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– Pues vaya si están sucediendo -dijo Collins con expresión sombría-. La gente de aquí está tan adoctrinada que ni siquiera se da cuenta de lo que le ocurre.

– Sí, ésta ha sido también mi impresión -dijo Maynard asintiendo enérgicamente.

– Es tarde -dijo Collins-. Creo que cuanto antes nos vayamos de aquí y regresemos a Phoenix, mejor. Lo podremos comentar todo con más detalle en el automóvil. Ahora permítame que le resuma lo que Donald y yo hemos descubierto. Hemos hecho muchas cosas y hemos hablado con mucha gente. Los resultados han sido muy interesantes.

– Yo también -dijo Maynard-. Hasta he hablado con el sheriff y con el director del periódico. Hablan y no se dan cuentade lo que dicen. Se ha convertido en su estilo de vida. Jamás había visto, ni aquí ni en el extranjero, por lo menos desde la segunda guerra mundial, una población que llevara una existencia tan de robot como la de aquí. O que viviera bajo una opresión más insidiosa.

Collins se levantó y empezó a pasear nerviosamente por la estancia.

– Permítame explicarle en esencia lo que Donald y yo hemos descubierto. La compañía Altos Hornos y Refinerías Argo ostenta la propiedad de los únicos comercios de alimentación y prendas de vestir de la ciudad. A los empleados de las minas se les paga un salario, pero también se les entrega unas libretas de cupones que sólo son válidos en los comercios propiedad de la empresa. Cuando no disponen de dinero pueden utilizar vales para comprar a crédito. Y la mayoría de ellos acaban empeñados con la empresa.

– Una forma sutil de esclavitud económica -añadió Radenbaugh.

– Pero hay otras muchas cosas que no son tan sutiles. La empresa es propietaria de todas las tierras, es propietaria o bien controla el ayuntamiento, la oficina del sheriff, las escuelas, el hospital, el teatro, la oficina de Correos, la iglesia, los talleres de reparaciones, el periódico de la ciudad y,este hotel en el que nos encontramos. El bibliotecario de la empresa prohíbe libros… pero no libros sobre el sexo sino sobre historia y política. La oficina de Correos «reconoce» que es el eufemismo con el que se indica que abre toda la correspondencia de entrada y salida. La junta escolar establece qué es lo que deben enseñar los profesores. El sheriff se encarga de que los vendedores callejeros y los viajantes de comercio no obtengan permisos. El hotel no permite que nadie se aloje en el mismo más de dos días. Los forasteros son detenidos por vagabundos a los tres días. La empresa somete a censura los sermones del pastor. Los hombres y mujeres solteros se alojan, separados según el sexo, en cuatro casas de huéspedes de la empresa que están llenas de confidentes. En cuanto a las viviendas en general…

– Yo he echado un vistazo a ese asunto -dijo Maynard-. He simulado estar considerando la posibilidad de adquirir una casa para trasladarme a vivir aquí. Ha sido inútil. Sólo los empleados de la Argo pueden adquirir casas. La empresa es la titular de las hipotecas de todas las casas que se adquieren. Los pagos dela hipoteca se deducen del salario. Si el propietario decide abandonar la ciudad, tiene que volver a vender la casa a la empresa.

En el caso de las viviendas de alquiler, el alquiler se deduce también de la paga.

– Más esclavitud -dijo Radenbaugh.

Collins se acercó a Maynard.

– ¿Qué más ha averiguado?

– Lo suficiente como para que me sienta asqueado -repuso Maynard-. Jamás me había tropezado con un desprecio tan descarado por la Ley de Derechos. En determinado momento, me he detenido a tomar algo en un bar de la empresa. Mientras esperaba y por curiosidad, he garabateado sobre una servilleta… bueno, en realidad, sobre dos, he garabateado, digo, los derechos fundamentales que garantizan las diez primeras enmiendas de la Constitución, es decir, la Ley de Derechos que entró en vigor en diciembre de 1791. Al lado de cada una de las enmiendas, he anotado la forma en que ésta era observada en Argo City. Oigan esto… -Se sacó del bolsillo de la chaqueta las dos servilletas y se cambió las gafas de sol por otras de lectura de lentes cuadradas-. Oigan esto -repitió Maynard-. La Enmienda I garantiza la libertad de religión, prensa y expresión y los derechos de reunión y recurso. Aquí, en Argo City, o se acude a una sola iglesia o no se acude a ninguna. Se lee un solo periódico que es el Bugle. Todos los periódicos de otros lugares y la mayoría de las revistas están prohibidos. ¿Lo sabían ustedes? La televisión sólo consta de una emisora local en UHF, controlada por la empresa, claro. Los programas nacionales se graban en «videotape» y sólo algunos de ellos se pasan posteriormente. Lo mismo ocurre con la radio. Sólo se retransmiten programas grabados. Todos los aparatos de radio los vende la compañía y van provistos de unos filtros de banda que impiden recibir las transmisiones de Phoenix o de otras ciudades. La libertad de expresión está totalmente abolida. Como se diga lo que no se debe, un confidente se encarga de comunicarlo a la empresa. Se queda uno sin trabajo y sin vivienda. No están autorizadas las reuniones públicas ni las manifestaciones. La última de ellas tuvo lugar hace cuatro años. Fue disuelta y los trabajadores que protestaban por la falta de normas de seguridad fueron detenidos. La cárcel resultaba demasiado pequeña para poder albergarles, pero, sin que nadie lo sepa, existe un campo de internamiento en las afueras de la ciudad, en el desierto…

– ¿Un campo de internamiento? -preguntó Collins parpadeando y recordando su desplazamiento al lago Tule en compañía de su hijo Josh.

– Sí. Cuatro semanas de confinamiento en aquel campo acabaron con todas las protestas. Jamás ha vuelto a haber ninguna otra. -Maynard trató de seguir leyendo sus garabatos de la primera servilleta.- La Enmienda II garantiza al ciudadano el derecho a la tenencia de armas, es decir, garantiza a cada estado el derecho a disponer de unas fuerzas armadas. No ocurre así en Argo City. Aquí sólo puede llevar armas un grupo escogido de altos empleados de la empresa que gozan de plena confianza. La Enmienda III dice que ningún soldado puede alojarse en el domicilio de un particular sin el consentimiento del propietario. Hace cinco años se estableció una norma por la cual, en tiempos de emergencia, los componentes de la policía pueden trasladarse a vivir al domicilio de cualquier ciudadano. La Enmienda IV prohibe los registros injustificados. En Argo City una ordenanza autoriza a los hombres del sheriff a entrar sin orden judicial en cualquier vivienda. La Enmienda V protege al acusado de un delito mayor y le garantiza el correspondiente proceso, y afirma que nadie tiene por qué ser testigo contra sí mismo. Como es lógico, los jueces son nombrados por la empresa. La Enmienda VI garantiza al acusado de cualquier delito un juicio rápido, un jurado imparcial, un careo con testigos que declaren contra él y la ayuda de un abogado defensor. En Argo City puede uno pudrirse en la cárcel indefinidamente antes de que le sometan a juicio. Aquí no existen jurados. Un solo juez actúa de juez y jurado, tanto si ello gusta como si no. Los testigos de cargo no necesitan comparecer personalmente. El abogado defensor lo facilita la empresa. -Maynard lanzó un suspiro.- Tal como dijo Stanislaw Lec en cierta ocasión, «la administración de la injusticia siempre está en buenas manos».

– Sinvergüenzas -murmuró Radenbaugh-. Aunque se equivocaron al juzgarme, yo tuve por lo menos doce jurados y pude elegir mi propio abogado defensor.

Maynard tomó la segunda servilleta y siguió leyendo.

– La Enmienda VII también garantiza el derecho a un juicio por el sistema de jurados en los delitos de derecho consuetudinario. Ello es totalmente ignorado en Argo City. La Enmienda VIII garantiza una fianza no excesiva y protege al ciudadano contra las multas igualmente excesivas y los castigos crueles o insólitos. Bueno, pues aquí, por un simple delito menor, se fija una fianza tan elevada que el acusado no tiene más remedio que pudrirse en la cárcel hasta que le juzguen. No he podido averiguar la cuantía de las multas, pero al parecer los castigos son crueles e insólitos. Los culpables pierden sus viviendas. Las protestas y los delitos mayores le envían a uno a un campo de internamiento cercado por alambre de púas en el cálido desierto. Cualquiera sabe qué otras disposiciones contemplan sus códigos. La Enmienda IX salvaguarda otros derechos no especificados en la Constitución. A este respecto, no he conseguido averiguar gran cosa, como no sea el hecho de que los ciudadanos de Argo City no poseen unos derechos demasiado claros, a excepción del derecho a comer y dormir en determinadas condiciones. La Enmienda X reserva todos los poderes no delegados en el gobierno federal, según la Constitución, a los estados y al pueblo. Aquí resulta evidente que todos los poderes delegados por la Constitución en el gobierno federal, los estados o el pueblo están totalmente controlados por la empresa.