Media hora más tarde, tras haberse duchado juntos, se encontraban en el dormitorio ya casi vestidos.
Collins se estaba poniendo los pantalones de su mejor traje azul marino cuando sonó el teléfono.
– Ponte tú -le dijo Karen desde la mesita del tocador-. No se me ha secado todavía el esmalte de las uñas.
Collíns se acercó a la mesita y rezó para que no fuera ningún asunto de trabajo. Había muy pocas personas no relacionadas con el Departamento de Justicia que conocieran su número de teléfono particular. Descolgó el aparato.
– ¿Diga?
– ¿Señor Collins?
– ¿Sí?
– Soy Ishmael Young. No sé si me recuerda…
Collins esbozó una sonrisa. Como si resultara fácil olvidar aquel nombre.
– Pues claro que le recuerdo. Es usted el escritor de la autobiografía del director Tynan.
– Espero que no se me recuerde precisamente por eso -dijo Ishmael Young con voz muy seria-. Pero no importa. Estoy escribiendo la autobiografía de Tynan y tuvo usted la amabilidad de recibirme el mes pasado. -Young vaciló, buscó las palabras más adecuadas y después dijo en tono de urgencia:- Sé que está usted muy ocupado, señor Collins, pero, si fuera humanamente posible, tendría que verle esta noche. No le entretendré mucho rato…
Collins le interrumpió mirando a su esposa.
– Me temo que esta noche estoy ocupado, señor Young. Si usted pudiera llamarme a mi despacho el lunes, podríamos…
– Créame, señor Collins, no me atrevería a molestarle si no fuera importante. Tanto para usted como para mí.
– Pues, no sé…
– Se lo ruego.
El tono de voz de Ishmael Young hizo capitular a Collins.
– Muy bien. En realidad, mi esposa y yo teníamos intención de irnos a cenar al Jockey Club.
– Lo lamento. Pero…
– No se preocupe. Estaremos allí a las ocho y media. Puede usted reunirse con nosotros.
Tras colgar el aparato, Collins observó que Karen le miraba inquisitivamente.
– Es el que le está escribiendo la autobiografía a Vernon Tynan -le explicó a su mujer encogiéndose de hombros-. Quiere verme esta noche. Siento curiosidad por saber de qué se trata. En realidad, es un sujeto muy simpático. Espero que no te importe, cariño.
– Tonto, no esperaba que fuéramos a cenar los dos solos -dijo ella indicándole el aparato-. Será mejor que llames al Jockey Club y reserves mesa para tres. Además, siento tanta curiosidad como tú.
El Jockey Club, situado en el hotel Fairfax de la avenida Massachusetts, estaba ya abarrotado de gente a las nueve de la noche. A pesar de ello, la mejor mesa del restaurante había sido reservada para Chris Collins y sus acompañantes.
– Mira, eso de ser el secretario de Justicia tiene también sus ventajas -le había susurrado Collins a su mujer.
– Se tienen las mismas ventajas ofreciendo generosas propinas -replicó ella.
Ishmael Young les había estado aguardando en la calle y se había mostrado insólitamente nervioso, sin dejar de disculparse ante ellos desde que habían llegado.
Ahora, una vez les hubieron servido las bebidas, Young acarició con aire ausente el vaso de Jack Daniels con soda y se deshizo nuevamente en disculpas.
– Siento muchísimo haberme entremetido en una velada particular como ésta.
– Estamos encantados de tenerle en nuestra compañía -dijo Collins alegremente. Se sentía muy dichoso y levantó su whisky con agua en un brindis burlón-. Por la derrota de la Enmienda XXXV. -Esperó a que Karen levantara su vodka con tónica y a que el escritor se uniera al brindis y bebió. Tras dejar el vaso, le dijo a Young:- No sabía usted que ya no apoyo la Enmienda XXXV, ¿verdad?
– Pues sí, lo sabía -repuso Young.
Collins no pudo ocultar su asombro.
– ¿Cómo es posible? Ha sido una decisión personal. No la he dado a conocer públicamente, y no la daré a conocer mientras pertenezca a la administración. -Ladeó la cabeza mirando a Young.- ¿Cómo se ha enterado usted?
– Olvida que estoy trabajando con el director Tynan -dijo Young-. El director lo sabe todo. Y yo soy su «sombra». Collins se puso muy serio.
– Comprendo. O sea, que él también lo sabe, ¿verdad?
– Sí.
– Debería haberlo imaginado. -Ingirió un buen trago de whisky.- Siempre tiendo a subestimarle. Debería recordar que es extraordinario.
Se produjo un breve silencio. Ishmael Young empezó a juguetear con su vaso; parecía como si intentara hallar las palabras más adecuadas para expresar lo que deseaba decir. Al final, decidió hablar.
– He querido verle esta noche por… por dos razones. Una de ellas tiene que ver con usted. La otra tiene que ver conmigo. Me referiré en primer lugar a la suya.
Vaciló unos momentos y Collins tuvo que aguijonearle.
– Y bien, ¿de qué se trata?
– Quiero hablarle de Tynan.
Collins pareció exasperarse.
– Un momento. Si quiere usted decir que desea hacerme más preguntas acerca de lo que opino de Tynan con vistas a su libro, no tengo nada más que decirle.
– No, no se trata de eso -se apresuró a decir Young-. No tiene nada que ver con el libro. No me he entremetido en su cenapara preguntarle acerca de Tynan. He venido porque deseo hablarle de Tynan. Quería…
– Hablarme, ¿de qué? -le interrumpió Collins impacientándose-. ¿De qué quiere usted hablarme?
Karen extendió la mano y rozó el brazo de Collins.
– Por favor, Chris, déjale hablar.
Ishmael Young le dirigió a Karen una mirada de gratitud, se arregló nerviosamente el nudo de la corbata y se alisó los cabellos que le cubrían la calva.
A pesar de sentirse irritado ante el hecho de que el escritor se mostrara reacio a ir al grano, Collins obedeció a su esposa y esperó.
– No le gusta usted nada, ¿sabe? -dijo Young.
– ¿A quién? ¿A Tynan?
– En efecto. No le gusta usted absolutamente nada -repitió Young.
– No me sorprende -dijo Collins-. Pero, ¿cómo lo ha averiguado usted?
– Le veo en su despacho todas las semanas. Voy allí, sí, pero últimamente muchas veces parece como si no se percatara de mi presencia. Habla y habla. Contesta al teléfono. Efectúa llamadas. Deja notas y memorándos por allí. Casi no se da cuenta de mi presencia. Parece como si yo no fuera una persona. Tal vez tenga razón. No soy más que una especie de papel secante.
– Así es que no le gusto -dijo Collins.
– Y he llegado a la conclusión de que, si a él no le gusta, me tendrá usted que gustar a mí. Cualquier cosa o persona que no le guste a Tynan tiene que ser buena. Tal como le dije la primera vez que nos vimos, Tynan no es santo de mi devoción. Y he llegado a pensar que tampoco lo es de la suya. He comprendido, tanto si a usted le gusta como si no, que estamos del mismo lado. Por eso he querido verle inmediatamente, para advertirle de algo.
Karen pareció inquietarse, pero Collins permaneció impasible.
– Prosiga -dijo.
– Muy bien -dijo Young bajando la voz-. Tynan y el FBI han estado llevando a cabo una investigación acerca de usted.
– Oh, Chris -exclamó Karen con voz entrecortada.
Collins le hizo un gesto para que guardara silencio y le dijo al escritor:
– Eso no es ninguna novedad. Si no es más…
– Yo creía…
– Naturalmente que el FBI ha llevado a cabo una investigaciónacerca de mí. Es su trabajo. Tuvieron que iniciar una investigación acerca de mi persona en cuanto el presidente me nombró para el cargo de secretario de Justicia. Lo hacen siempre.
– No, usted no me ha entendido, señor Collins. Ya sé que realizaron una investigación sobre usted hace algunas semanas. Ya sé que lo hacen siempre. Lo que yo quiero decirle es que Tynan inició el otro día una nueva investigación secreta acerca de usted. La están realizando en estos momentos.
Collins parpadeó mirando a Young como desconcertado, y finalmente lo comprendió. Lanzó un suspiro y dijo: