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– Es cierto -reconoció Collins.

– Y, sin embargo, ahora no se encuentra usted en Sacramento -dijo Pierce-. Se encuentra aquí en Chicago. Anoche, al encontrarme con su recado, me sorprendí. Temí que el cambio en sus planes de viaje significara que también se había producido un cambio en sus planes políticos. Pero llegué a la conclusión de que no era posible, puesto que, de otro modo, no hubiera usted deseado entrevistarse conmigo.

– Una vez más está en lo cierto -dijo Collins-. Mi política sigue siendo la misma. Estoy sinceramente en contra de la Enmienda XXXV. Tenía intención de desplazarme a Sacramento para combatirla. Pero, a última hora, se presentó algo…

– Se presentó Tynan -dijo Pierce simplemente.

– ¿Cómo lo sabe usted? -preguntó Collins frunciendo el ceño.

– No lo sé -repuso Pierce-, pero estoy seguro.

Van Allen decidió hablar por primera vez.

– Tynan está por todas partes. No le subestime jamás. Es omnisciente y vengativo. Prosiguió la labor que J. Edgar Hoover había iniciado. ¿Recuerda usted los archivos OC, Oficiales y Confidenciales? Hoover ordenó a sus investigadores que obtuvieran información acerca de la vida sexual de Martin Luther King. Disponía de información personal acerca de Muhammad Alí, Jane Fonda, él doctor Benjamin Spock y por lo menos diecisiete altos funcionarios del gobierno, congresistas y periodistas. Bien, pues todo aquello no fue más que un trabajo de aficionados comparado con lo que Vernon T. Tynan ha hecho. Ha triplicado los archivos OC de Hoover. Los ha venido utilizando regularmente en sus chantajes. Por el bien del país, diría él…

– El patriotismo -terció Ingstrup- es el último refugio de los sinvergüenzas, en palabras del doctor Samuel Johnson.

– Es cierto -dijo Van Allen-. Cuando Tynan me encargó la misión de investigar acerca de la vida privada de varios líderes de la mayoría del Senado y de las Cámaras de Representantes, y esto fue antes de que se presentara al Congreso el proyecto de la enmienda y me imagino que su propósito debía ser el de conseguir su aprobación, acudí a él y puse reparos. Le dije que preferiría que me encargara otra misión. «Tendré mucho gusto en complacerle, Van Allen», me dijo. Y la siguiente noticia que recibí fue que me habían destinado a otra delegación, lejos de la central de Washington. Me notificaron mi traslado a la delegación del FBI de Butte, Montana. Eso es como la Siberia de Tynan. Comprendí el mensaje y dimití de mi puesto.

– Exactamente -dijo Pierce-. Al mencionarle el hecho de que los tres habíamos dimitido del FBI, no quería darle a entender que lo habíamos hecho en plan amistoso. A Van le iban a enviar al exilio y prefirió dimitir, tal como él mismo le ha dicho. Ingstrup fue el principal orador en el transcurso de la ceremonia de graduación de su hija en la escuela superior. Habló del papel del FBI en nuestra democracia y apuntó la necesidad de que se llevaran a cabo algunas reformas en dicho organismo. Tynan se enteró inmediatamente. Ingstrup fue degradado y se vio obligado a dimitir. Pero Tynan seguía sin darse por satisfecho. Al intentar Ingstrup obtener un puesto en las fuerzas del orden, el largo brazo de Tynan le siguió hasta allí. Tynan informó de que Ingstrup poseía un pésimo historial en el FBI. Decidió entonces dedicarse a escribir y su primera obra fue una valoración crítica de la actuación del FBI. Tynan trató de impedir la publicación del manuscrito. Consiguió un éxito a medias, puesto que Ingstrup tuvo que conformarse con un editor de tres al cuarto. Afortunadamente, el libro constituyó un gran éxito de venta.

– ¿Y qué me dice de usted? -preguntó Collins.

– ¿Yo? -dijo Pierce-. Protesté por la degradación de Ingstrup. Le defendí. La única respuesta de Tynan fue un breve memorando en el que se me notificaba mi traslado a Cincinnati, la segunda Siberia de Tynan. Comprendí entonces que en el FBI no tendría el menor futuro. Y dimití de mi puesto. No, Chris, permítame que le llame Chris, nadie puede jugar con Tynan y llevar las de ganar.

– Usted está jugando ahora con él a propósito de la Enmienda XXXV.

– Y no abrigo esperanzas de ganar -dijo Pierce-. De todos modos, lo intentaré. Al decirme usted que efectivamente tenía intención de oponerse a Tynan pero que se había presentado algo que le había inducido a modificar sus planes, he comprendido que ese algo debía de ser alguien llamado Tynan. Me imagino que no va usted a ponerse abiertamente de nuestra parte.

– No puedo -dijo Collins con expresión de impotencia. Estudió a los tres hombres que se encontraban con él en la habitación, a aquellos veteranos de Tynan, aquellos hombres que lo habían perdido todo por haberse opuesto al director del FBI con toda su gigantesca maquinaria, y súbitamente se sintió muy cerca de ellos. Habían conseguido ganarse por completo su confianza. Decidió revelarles cómo, a última hora, Tynan había conseguido inutilizarle-. Bueno, creo que no hay nada que ocultar. Le diré por qué no puedo ponerme públicamente de su parte.-Puede usted confiar en nosotros, Chris -dijo Pierce esbozando una leve sonrisa.

Collins reflexionó acerca de lo que iba a decirles, sin saber siquiera por dónde empezar.

– Ayer acudí a ver al presidente Wadsworth. Le dije que había recibido información en el sentido de que Tynan había sido el responsable del asesinato del presidente del Tribunal Supremo Maynard…

– ¡Cómo! -exclamó Pierce-. De eso no teníamos ni idea. ¿Lo sabe usted con toda certeza?

– Creo que sí. Lo he sabido a través de una persona que se vio mezclada en el asunto, pero no puedo demostrarlo. No pude demostrarle al presidente ni eso ni otras muchas cosas. A pesar de todo, ataqué a Tynan con todas mis fuerzas. Le pedí al presidente que cesara a Tynan. Se negó. Entonces le dije que no tendría más remedio que dimitir de mi cargo y trasladarme a California para manifestarme en público en contra de la enmienda. Y estaba dispuesto a hacerlo, tal como ustedes saben.

– Pero entonces se tropezó usted con el detestable Tynan -dijo Pierce.

– Exactamente. Se plantó personalmente en mi despacho en un abrir y cerrar de ojos.

– Para someterle a chantaje y obligarle a guardar silencio -dijo Ingstrup.

– Sí, estaba dispuesto a someterme a un chantaje -dijo Collins.

– Cuéntenos lo que ocurrió -dijo Pierce volviendo a llenarse la pipa y encendiéndola. Collins accedió a hacerlo, tras una ligera vacilación. Les contó todos los detalles de las pruebas que Tynan había reunido contra su esposa y les habló del nuevo testigo presencial que había conseguido descubrir.

– Lo hizo sin demasiadas sutilezas -terminó diciendo Collins-. Me expuso las condiciones de la rendición. No debería dimitir. No iría a California. No podría oponerme a la enmienda. Si aceptaba las condiciones, Karen estaría a salvo. Su caso de Forth Worth no sería abierto de nuevo. Si le desafiaba y seguía adelante, Karen tendría que volver a comparecer ante un tribunal. No tuve más remedio que doblegarme y aceptar sus condiciones.

– Pero ella le ha dicho a usted que es inocente -dijo Van Allen.

– Pues claro. Es inocente. Creo en ella. Pero no podía permitir que volviera a soportar ese tormento. Tuve que ceder -dijo Collins levantando las manos-. Y aquí estoy… Sansón con el cabello cortado.

Observó que Pierce miraba a Van Allen y que éste asentía imperceptiblemente con la cabeza. Pierce miró después a Ingstrup que también asintió.

– Tal vez podamos ayudarle, Chris -dijo Pierce dirigiéndose de nuevo a Collins.

– ¿Cómo?

– Interviniendo con nuestras pequeñas fuerzas de contraataque, con nuestro IFBI. En Texas tenemos a uno de nuestros mejores hombres: un ranchero llamado Jim Shack. Fue agente del FBI durante diez años, pero se hartó de su trabajo al acceder Tynan al cargo de director. Tenemos, además, a otros dos que todavía son miembros del FBI pero que odian a Tynan. Podrían hacer mucho por usted, y hasta es posible que le proporcionaran a Sansón un peluquín.