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Collins decidió colaborar en la aclaración de este punto, aunque ello le llevara algunos minutos más.

– Muy bien, señor Young, le diré la pura verdad. Dice en el Manual del Gobierno que el director del FBI está a las órdenes del secretario de Justicia. Según el libro, así es. Pero, de hecho, no es así en absoluto. Según la ley número 90351, título VI, sección 1101, no es el secretario de justicia quien nombra al director del FBI, sino que lo hace el presidente con el consejo y la aprobación del Senado, Aunque el director del FBI consulta conmigo, despacha conmigo y trabaja conmigo, yo no ejerzo la última autoridad sobre él. Eso le corresponde también al presidente. Sólo el presidente puede destituirle sin la aprobación del Senado. Por consiguiente, a no ser en teoría, el director Tynan no es un subordinado mío. Un hombre como Tynan, tal como usted ya debe de saber, no podría ser el subordinado de nadie. Estoy seguro de que Tynan, al igual que todos los directores del FBI, sabe que podrá ocupar el cargo toda la vida, si así lo desea, y considera a todos los secretarios de Justicia como simples funcionarios de paso, Por tanto, y volviendo a su inicial pregunta, o preguntas, ni ha trabajado a mis órdenes ni he tenido demasiados contactos con él… No, ni siquiera cuando desempeñaba el cargo de secretario adjunto o cuando estuve al frente del Departamento tras el traslado del coronel Baxter al Centro Médico Naval de Bethesda. Lamento no poder serle más útil. En realidad, no comprendo cómo es posible que el director Tynan le haya enviado a entrevistarme.

– No ha hecho tal cosa -dijo Young incorporándose levemente de su asiento-. Se trata de algo que he querido hacer por mi cuenta.

Collins irguió también su delgado cuerpo en el giratorio sillón de cuero de alto respaldo.

– Entonces eso lo explica todo -dijo.

Se sentía aliviado. No estaba obligado con el director Tynan. Podía dar por terminada la entrevista sin temor a ofenderle. No obstante, seguía deseando mostrarse amable con Young. Deseaba arrojarle un hueso, aunque fuera pequeño, y despedirle satisfecho.

– De todos modos, y ciñéndonos a lo esencial, deseaba usted conocer mi opinión acerca del director Tynan con vistas a su libro…

– Con vistas a mi libro no, con vistas al libro de Tynan -se apresuró a especificar Young-. Figurará bajo el nombre de Tynan. A través de aquellos que trabajan con él, he estado intentando comprender la estructura que le rodea. Aunque usted no le conozca bien, abrigaba la esperanza…

– De acuerdo, aprovechando el poco tiempo de que disponemos, permítame facilitarle mi impresión acerca de él -dijo Collins tratando de hallar algo que no resultara comprometedor-. Mi impresión acerca del director… es que se trata de un hombre de acción, de un hombre práctico que no pierde el tiempo con estupideces. Es probablemente muy adecuado para este cargo.

– ¿En qué sentido?

– Su tarea consiste en investigar el delito, en investigar las transgresiones de carácter federal. Su tarea consiste en desentrañar hechos e informar acerca de ellos. No extrae conclusiones de sus hallazgos y ni siquiera hace sugerencias. Mi tarea consiste en hacer el resto, en llevar adelante las acusaciones basándome en sus hallazgos.

– Entonces el hombre de acción es usted -dijo Young.

Collins estudió a su entrevistador con más respeto, si cabe.

– Pues en realidad no -dijo. Es posible que lo parezca pero no es así. Yo no soy más que uno de los abogados del Departamento de Justicia. Nosotros seguimos un camino lento y cauteloso; en cambio, Tynan y sus agentes llevan a cabo la labor directa, la labor peligrosa. Y ahora, como última información, le diré que se trata de un hombre que… bueno, que cuando se le mete algo en la cabeza, algo en lo que cree, no ceja hasta conseguirlo. Como en el caso de la nueva Enmienda XXXV a la Constitución, que está en período de ratificación. En cuanto al presidente se le ocurrió la idea, Tynan no cesó de apoyarla…

Ishmael Young le interrumpió.

– Señor Collins, la Enmienda XXXV no se le ocurrió al presidente. Se le ocurrió al director Tynan.

Sorprendido, Collins miró fijamente al escritor.

– ¿De dónde ha sacado usted esa idea?

– Del propio director. Habla de ella como si fuera obra suya.

– Pues, independientemente de lo que él pueda pensar, no lo es. No obstante, lo que usted acaba de decirme constituye una demostración de mis afirmaciones. Cuando cree en algo apasionadamente, convierte este algo en cosa propia. Y es cierto que actualmente constituye la fuerza principal en cuanto a la Enmienda XXXV. Su aprobación se debe a él como al que más, tal vez a él más que a nadie.

– Todavía no ha sido aprobada -dijo Young pausadamente-. Perdóneme pero todavía no ha sido ratificada por tres cuartos de los estados.

– Bueno, pero lo será -dijo Collins impacientándose levemente ante aquella digresión-. Falta solamente la aprobación de otros dos estados.

– Y sólo quedan tres.

– Dos de los tres van a llevar a cabo su votación final esta noche. Yo creo que la Enmienda XXXV entrará esta noche a formar parte de nuestra Constitución. De todos modos, eso no viene al caso como no sea en relación con el papel desempeñado por Tynan en su aprobación. -Se miró el reloj.- Bueno, creo que es todo lo que…

– Señor Collins, una pregunta más, si me permite…

Collins levantó la mirada y observó la expresión de interés que se había dibujado en el rostro de su visitante. Esperó.

– Ya… ya sé que esto no tiene nada que ver con la entrevista -prosiguió Young-, pero me interesaría conocer su respuesta. -Tragó saliva y preguntó:- ¿Le gusta a usted esta Enmienda XXXV, señor Collins?

Collins parpadeó y guardó silencio momentáneamente. La pregunta había sido inesperada. Además, jamás se la había contestado con claridad a nadie, ni aun a su esposa Karen… ni siquiera a sí mismo.

– ¿Que si me gusta? -repitió lentamente-. No demasiado. No mucho. A decir verdad, no he pensado demasiado en ello. He estado muy ocupado reorganizando el Departamento. He confiado en el presidente y… y en el director…

– Sin embargo, se trata de algo que le atañe a usted y a su Departamento, señor.

– Lo sé muy bien -dijo Collins frunciendo el ceño-. De todos modos, pienso que el presidente lleva el asunto perfectamente. Es posible que yo tenga ciertas reservas al respecto. Pero no se me ha ocurrido nada mejor. -Se percató de que el amable señor Young iba resultando cada vez menos amable. Experimentó la tentación de dirigirle una pregunta y así lo hizo:- ¿Y a usted le gusta, señor Young? ¿Le gusta a usted la Enmienda XXXV?

– ¿Estrictamente entre nosotros?

– Estrictamente.

– La aborrezco -contestó Young llanamente-. Aborrezco cualquier cosa que anule la Ley de Derechos.

– Bueno, yo diría que su afirmación es un poco exagerada. La Enmienda XXXV está destinada a modificar, a invalidar la Ley de Derechos, pero sólo en circunstancias muy determinadas, sólo en el caso de una extrema situación de emergencia interna susceptible de paralizar, amenazar o destruir el país. Es evidente que nos estamos encaminando rápidamente en esa dirección y que la Enmienda XXXV nos permitirá restablecer el orden y eliminar el caos…