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Pero cuando las gotas desaparecieron, salieron de sus escondites nuevos hombres murciélago.

Los esclavos de los neshgais y los vroomaws no eran humanos. Descendían de monos mutados. Por eso no les habían atacado las gotas.

Continuó caminando por la superficie de la Tierra. El tiempo se deslizaba a su paso y él se deslizaba sobre el tiempo. Ahora cada gran masa de tierra tenía sólo un árbol. Los árboles habían evolucionado y todos los de una masa de tierra se unían y fundían hasta convertirse en uno solo. Todos crecían y crecían. Los seres inteligentes, uno a uno, se fueron a vivir en su superficie. Llegaría un momento en que el Árbol se extendería por todo el continente. Sólo las regiones costeras se verían libres de él, porque el agua salada frenaba su crecimiento. Pero el Árbol podía evolucionar de modo que superase este freno, y lo haría. Y entonces cada Árbol continental se fundiría con el otro rindiendo su individualidad a través de algún mecanismo vegetal que Ulises no comprendía. Tendría un cerebro, una identidad, un cuerpo. Y sería el dueño del planeta. Por los siglos de los siglos. Amén.

A menos que los neshgais y el dios de piedra pudiesen derrotarle.

Ulises tuvo la sensación de volver a salir del disco… una Alicia recelosa, pensó.

Después, hablando con el sumo sacerdote, formuló su propia teoría respecto al Libro de Tiznak. El sumo sacerdote tenía una explicación teológica para las extrañas cosas que les ocurrían a los lectores del Libro. Nesh dictaba la experiencia según lo que consideraba que cada lector debía encontrar en el Libro. Pero el sumo sacerdote admitía que su explicación podía ser un error. No era un dogma.

Ulises pensó que el que había hecho el disco, fuese quien fuese, había puesto en él un registrador del pasado. Este registrador probablemente no existiese cuando sucedieron los acontecimientos que reflejaba. La peculiaridad del Libro (una de ellas) era que contenía lo que Ulises sólo podía describir como «puntos resonantes» Es decir, las demandas individuales de cada lector despertaban en el Libro aquello que interesaba al lector. Era lo mismo que elegir un libro sobre un determinado tema histórico en una biblioteca. El Libro, trabajando por medios mentales, detectaba lo que el lector quería saber y luego proporcionaba la información a su modo.

– Eso puede ser cierto -dijo el sumo sacerdote. Miró a Ulises con sus ojos azul oscuro desde debajo de su tricornio-. Tu explicación puede ajustarse a los hechos sin chocar por ello con la explicación oficial de que Nesh dicta los contenidos. Después de todo, quien hiciese el disco lo hizo porque Nesh le pidió que lo hiciera.

Ulises hizo una inclinación. No tenía sentido discutir aquello.

– ¿Comprendes ahora por qué el Árbol es una entidad inteligente y es nuestro enemigo? -preguntó el sumo sacerdote.

– El Libro me explicó que eso era así.

El sumo sacerdote sonrió y dijo:

– ¿Pero tú no crees necesariamente en el Libro?

Ulises pensó que era mejor no contestar. Estaba seguro, y podría haberlo dicho, de que gran parte de lo que contenía el Libro era cierto, pero que el disco lo habían construido seres inteligentes, y que toda criatura de carne y hueso podía cometer errores o estar equivocada. Pero, si decía eso, el sumo sacerdote le contestaría que el disco no podía equivocarse, puesto que Nesh había dictado su contenido, y Nesh, único dios, no podía cometer error alguno.

Cuando volvió al aeropuerto, había cambiado su actitud hacia Thebi. Ya no era la posible madre de sus hijos. Dudaba mucho que ella o cualquier esclava o vroomaw pudiesen concebir de él. Aunque parecían una forma levemente alterada de homo sapiens, probablemente tuviesen una estructura cromosómica distinta. Thebi probablemente fuese estéril respecto a él. Había pasado tiempo suficiente para demostrarlo.

Por supuesto, cabía la posibilidad de que ella fuese estéril también con los de su especie. Pero Lusha había estado con él suficiente tiempo como para poder concebir también. Aunque también era posible que ella fuese estéril. O que ambas mujeres, sin que él lo supiera, estuviesen utilizando métodos anticonceptivos. Esto no le parecía probable, pues jamás había oído tal cosa entre ninguno de los pueblos con que se había encontrado. La fertilidad se reverenciaba tanto entonces como en la primera era paleolítica de la Tierra.

Durante los meses que siguieron a su primera visita al templo de Nesh, encontró algún tiempo para hacer otras visitas. Aunque no le fue permitido volver a leer el Libro de Tiznak, pudo explorar la ciudad subterránea, el museo, según él. Encontró muchas cosas cuyo fin o utilidad se imaginó, aunque muchas resultaban inútiles porque no sabía cómo ponerlas en marcha. Halló un instrumento que no había evolucionado tanto respecto a los que él conocía de su época como para resultar irreconocible. Arrancó delgadas tiras de su piel y de una serie de esclavas y las colocó en el comparador. Los tejidos de las esclavas se volvieron de color escarlata al colocarlos junto a los suyos. No podía engendrar con ellas.

No cabía duda. Dejó a un lado el instrumento lleno de desilusión. Sin embargo, en algún punto de su interior palpitaba una esperanza.

La desechó. Tenía que apartarla. Si la convertía en algo fuerte, podría sentirse culpable luego.

Pero, ¿por qué?, se dijo. No podía evitar su incapacidad para ser padre de una nueva estirpe humana. No era vital el que en la Tierra hubiese de nuevo Humanidad. El género humano había estado a punto de destruir la Tierra. Las gotas voladoras se habían propuesto exterminar al homo sapiens y habían dejado sólo a los otros seres inteligentes. No es que éstos fuesen menos malos en potencia. Pero basta entonces no habían hecho daño alguno a la Tierra, y por eso seguían viviendo.

¿Por qué habría de engendrar él de nuevo su perniciosa y destructora estirpe?

No había razón alguna. Pero se sentía culpable por ser incapaz de hacerlo.

También se sentía culpable porque le gustaba más Awina que Thebi o cualquiera del género de Thebi.

Esto explicaba que mantuviese a Thebi como su sirvienta personal y añadiese luego otra esclava humana. Aún seguía llamándoles humanos, lo que, en cierto modo, eran. Se trataba de una muchacha de ojos verdes y dorada piel llamada Fanus. Era tan calva como las otras, pero tenía la barbilla menos afilada y rasgos más agradables.

Awina no dijo nada cuando apareció Fanus en la oficina de Ulises. Lanzó a éste una mirada de reojo que le dijo mucho y le hizo sentirse culpable por cómo la trataba. Para compensar, puso a las dos mujeres bajo la supervisión directa de Awina. Podría haberse dado cuenta de que esto convertiría la vida de ellas, sino en un infierno, en algo sumamente desagradable a veces. Pero tan ocupado estaba con su fuerza aérea que no se daba cuenta de nada.

Llegó por fin el momento en que quedó terminado uno de los primeros dirigibles. La gran aeronave plateada tenía doce poderosos motores y podía transportar muchos hombres o muchas bombas o un poco de ambas cosas. Por entonces, tras repetidas peticiones de Ulises, se había solventado el enfrentamiento entre la marina y el ejército. Ambos proclamaban que la aviación y su personal correspondían a su jurisdicción. El resultado fue que Ulises tuvo dificultades para conseguir material y personal y para tomar decisiones. Por último, irrumpió en la oficina, del Gran Visir y le exigió que crease una rama separada. Y que lo hiciese inmediatamente, allí mismo. Si no habría más dilaciones, tantas que el enemigo tendría tiempo de organizar otro ataque. Y éste sería una invasión a gran escala, no una incursión.

Shegnif aceptó lo que Ulises le dijo y nombró a éste almirante de la flota, aunque no jefe de las fuerzas aéreas. Dio este cargo a su sobrino, Graushpaz. Ulises le detestaba, pero nada podía hacer. Luego su investigación sobre el coste de los suministros y la calidad inferior de la mayor parte de ellos desató un verdadero escándalo. Shegnif intentó ocultar los resultados de la investigación de Ulises, pero Ulises pasó su informe al soberano, Zhigbruwzh.