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– La veo mejor que la última vez, Hannah. ¿Qué es de su vida?

– Me las apaño, Christopher, me las apaño como puedo. Gracias a Dios, tengo al pequeño Rick en casa. Cuando por la tarde se va a la escuela, me encuentro completamente perdida. Sus padres regresarán de África la semana que viene. Creo que dejarán que se quede conmigo hasta que finalice el semestre. Y tal vez me lo dejen también durante el verano. ¿Cómo está Karen?

Collins hubiera deseado decírselo, pero lo pensó mejor considerando que complicaría demasiado las cosas y tendría que mencionar a Tynan.

– Pues muy bien -contestó-. Mejor que nunca. Le envía recuerdos.

Habían pasado al salón. Hannah señaló hacia la puerta vidriera, parcialmente oculta por pesados cortinajes marrones a medio correr.

– Fíjate cómo llueve. Lástima que no nos haya salido un día soleado. Hubiéramos podido sentarnos en el patio. Bueno, da lo mismo, nos pondremos cómodos aquí.

Collins esperó a que Hannah se acomodara en el sofá y después tomó asiento en un sillón que había frente a la puerta vidriera.

¿Puedo ofrecerte algo, Christopher? -le preguntó ella-. ¿Café o té?

– Nada, Hannah. Muchas gracias. Quería hablarle de un pequeño asunto. No la entretendré demasiado.

– Pues adelante.

– En realidad, se trata del mismo asunto por el que acudí a visitarla la última vez, poco después de la muerte de Noah. ¿Lo recuerda?

– No demasiado -repuso ella frunciendo el ceño-. Han ocurrido tantas cosas… Creo que se trataba de algo relacionado con unos papeles de Noah que tú tratabas de encontrar, ¿no es cierto?

– Sí. Permítame que se lo recuerde. Estaba buscando un documento que no encontraba, un documento complementario relacionado con la Enmienda XXXV. Noah deseaba que yo lo buscara y revisara. Dijo que se llamaba Documento R. Pero no he conseguido dar con él. Y, sin embargo, es necesario que lo encuentre. La otra vez le pregunté si se lo había oído mencionar a Noah alguna vez. Me dijo usted que no. Esperaba que tal vez pudiera usted recordar alguna otra ocasión en la que…

– No, Christopher, si se lo hubiera oído mencionar, lo recordaría. Jamás le oí hablar de nada llamado Documento R. Noah raras veces comentaba conmigo los asuntos de su trabajo.

Collins decidió utilizar otra táctica.

– ¿Le oyó usted mencionar alguna vez a Noah un lugar llamado Argo City? Es una ciudad de Arizona que ha sido objeto de estudio por parte del Departamento de Justicia. -Repitió lentamente el nombre:- Argo City.

– No, jamás.

Decepcionado, Collins decidió pasar de nuevo revista al viejo terreno ya recorrido.

– La última vez que estuve aquí le pregunté si Noah tenía algún amigo o colega en quien pudiera tener depositada su confianza, alguien que pudiera ayudarme a encontrar el Documento R. Me aconsejó usted que acudiera a ver a Donald Radenbaugh a la penitenciaría de Lewisburg, cosa que yo le agradecí muchísimo.

– ¿Viste a Donald Radenbaugh? -le preguntó Hannah.

– No, murió antes de que pudiera reunirme con él.

– Pobre hombre. Fue una tragedia. ¿Y qué me dices de Vernon Tynan? ¿Le has preguntado acerca del Documento R?

– Lo hice inmediatamente después de haberla visitado a usted, pero no pudo ayudarme.

– En tal caso, me temo que no has tenido suerte con el Documento R, Christopher -dijo Hannah encogiéndose de hombros-. Si Vernon Tynan no ha podido ayudarte, estoy segura de que no habrá nadie más que pueda hacerlo. Tal como tú sabes, Vernon y Noah eran muy amigos… quiero decir que trabajaron en estrecha colaboración en la elaboración de la Enmienda XXXV. En realidad, la última noche de Noah… la noche en que sufrió el ataque, Vernon y Harry Adcock se encontraban en esta misma habitación trabajando con Noah. Ocurrió precisamente mientras estaban hablando. Noah sufrió un repentino ataque, se inclinó hacia adelante y cayó al suelo. Fue terrible.

Collins no tenía conocimiento de aquello.

– ¿Quiere usted decir que Noah se encontraba en compañía de Tynan y de Adcock la noche en que sufrió el ataque? No lo sabía. ¿Está usted segura?

– No es cosa que pueda olvidarse fácilmente -repuso Hannah con tristeza-. Fue una reunión insólita. Noah no tenía por costumbre trabajar de noche. Supongo que lo hacía por mí. Bueno, por su cuenta trabajaba muy a menudo. Pero me refiero a trabajar en compañía de otras personas. Recuerdo que Vernon insistió en verle aquella noche y vino aquí después de cenar.

– ¿Acompañado de Harry Adcock?

– Estoy casi segura -repuso ella vacilando un poco-. De la presencia de Vernon sí estoy segura, claro. Pero… fue una noche muy ajetreada… tal vez esté confundida. ¿Quieres saber si Harry estaba aquí también?

– No sé, probablemente no sea importante…

– No, no me importa comprobarlo -dijo ella levantándose-. En el cuaderno de citas de Noah tal vez figure anotado. Está en su estudio. Voy por él.

Hannah abandonó el salón. Collins se reclinó en el sillón reconociendo que no había conseguido averiguar nada útil a través de Hannah Baxter. Permaneció sentado, sumido en el desaliento, sin saber hacia qué lado volverse, completamente perdido.

Le pareció escuchar un rumor a su espalda… una especie de roce o restregar de pies. Volvió la cabeza y observó que los cortinajes de color marrón se movían misteriosamente. Miró hacia abajo y, a través de los cortinajes ligeramente levantados, vio a un muchacho agachado. Era Rick Baxter, el nieto de Hannah, que se estaba levantando con su perenne magnetófono portátil en la mano izquierda.

– Oye, Rick -le dijo Collins-, ¿qué estabas haciendo ahí, detrás de la cortina? ¿Escuchándonos?

– Es el mejor escondite de la casa -repuso Rick sonriendo y dejando al descubierto las abrazaderas de sus dientes.

– ¿Qué tal funciona el magnetófono? -le preguntó Collins.

El muchacho se levantó, apartándose de los ojos el enmarañado cabello castaño. Dio unas palmadas al estuche de cuero del cassette.

– Funciona estupendamente desde que usted me lo arregló, señor Collins. ¿Quiere oírlo?

Sin esperar la respuesta, Rick comprimió el botón de retroceso, contempló hipnotizado cómo retrocedía la cinta, detuvo el aparato y apretó después el botón de avance.

Rick extendió el aparato hacia el oído de Collins.

– Escuche. Acabo de grabarles a usted y a la abuela.

Collins se inclinó hacia el magnetófono y escuchó.

Pudo oír la inconfundible voz de Hannah, comprobando la fidelidad de la grabación a pesar de haberse efectuado desde detrás de unos cortinajes.

«¿Y qué me dices de Vernon Tynan? ¿Le has preguntado acerca del Documento R?»

Después su propia voz: «Lo hice inmediatamente después de haberla visitado a usted, pero no pudo ayudarme».

De nuevo la voz de Hannah: «En tal caso, me temo que no has tenido suerte con el Documento R, Christopher. Si Vernon Tynan no ha podido ayudarte, estoy segura de que no habrá nadie más que pueda hacerlo. Tal como tú sabes, Vernon y Noah eran muy amigos… quiero decir que trabajaron en estrecha colaboración en la elaboración de la Enmienda XXXV. En realidad, la última noche de Noah… la noche en que sufrió el ataque, Ver-non y Harry Adcock se encontraban en esta misma habitación trabajando con Noah. Ocurrió precisamente mientras estaban ha-blando…».

– Fantástico, Rick -dijo Collins-. Ya he oído suficiente. Voy a tener más cuidado la próxima vez que acuda aquí.

El muchacho apretó rápidamente el botón de detención.

– No se preocupe, señor Collins. No trabajo por cuenta de ningún organismo del gobierno. Esto no es más que una afición que tengo.

Collins simuló estar muy sorprendido.

– Pues lo haces muy bien. Podrías trabajar de agente del FBI.

– No, no tengo la edad. Pero resulta divertido jugar al FBI. Apuesto a que habré hecho unas cien grabaciones desde detrás de esa cortina. Nadie sabe que estoy ahí. Sólo una vez el abuelo me pilló haciéndolo.