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– Bueno, pero… -Después añadió:- ¿Está usted seguro, Young?

– Completamente. Y tampoco es la primera vez que Tynan realiza averiguaciones acerca de usted. El mes pasado le oí hablar por teléfono acerca de Baxter y de la iglesia de la Santísima Trinidad y hacer una referencia al asunto de Collins…

– Eso ya lo sé -dijo Collins interrumpiéndole-. Pero lo de ahora es más importante. ¿Dice usted que está seguro? ¿Oyó usted que Tynan me estaba sometiendo nuevamente a investigación?

– Sin lugar a dudas. Ayer me pasé con él mucho rato. Recibió una llamada. Cuando estamos trabajando, sólo suelen pasarle las llamadas del presidente y de Adcock. Pero la llamada no era del presidente. Mientras él hablaba por teléfono, yo me fui al lavabo… pero dejé la puerta entreabierta. Pude oír lo que él de-cía. El nombre de usted no se mencionó. Pero hubo una referencia, no recuerdo exactamente cuál, que me permitió comprender claramente que estaban hablando de usted. Se relacionaba con una investigación actualmente en curso. Al final, Tynan le dijo a Adcock: «Bueno, pues siga intentándolo. Y no pierda de vista a los demás».

– ¿Los demás? -preguntó Karen perpleja-. ¿Qué quiso decir con eso?

– No tengo ni la menor idea -repuso Ishmael Young. Después se dirigió a Collins:- Pero no cabe la menor duda de que el tema de la conversación era usted. ¿Le parece lógico? ¿Puede haber alguna razón para que estén realizando una investigación sobre usted?

– Tal vez… sí, es posible -repuso Collins lentamente.

– He pensado que debía advertirle cuanto antes para que se ponga usted en guardia -dijo Ishmael Young.

– Se lo agradezco -dijo Collins con sinceridad-. Gracias… Ishmael. -Miró distraídamente a su alrededor, vio al camarero y le hizo señas.- Me parece que esto exige otra ronda.

Una vez el camarero se hubo marchado, Karen se aproximó a su esposo.

– ¿Qué significa todo eso, Chris? -le dijo tratando de reprimir su inquietud.

– No estoy seguro, cariño. Probablemente nada -repuso él procurando tranquilizarla-. No todas las investigaciones tienen un carácter siniestro. A veces se hacen para investigar a alguna persona relacionada conmigo al objeto de protegerme.

– Así podría ser, en efecto -se apresuró a decir Young en un intento de calmar a Karen.

– Pero lo menos que podría hacer es decírtelo -le dijo ésta a su marido-, no hacer esas cosas a espaldas tuyas. Al fin y al cabo, tú eres un superior suyo. Ciertamente es un hombre horrible.

Llegó la segunda ronda de bebidas y Young levantó su vaso.

– Por eso sí voy a beber, señora Collins -dijo mirando a su alrededor para cerciorarse de que nadie le estuviera escuchando-. Él, ya saben ustedes a quién me refiero, es el peor hijo de puta, y perdónenme la expresión, el peor ególatra y el bastardo más inmoral que jamás me he echado a la cara.

Bebieron y, antes de que pudieran reanudar su conversación, apareció el maitre para anotar los platos.

Todos se mostraron de acuerdo en pedir de primer plato sopa de cebolla gratinada. Después, Collins pidió turnedos Rossini para Karen, esperó a que Young terminara de examinar la carta y, finalmente, pidió para éste bistec a la Stroganoff y pollo al vino para sí mismo.

Ishmael Young tomó otro trago de Jack Daniels.

– Hablando de Tynan -dijo dirigiéndose a Karen-, son sólo conjeturas, desde luego, pero no se me ocurre pensar en nadie que le aprecie, a excepción de su madre y de Adcock. Todos los demás o bien le respetan o bien le odian o le temen.

Collíns estaba empezando a mostrarse interesado.

– A excepción de su madre y de Adcock, ha dicho usted. ¿Ha sido una broma eso de su madre o hablaba usted en serio? ¿Acaso tiene a su madre aquí?

– Le cuesta creerlo, ¿verdad? Que Vernon T. Tynan pueda tener madre… Pues la tiene. A un tiro de piedra de aquí. Rose Tynan. Ochenta y cuatro años de edad. Vive en Alexandria. Nadie lo sabe a excepción de Adcock y de mí, pero acude a verla todos los sábados. Sí, el monstruo tiene una madre en toda regla.

– ¿La ha visto usted? -preguntó Collins.

– Desde luego que no. Está prohibido. Una vez en que le estaba entrevistando a propósito de sus años juveniles, Tynan no conseguía recordar no sé qué cosa, pero dijo que su madre sí se acordaría y que ya se lo preguntaría. Yo entonces le dije que no sabía que su madre viviera, y él me contestó: «Ya lo creo, pero no hablo de ella por motivos de seguridad, por su propia seguridad». Me ordenó que no dijera en el libro que estaba viva, rogándome, sin embargo, que me refiriera a ella y dijera cosas agradables acerca de su persona. Y entonces me habló un poco de su madre. Así es como lo supe.

– Interesante -dijo Collins.

– No me puedo imaginar a un Tynan con madre -dijo Karen-. Eso le confiere una apariencia casi humana.

– No se llame usted a engaño -le dijo Ishmael Young-. Calígula también tenía una madre. Al igual que Jack el Destripador.

Collins se mostraba simplemente interesado, pero Karen se lo había tomado muy en serio y deseaba seguir hablando de Tynan con Ishmael Young.

– Señor Young, si tanto le desagrada el director Tynan…

– Yo no he dicho que me desagradara. Le odio.

– Muy bien, pues si le odia, ¿por qué trabaja con él en su autobiografía?

– ¿Pór qué? Voy a decirle el porqué… -Pero no lo hizo en seguida, porque el camarero se había acercado con un carrito en el que traía la sopa de cebolla y estaba empezando a servírsela en unos cuencos. En cuanto el camarero se hubo marchado, Young siguió hablando:- Cuando conocí a su esposo le dije que me habían obligado a escribir este libro. Ahora me gustaría explicárselo mejor, si me lo permiten. -Se dirigió a Collins.- En realidad, existe otro motivo por el cual deseaba verle esta noche. Le he dicho que el primer motivo tenía que ver con usted y que el segundo tenía que ver conmigo. Espero que no le importe que le moleste con un problema que se me ha planteado. Guarda relación con Tynan y con el Mein Kampf que le estoy escribiendo.

– Prosiga, por favor -dijo Collins.

– Me obligaron a escribir este maldito libro -dijo Young-. Yo no quería pero Tynan me obligó. Lo que ocurrió fue… Bueno, yo estuve algún tiempo viviendo en París, donde me dediqué a realizar estudios sobre un libro que tenía intención de escribir, no por cuenta de terceros sino firmado con mi propio nombre, un libro sobre la Comuna de París. Entre las personas que entrevisté entonces, hace dos años, se encontraban un profesor británico exiliado y su esposa. El profesor Henderson, un experto en el tema de la Comuna, había sido deportado hacía tiempo desde los Estados Unidos por su participación en actividades anarquistas. Los Henderson tenían una hija, Emmy, de la que me enamoré perdidamente. La primera y única vez de mi vida. Y ella se enamoró de mí. Y decidimos casarnos. Lo malo era que yo… estaba casado. Separado desde hacía algún tiempo, pero casado. Teníamos previsto que yo regresara a Nueva York, me divorciara y después mandara llamarla y me casara con ella. El divorcio resultó bastante complicado…

– Conozco el tema -dijo Collins tomando la mano de Karen.

– Al final, tuve un poco de suerte. Conseguí escribir un libro de bastante éxito y, entregándole todos los beneficios a mi esposa, conseguí divorciarme. Me disponía ya a llamar a Emmy. Pero, entre tanto, Vernon T. Tynan me había descubierto y había llegado a la conclusión de que yo era la única persona capaz de escribirle su autobiografía. Me negué. A Tynan no le gusta que le hagan un desaire. Realizó una investigación acerca de mí. Se enteró de lo de Emmy y sus padres. Se enteró de que Emmy, al igual que sus padres, había sido una anarquista declarada, si bien, a diferencia de sus padres, se trataba de una anarquista pasiva, de tipo intelectual. Es una persona dulce y amable, una teórica política, pero nada más. Pues bien, Tynan ya pudo disponer del material que le hacía falta y me lo echó en cara. Si me negaba a colaborar con él en su libro, impediría la entrada de Emmy en Estados Unidos sobre la base de que era una extranjera indeseable. En cambio, si colaboraba con él, se olvidaría de todo y le permitiría entrar en el país en cuanto se hubiera terminado de escribir el libro. Ése fue el anzuelo que me lanzó. ¿Qué podía hacer? Tenía que morderlo. Por eso accedí a escribirle el libro.