose con vástagos verticales que servían de apoyo y por último se inclinaban y se hundían en la tierra. Eran versiones mucho más pequeñas de Árbol que él conocía. Formaban pequeños pueblos, y en ellos crecían árboles que proporcionaban todos los alimentos que necesitaban los ciudadanos, salvo la carne.

Había también árboles que contenían laboratorios experimentales. Albergaban éstos gatos y perros con capacidad craneana mucho mayor que la de los animales de su época. Y había allí monos que habían perdido la mayor parte de su pelo y el rabo y caminaban erguidos. Y muchos animales más que evidentemente estaban modificando los ingenieros genéticos.

El mundo comenzó a moverse más deprisa y luego se vio en la luna sin ninguna sensación de transición. La Tierra colgaba, marrón, cerca del horizonte; pese a las masas de nubes pudo reconocer el extremo oriental de Asia.

El paisaje lunar era suave y bello. Había grandes árboles, plantas luminosas, aves y animales pequeños. Hacia el este asomaba la aurora. Luego apareció el sol e iluminó la falda occidental de una montaña, en tiempos pared de un cráter, supuso, suavizada por la erosión del viento y el agua. O quizás alterada por los poderes como de dioses de los seres que habían dado a la luna una atmósfera y océanos y transmutado los pétreos suelos en fértil y oscura tierra.

Los seres como dioses debían haber proporcionado también a la luna una rotación más rápida, porque el sol se alzó rápidamente y, en unas doce horas, se ocultó de nuevo. Por entonces Ulises había cruzado la zona como de parque y visto los árboles que crecían allí, y que albergaban hombres y varios tipos distintos de géneros y especies de seres inteligentes. Todos los pueblos no humanos, salvo uno, parecían descender de animales terrestres.

La excepción era unos bípedos altos y de piel rosada con pelo muy rizado del cuello para arriba, en los sobacos, en las regiones púbicas y en la parte posterior de las piernas. Su cara era bastante humana salvo la excrescencia carnosa, como una especie de lunar, que adornaba la punta de su nariz. Había muchos de éstos, indudablemente visitantes de un planeta de alguna estrella distante. Si tenían naves espaciales, no había ninguna a la vista.

Ulises continuó deslizándose como un fantasma sobre la superficie de la luna y luego penetró, invisible y suave como la brisa, en un árbol que contenía un laboratorio. Y vio allí a humanos y no humanos observando un experimento. Había una figura inmóvil dentro de un cubículo transparente de plástico. Era el objetivo de unos rayos fluctuantes y multicolores que le dirigía un instrumento parecido a un disparador láser. Este derramaba sus rayos, que atravesaban las paredes del cubículo y bañaban a la inmóvil figura.

Reconoció la estatua. Era él mismo.

Al parecer, los científicos intentaban restaurar el movimiento natural de sus átomos.

Sabía muy bien el éxito que tendrían.

Pero, ¿qué hacía él en la luna? ¿Había sido prestado a los científicos de allí por alguna razón que nunca conocería? Si así era, habrían tenido que enviarle de nuevo a la Tierra, aunque tardasen en hacerlo miles de años.

Tan bruscamente como había salido de la Tierra se vio de nuevo en ella. No sólo había atravesado espacio. También mucho tiempo.

La Tierra estaba desolada. Soplaban feroces vientos. Las capas polares se habían fundido y terremotos, volcanes en erupción y desprendimientos de masas costeras habían alterado la superficie de lo que quedaba de la Tierra.

No había explicación para lo sucedido o para lo que había causado el holocausto global. Posiblemente fuesen la causa las inmensas gotas luminosas que cruzaban el humo que cubría la agostada Tierra. Pero nadie había que pudiese explicar. El humo desapareció y el aire volvió a ser claro salvo por las grandes tormentas de polvo. Pequeños grupos de seres inteligentes, y los animales que se habían refugiado bajo tierra con ellos, salieron. Sembraron semillas y cultivaron pequeñas parcelas de tierra. Plantaron también algunos árboles pequeños salvados bajo tierra.

Las gotas aparecieron de nuevo y se situaron sobre las colonias durante un tiempo. Sólo una actuó. Desprendió rayos energéticos que calcinaron el arbolito en que estaban los cuarenta supervivientes del homo sapiens.

Los otros seres inteligentes, hombres gato, hombres perro, hombres leopardo, hombres oso y hombres elefante no fueron atacados. Al parecer, los que manejaban las gotas (si es que no eran entidades vivas) querían exterminar sólo al homo sapiens.

Los hombres murciélago eran una forma modificada del homo sapiens, y también habían sido exterminados.