El hecho de haber logrado persuadir a Maynard para que se manifestara públicamente en contra de la enmienda había constituido su victoria definitiva. Con ello quedaría anulada toda la táctica de la oposición. El sueño dorado de Tynan, su esperanza de alzarse con un poder dictatorial a través de la Enmienda XXXV, se desvanecería en cuanto el presidente del Tribunal Supremo, Maynard, dejara escuchar su voz en Sacramento y hablara en contra de la enmienda. Hasta podrían olvidarse de la misteriosa arma de Tynan, el Documento R, independientemente de lo que éste pudiera ser. A pesar de la advertencia de Baxter en su lecho de muerte en el sentido de que era necesario darlo a conocer, el Documento R resultaría impotente e inofensivo gracias a las afirmaciones que Maynard iba a hacer hoy en Sacramento.
Tras secarse el rostro, Collins descolgó de una percha una camisa azul limpia y se la puso. Mientras se la abrochaba, calculó el momento exacto de la victoria de la democracia en los Estados Unidos. El reloj de la repisa de azulejos de debajo del espejo del cuarto de baño le decía que eran en Washington las ocho en punto de la mañana. Ello significaba que en California eran las cinco de la mañana. En aquellos momentos, Maynard se estaría levantando de su cama disponiéndose a emprender el viaje de dos horas desde Palm Springs a Los Ángeles. Allí, a las nueve de la mañana, mientras Collins se tomara aquí el almuerzo, Maynard se reuniría con los informadores en una conferencia de prensa y asombraría a la nación con su dimisión, asombraría a toda California al declarar que tenía el propósito de trasladarse a la capital del estado con el fin de instar a los legisladores a que rechazaran la Enmienda XXXV. Y allí, a las tres de la tarde, mientras Collins abandonara su despacho y se dispusiera a regresar a casa para la cena, Maynard leería su electrizante declaración contra la enmienda, primero ante el Comité judicial de la Asamblea del estado y después ante el Comité Judicial del Senado del estado.
Faltaban pocas horas para que la Asamblea de California votara sobre la enmienda constitucional, seguida por el Senado. Pero la enmienda no llegaría al Senado. Sería destruida para siempre en su primera prueba ante la Asamblea. La opinión de Maynard, su influencia y su prestigio conseguirían la victoria.
Collins empezó a tararear el «Gloria, gloria, aleluya», pero de pronto se dio cuenta de que resultaba un poco cursi y se calló. Se había puesto la corbata y se la estaba anudando, disponiéndose a tomar rápidamente el desayuno en compañía de Karen antes de salir a toda prisa hacia el despacho, cuando escuchó llamar a la puerta del cuarto de baño.
– ¿Chris?
– Sí.
– Hay un señor que ha venido a verte. Un tal Schiller, Dorian Schiller. Dice que es amigo tuyo.
Collins abrió la puerta del cuarto de baño.
– ¿Dorian Schiller, aquí?
– No me sonaba el nombre. Por eso no le he hecho pasar. Le diré…
Karen había dado media vuelta para marcharse cuando Collins extendió la mano y la asió por el brazo.
– No, Karen, espera. Es el nuevo nombre que le di a Donald Radenbaugh.
– ¿A quién?
– No te preocupes. Te lo explicaré más tarde. Es un amigo mío. Hazle pasar en seguida. Le recibiré ahora mismo.
Mientras Karen se dirigía a la puerta principal para franquearle la entrada a Radenbaugh, Collins fue por la chaqueta. Al tiempo que se la ponía, se preguntó qué desearía Radenbaugh a aquella hora tan temprana. Desde su regreso de Argo City sólo se había reunido con Radenbaugh una vez, si bien había estado hablando con él diariamente por teléfono. Había instalado a Radenbaugh en una suite de dos habitaciones del Hotel Madison, situado en la confluencia de las calles Quince y M, y le había entregado todas las notas y resultados de investigaciones de que se disponía con vistas a un plan de su invención destinado a combatir la criminalidad y el desorden en la nación. Se trataba de un plan susceptible de sustituir a la Enmienda XXXV, un plan que Collins tenía el propósito de presentar en el transcurso de la reunión del gabinete consecutiva a la derrota de la enmienda en California.
La presencia de Radenbaugh en su casa a aquellas horas de la mañana constituía una sorpresa. Collins le había dicho claramente que no se alejara demasiado de los confines del hotel, que permaneciera el mayor tiempo posible en sus habitaciones. En Washington se le conocía demasiado. A pesar de que su aspecto había sufrido una considerable modificación, era posible que le reconociera alguien que le hubiera conocido muy bien. Ello provocaría dificultades, y hasta podría traducirse en su eliminación. Collins sólo deseaba que permaneciera en Washington el tiempo estrictamente necesario para la preparación de aquel proyecto de ley. Entre tanto, se intentaría encontrarle una ocupación razonable en alguna pequeña localidad de alguna apartada zona del país.
Collins abandonó el dormitorio con aire preocupado y entró en el salón. Esperaba encontrar a Radenbaugh sentado, pero se hallaba de pie paseando muy nervioso por la estancia. Karen se encontraba junto a la mesita colocando la bandeja del desayuno.
– ¿Qué tal, Donald? -dijo Collins saludando a Radenbaugh-. No le esperaba. ¿Conoce a mi esposa…?
Radenbaugh se detuvo como si no le hubiera oído, pero Karen dijo que ya se habían presentado mutuamente. Después añadió:
– Les he traído zumo de frutas, café y tostadas. Ahora les dejo solos para que puedan hablar.
Karen salió de la estancia.
Radenbaugh miró fijamente a Collins con el rostro desencajado por la angustia.
– Malas noticias -dijo al final-, muy malas noticias, Chris.-Antes de que Collins pudiera reaccionar, Radenbaugh prosiguió rápidamente.- Llevan anunciándolo por televisión desde las seis de la mañana. Siempre pongo el aparato cuando me levanto. He intentado llamarle inmediatamente, pero había perdido su número y éste no figuraba en la guía. Por eso he venido en seguida.
Collins permaneció inmóvil. Presentía la llegada de un desastre.
– ¿De qué se trata, Donald? Le veo muy agitado.
– La peor noticia que pueda imaginarse. -Radenbaugh respiraba como un asmático.- Chris, no sé cómo decírselo…
– Maldita sea, ¿qué ha sucedido?
– El presidente del Tribunal Supremo, Maynard, y su esposa…han sido asesinados en sus lechos la noche pasada… asesinados por un vulgar ladrón.
Collins experimentó la sensación de que las rodillas se le licuaban.
– ¿Maynard… asesinado? No… no puedo creerlo.
– En Palm Springs, California, hacia las dos de la madrugada. Maynard y su esposa Abigail se encontraban durmiendo. Según la reconstrucción del crimen, alguien debió entrar a través de la puerta de servicio. La persona en cuestión penetró en el dormitorio. Al parecer, Maynard se despertó. Intentó levantarse de la cama o efectuar algún movimiento. El pistolero efectuó dos disparos con un revólver Walther P-38 de 9 milímetros y le alcanzó en el tórax y la cabeza… matándole instantáneamente. Entonces se despertó la señora Maynard y el asesino le disparó por tres veces…
– ¡Dios mío, jamás había oído nada igual!
– La noticia me ha trastornado. No sabía cómo decírselo.
Desesperado, Collins empezó a pasear por la estancia golpeándose constantemente la palma de una mano con el puño de la otra.