Radenbaugh levantó súbitamente la mirada.
– ¿Mi penúltima esperanza? -repitió.
– Sí, porque yo soy la última, Don.
– ¿Usted? -preguntó Radenbaugh mirando fijamente a Tynan.
– Yo -dijo Tynan asintiendo-. Sí, yo. He venido aquí para ofrecerle un trato, Don. Estrictamente entre nosotros. Puedo ofrecerle lo que usted anhela. La libertad. Y usted puede ofrecerme algo que yo necesito. Dinero. ¿Está dispuesto a escucharme?
Radenbaugh no contestó pero estaba escuchando.
– Muy bien -prosiguió Tynan-, permítame que se lo explique todo rápidamente. Usted posee un millón de dólares en efectivo, guardado en algún lugar de Florida. No discutamos acerca de si lo tiene o no. He revisado detalladamente el expediente. Un testigo fidedigno juró que había abandonado usted Washington con el dinero. Tenía que entregarlo en Miami pero jamás lo entregó. Sabía que le habían descubierto y no lo entregó. Cuando le detuvieron, ya no lo tenía en su poder.
– Tal vez jamás tuviera aquel dinero -dijo Radenbaugh pausadamente-. Es posible que yo dijera la verdad.
– Tal vez -dijo Tynan en tono condescendiente-. Pero tal vez no. Quizá lo ocultó usted. Para cuando lo necesitara. Supongamos esto último. Que usted lo ocultó. Si estoy en lo cierto, tiene usted un precioso millón de dólares en efectivo en algún lugar de Florida. Y no está percibiendo usted por él ni un céntimo de interés. Y debiera percibirlo. Debiera reportarle a usted alguna ventaja, no dentro de doce años sino a partir de hoy mismo, de este momento. ¿Qué se puede comprar con ese dinero? ¿Qué es lo que usted más desea del mundo? ¿La libertad? Usted mismo lo ha dicho, la cárcel es un lugar horrible y asqueroso. Quiere usted salir. Yo no puedo lograr que sea usted inocente si el tribunal le declaró culpable. Pero puedo convertirle en un hombre libre. ¿Quiere seguir escuchándome?
Radenbaugh se inclinó hacia la portezuela, bajó el cristal de la ventanilla unos centímetros y arrojó al exterior la colilla del cigarrillo. Después se reclinó de nuevo en su asiento y volvió la cabeza hacia Tynan.
– Prosiga -dijo.
– Ese millón de dólares -dijo Tynan-. Necesito parte del mismo. No soy un cerdo. Podría pedírselo todo, y tal vez lo consiguiera. Pero no lo hago; quiero tan sólo una parte, digamos que para una inversión. A cambio, le conseguiré rebajar la pena de quince años a los que usted ya ha cumplido hasta esta noche o hasta algunas noche más a partir de esta noche. No será fácil pero lo podré conseguir. Por su parte, tendría usted que trasladarse a Miami, sacar el dinero y entregar una parte del mismo a un intermediario. Le entregaría usted setecientos cincuenta mil dólares al intermediario y se quedaría con los doscientos cincuenta mil restantes para empezar una nueva vida. Y nuestro trato habríaconcluido satisfactoriamente. ¿Qué le parece? -Tynan miró a Radenbaugh, pero éste no contestó. Permanecía mirando fijamente hacia adelante, con los labios fruncidos y las facciones en tensión.- De acuerdo, me imagino que deseará usted conocer algunos detalles -prosiguió Tynan-. Hay un detalle que tiene que conocer y al que deberá usted atenerse, ya que, de otro modo, el trato no se podría cerrar. Le he dicho que esto no sería fácil y no lo es. No está en mi mano concederle la libertad bajo palabra o la libertad incondicional. Nadie puede hacerlo a excepción de los miembros de la junta de libertad bajo palabra, y da la casualidad de que me consta que éstos no tienen la menor intención de concederle la libertad antes de que haya usted cumplido los doce años de condena restantes. Yo no puedo sacar a Donald Radenbaugh de la penitenciaría federal de Lewisburg. Pero puedo sacarle a usted.
Radenbaugh miró al director.
– Es complicado pero podré conseguirlo -prosiguió Tynan-. Para protegernos a ambos, tendría usted que adoptar una nueva identidad el día en que fuera liberado. No es sencillo, pero puede hacerse. Ya se ha hecho con éxito en otras ocasiones. Desde 1970, por lo menos quinientos informadores y testigos del gobierno, cómplices que habían declarado para evitar el castigo, han obtenido nuevas identidades por orden del jefe de Información Criminal del Departamento de Justicia y han sido secretamente trasladados de lugar. El sistema ha dado resultado en todaslas ocasiones, y también lo podrá dar en ésta. Sólo que esta vez no podré hacerlo a través del Departamento de Justicia. Tendré que apañármelas yo solo. -Tynan esperó la reacción de Radenbaugh. Al ver que no se producía ninguna, prosiguió:- Ante todo, nos libraríamos de Donald Radenbaugh. Es absolutamente necesario para que la operación alcance el resultado apetecido. El director de la prisión Jenkins comunicaría que usted había muerto; que había muerto de un ataque al corazón, o bien apuñalado. Lo más probable es que se dijera que había fallecido usted por causas naturales. Menos jaleo. A continuación, le pondríamos en libertad. Nos libraríamos de sus huellas dactilares, le conferiríamos otro aspecto, le facilitaríamos una identidad totalmente nueva, un nuevo nombre, documentos en regla, desde el certificado de nacimiento a la tarjeta de la Seguridad Social, la tarjeta de crédito, el permiso de conducir y todo lo que hiciera falta para respaldar su nuevo nombre. A partir de la siguiente semana, gozaría usted de plena libertad, se sentiría vivo y con un buen montón de billetes de banco en su poder. Pero, recuérdelo, Radenbaugh ya no existiría. Sé que tiene usted una hija y otros parientes y amigos. Todos ellos tendrían que llorar su muerte. Jamás podrían conocer la verdad. Comprendo que tal vez se le antoje muy duro, pero forma parte del precio que debe usted pagar por el trato… eso y los setecientos cincuenta mil dólares. -Tynan se detuvo y miró con aire distraído a través de la ventanilla del automóvil, antes de volverse de nuevo hacia Radenbaugh.- Bien, pues eso es todo -dijo tratando de distinguir las manecillas de su reloj de pulsera-. Se nos está acabando el tiempo, Don. Ha escuchado usted mi primera y última oferta. Tiene que decidir sí o no. Si desea decir que no y prefiere seguir pudriéndose en la cárcel durante otros doce años, y tiene la suerte de evitar que le acuchillen y, al final, sale convertido en un viejo, allá usted, quédese con todo el dinero y conserve su verdadero nombre. Si opta por decir que sí, ya no habrá prisión, será usted libre, conservará una sustanciosa cantidad de dinero y podrá empezar una nueva vida bajo otra identidad. Elija usted. -Tynan guardó silencio para que sus palabras causaran el efecto apetecido. A los pocos momentos, añadió con energía:- Sea cual fuere su respuesta, ha de ser esta misma noche. Mejor dicho, los próximos cinco minutos. Si dice que no, abra la portezuela del automóvil, descienda y Jenkins le estará esperando con las esposas para conducirle de nuevo a su celda. Si dice que sí, y bastará con que pronuncie esta palabra, les daré ciertas instrucciones a usted y al director, hará usted lo que se le diga y dentro de una semana podrá entrar en posesión de un cuarto de millón de dólares y una vida libre. Cuando abandone la prisión, le bastará con seguir las sencillas instrucciones que encontrará en el bolsillo de su traje nuevo, junto con un pasaje de avión a Miami y una reserva de hotel. -Tynan se detuvo.- Bueno, Don, de usted depende -dijo en tono suave-. ¿Qué decide?
Chris Collins no visitó la penitenciaría federal de Lewisburg hasta cinco días más tarde.
Tras su regreso a Washington desde Los Ángeles, Collins había acudido a entrevistarse con el presidente Wardsworth para informarle acerca de su visita a California. La entrevista había sido muy breve, pues Collins omitió buena parte de las actividades que allí había desarrollado. Había decidido, por lo menos de momento, no revelarle al presidente su visita al lago Tule, sus conversaciones con los asambleístas del estado Keefe, Yurkovich y Tobias y su reunión privada con el presidente del Tribunal Supremo Maynard. No podía hablarle de todos aquellos asuntos porque todavía no estaba seguro del papel desempeñado por el presidente en los sospechosos acontecimientos de California. En su lugar, se había referido al debate televisado con Tony Pierce. Después había hablado ampliamente de su discurso ante la Asociación Norteamericana de Abogacía. Intentó demostrar que su discurso había constituido un triunfo, pero el presidente ya había sido informado acerca del mismo y le expresó claramente su decepción.