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Collins hizo un rápido gesto de asentimiento y esperó.

– Veamos los motivos que usted me ha indicado para la destitución del director Tynan -dijo el presidente-. Chris, tratemos de ser lo más objetivos posible. Conoce usted la ley mejor que nadie. Es usted el primer abogado del país. Usted sabe que una persona es inocente hasta tanto no se demuestre que es culpable. La teoría, los rumores, las insinuaciones, los comentarios, las deducciones no constituyen pruebas auténticas e irrefutables. Sus pruebas no son más que una urdimbre de palabras, no de hechos.

Collins se inclinó hacia adelante como para hablar, pero el presidente levantó ambas manos.

– Espere, Chris -dijo Wadsworth-. Permítame que siga. Déjeme que le diga lo que quiero decirle. ¿Cuáles son las acusaciones directas que lanza usted contra el director Tynan? Veámoslas. Tynan ha falseado las estadísticas criminales relativas a California. ¿Puede usted demostrarlo sin lugar a dudas? Tynan ha construido campos de internamiento por toda la nación. ¿Puede demostrarlo? ¿Puede decirme qué empresa es la que se está encargando de construirlos? ¿Puede usted demostrarme que dichas instalaciones están destinadas a los disidentes? Tynan ha cerrado un trato con Radenbaugh liberando a este recluso de Lewisburg y facilitándole otra identidad. ¿Puede demostrarlo? ¿Puede demostrar que se cerró el trato, que fue Tynan quien lo cerró y que Radenbaugh no ha muerto tal como anunció la prisión? Tynan ordenó que se entregase dinero al asesino de Maynard. ¿Lo puede demostrar? Tal como usted mismo ha reconocido, no lo puede demostrar, ¿no es cierto? Tynan ha utilizado a los habitantes de una ciudad de empresa de Arizona en calidad de conejitos de Indias en relación con la Enmienda XXXV. ¿Puede demostrarlo? Sabemos que Tynan había estado llevando a cabo investigaciones acerca de esta localidad, pero, ¿puede usted demostrar que en realidad la estaba utilizando con vistas a algún objetivo nefasto? Tynan es algo así como el profesor Moriarty, el célebre personaje de Conan Doyle, de alguna siniestra conspiración encarnada en algo, en una especie de plan llamado el Documento R. ¿Puede demostrarlo? ¿Puede usted afirmar que se lo oyó decir personalmente al coronel Baxter? ¿Puede demostrar la existencia de ese documento? Y, caso de que exista, ¿puede demostrar que es peligroso? ¿Puede decirme de qué se trata y dónde se encuentra? -El presidente Wadsworth respiró hondo y prosiguió:- Chris, ¿qué es lo que tiene usted como no sea una urdimbre formada por especulaciones y conjeturas fantásticas? Basándose en estas acusaciones, sin aportar pruebas irrefutables, ¿desea usted que destituya al director del FBI, a uno de los hombres más eficientes y populares del país? Chris, ¿acaso ha perdido usted el juicio? ¿Destituir a Tynan? ¿Por qué? Su petición es imposible, Chris, imposible.

Collins se había ido desanimando mientras escuchaba estas palabras y ahora se sentía derrotado y abatido. Había albergado la esperanza de que el presidente dudara y discutiera, no que le atacara con tanta decisión.

Intentó desesperadamente recuperarse.

– Señor presidente, las pruebas pueden revestir muchas formas. Sé que, si dispusiera de tiempo, podría aportar pruebas que le dejarían plenamente satisfecho. Pero no disponemos de tiempo. Quite primero de en medio a Tynan. Es peligroso. Más tarde ya encontraremos delitos de que acusarlo. Le digo, basándome en lo que me han dicho y lo que he visto, que Tynan hará cualquier cosa, lo que sea, para anular la Ley de Derechos, conseguir la ratificación de la Enmienda XXXV y destruir nuestra democracia.

El rostro del presidente se había petrificado.

– Es que yo también deseo la ratificación de la Enmienda XXXV -dijo éste-. ¿Acaso ello significa que deseo destruir nuestra democracia?

– No, por supuesto que no, señor presidente -se apresuró a reconocer Collins-. No quiero dar a entender que todos los partidarios de la aprobación de la Enmienda XXXV están en contra de un gobierno democrático. De hecho, yo también la he apoyado durante algún tiempo y me he manifestado públicamente a favor de la misma. Por lo que a la gente respecta, sigo apoyándola puesto que no la he denunciado públicamente, y no pienso hacerlo mientras pertenezca a la actual administración.

– Me alegra oírselo decir, Chris -dijo el presidente ablandándose un poco-. Me alegra que posea usted el sentido de la lealtad.

– Por supuesto que lo poseo -dijo Chris-. Pero falta saber si Tynan lo posee también. Se trata de algo más que eso. Se trata de lo que representa la democracia. Usted y yo lo sabemos. Pero, ¿lo sabe Tynan? En nuestras manos, la Enmienda XXXV no sería erróneamente utilizada. Pero, ¿y en las suyas…?

– No existe la menor prueba de que él tuviera que interpretar la ley de un modo distinto a como lo haríamos usted o yo.

– A la luz de todo lo que acabo de revelarle, ¿puede usted decir eso? Aunque no pueda demostrarle nada, tiene usted que reconocer…

– Es inútil, Chris -le interrumpió el presidente rodeando el sillón y acomodándose en el mismo con aire decidido-. Lo lamento, Chris. Respeto los hechos. Escucho los hechos. Basándome en lo que usted me ha dicho, no me parece que los hechos avalen su punto de vista. No veo suficientes motivos para destituir a Tynan. Haga un esfuerzo por verlo desde mi perspectiva. La reputación de patriota de Tynan es impecable. Destituirle con unas pruebas tan confusas sería como detener a George Washington por fomentar el desorden o encarcelar por subversión a Barbara Frietchie, la heroína que desafió a los rebeldes del Sur. Destituirle constituiría un mal servicio al país y significaría también mi suicidio político. El público confía en Tynan. La gente cree en él…

– ¿Y usted? -preguntó Collins-. ¿Cree usted en él?

– ¿Por qué no? -replicó el presidente-. Siempre le he visto deseoso de colaborar. Ha sido en todo momento uno de nuestros mejores funcionarios públicos. En algunas ocasiones tiende a ser excesivamente celoso en su intento de alcanzar sus objetivos. Pero, bien mirado…

– Va usted a conservarle en su puesto y a seguir apoyando la Enmienda XXXV -dijo Collins-. Nada de lo que yo diga le disuadirá de su propósito. Está dispuesto a seguir respaldándole.

– Sí -dijo el presidente con decisión-. No tengo más remedio, Chris.

– En tal caso, yo tampoco tengo más remedio, señor presidente -dijo Collins levantándose muy despacio-. Si apoya usted a Tynan, tendrá que prescindir de mí. No tengo más remedio que dimitir de mi cargo de secretario de Justicia. Ahora regresaré a mi despacho y redactaré mi carta oficial de dimisión. Me pasaré las próximas veinticuatro horas luchando contra la enmienda en la Asamblea de California, y, si fracaso allí, dedicaré todas las horas que me queden a combatirla en aquel Senado.

Saludó al presidente con un gesto y se estaba dirigiendo hacia la puerta que tenía más cerca cuando oyó que Wadsworth le llamaba por su nombre. Collins se detuvo ya junto a la puerta y volvió la cabeza.

El presidente le estaba mirando auténticamente apenado.

– Chris -le dijo-, antes de hacer algo que después pueda lamentar, piénselo dos veces. -Se removió inquieto en su sillón.- Se trata de un período crítico… tanto para nosotros como para el país. No es momento de agitar la embarcación.

– Yo abandono esta embarcación, señor presidente -dijo Collins-. Me hundiré o bien nadaré por mi cuenta. Buenos días.

Tras lo cual, abandonó el Despacho Ovalado.

El presidente Wadsworth permaneció largo rato con la vista clavada en la puerta una vez Collins se hubo marchado. Final-mente, descolgó el teléfono y estableció comunicación con su secretaria personal.

– ¿Señorita Ledger? Llame al director Tynan al FBI. Dígale que deseo verle a solas cuanto antes.