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– En estos momentos me importa un bledo -dijo Collins-. Lo importante es que ha conseguido usted aclarar el asunto. No sabe cuánto se lo agradezco. Mientras Karen se encuentre bien…

– Se encuentra bien. Perfectamente. Está aquí a mi lado esperando hablar con usted.

– Que se ponga.

Collins aguardó y después escuchó su voz y la quiso más que nunca.

Karen estaba llorando de felicidad.

Con voz entrecortada, empezó a contarle de nuevo todo lo que había ocurrido. Él se lo impidió diciéndole que no era necesario. Todo se había aclarado.

– Oh, Chris -dijo ella tratando de controlarse-, ha sido una pesadilla.

– Todo ha terminado, cariño. Olvidémoslo.

– Pero lo importante, lo más importante ahora que no tienes que preocuparte por mí, es Tynan -dijo ella-. Puedes ir a California, dimitir e irte a California para contarlo todo mientras aún haya tiempo. Lo harás, ¿verdad?

El júbilo de Collins se desvaneció y la pregunta de su esposa le devolvió de nuevo al estado de ánimo anterior.

– Ya es demasiado tarde, cariño -repuso él desalentado-. Nada de lo que pudiera decir ahora sería importante. Tynan ha ganado. Al final, ha conseguido burlarme por completo.

– ¿A qué te refieres?

– Es demasiado largo de contar. Te lo diré en cuanto regreses a casa.

– Quiero saberlo ahora mismo. ¿Qué ha ocurrido?

Con voz cansada, Collins le reveló todo lo sucedido, le refirió todos los acontecimientos de aquel largo día con sus puntos culminantes y su caída final. Le contó lo que había ocurrido por la mañana al averiguar accidentalmente que Rick Baxter había grabado el contenido del Documento R. Le habló del plan para recuperar la cinta que el muchacho había guardado en el archivador del coronel Baxter. Le habló de la incursión realizada en el despacho de Tynan en el FBI, de cómo Tynan se había enterado de ello mediante unos aparatos de escucha instalados en la residencia de los Baxter y de cómo Adcock les había estado aguar-dando con la cinta fatídica, destruyéndola ante sus ojos.

– Y eso ha sido todo, Karen -terminó diciendo Collins-. Ahora se ha perdido para siempre la única prueba que hubiera podido salvarnos a todos. -Esperaba que Karen lo lamentara con él, pero, en su lugar, no hubo más que silencio al otro extremo de la línea.- ¿Karen? -dijo-. Karen, ¿estás ahí?

Súbitamente se escuchó la voz de Karen, presa de enorme excitación.

– Chris, la cinta de Rick… ¡no es la única prueba que existe! ¿Me oyes? Escúchame. Podría haber una copia de esa cinta…

– ¿Una copia? ¿De qué estás hablando?

Sí, escúchame. ¿Recuerdas la noche en que cenamos con aquel… cómo se llama… con el escritor anónimo de Tynan… aquel a quien tú hiciste un favor…

– ¿Ishmael Young?

– Sí… la noche en que cenamos con Ishmael Young en el Jockey Club, ¿lo recuerdas? Estaba enojado porque Tynan le había traicionado. Tynan le había prometido que autorizaría la entrada de su prometida en los Estados Unidos si él le escribía la autobiografía. Pero entonces, leyendo cierto material que había copiado de los archivos del coronel Baxter, Ishmael averiguó que Tynan le había engañado y que no tenía el propósito de concederle a su prometida la autorización para entrar en el país. Chris, ¿comprendes lo que te estoy diciendo?

– No estoy muy seguro de entender lo que dices, Karen -repuso él tratando de aclarar sus ideas-. Me parece que me siento un poco aturdido.

– Ishmael Young nos dijo aquella noche… casi recuerdo sus palabras, nos dijo algo así: «Tengo en mi poder una nueva remesa de material de investigación para el libro. Poseo unos documentos y cintas que Tynan me ha dado para copiar. Muchos documentos del difunto secretario de Justicia. He estado copiando este material de investigación para poder devolverle los originales a Tynan». ¿Lo entiendes ahora, Chris? Nos dijo que había copiado muchas cosas pertenecientes al archivo privado del coronel Baxter, que Tynan deseaba que dispusiera de toda clase de material con vistas a la autobiografía… y eso fue antes de que Tynan se enterara de que una de las cintas era la que Rick había grabado. Si Ishmael hubiera efectuado una copia de la cinta, junto con todo lo demás, la cinta que necesitas, el Documento R, existiría todavía y estaría en poder de Ishmael Young. No sé si la copiaría, pero en caso de que lo hiciera…

– ¡Debió de hacerlo! -exclamó Collins-. ¡Eres un genio, Karen! Te quiero… Ahora tengo que darme prisa… ¡Nos veremos a tu regreso!

Ishmael Young no se encontraba en casa.

Tras informar a sus colegas de que tenían una nueva posibilidad de éxito, Chris Collins había buscado en su agenda el número de teléfono de Ishmael Young, pero no había podido encontrarlo. Entonces había recordado que no lo tenía. Rogándole a Dios que Ishmael Young no tuviera un número telefónico que no figurara en la guía, Collins había marcado el número de Información. Recordando vagamente que Young vivía en Fredericksburg, Virginia, Collins le había facilitado la zona a la telefonista. Momentos más tarde tenía no sólo el teléfono de Young sino también su dirección.

Le había llamado esperando nerviosamente escuchar su voz y, al final; había podido escucharla. Pero Young hablaba a través de un aparato de contestación automática. La voz decía: «Buenas noches. Soy Ishmael Young. He salido esta noche. Regresaré hacia la una de la madrugada. Por favor, deje su nombre y número telefónico. No empiece a hablar hasta escuchar la señal».

Collins no se había molestado en dejar su nombre ni recado alguno. Había decidido que sería mejor que los tres se encontraran en Fredericksburg cuando Ishmael Young regresara a casa.

Permanecían sentados en el salón de Collins haciendo conjeturas sobre la posibilidad de que Young hubiera efectuado una copia de la cinta de Rick junto con el restante material procedente del archivador de Baxter. No bebían demasiado. Su última esperanza renacida les había animado enormemente. Miraban el reloj, volvían a hablar de lo mismo y se levantaban y sentaban incesantemente, llenos de nerviosismo.

Hacia las once, Collins perdió la paciencia.

– Hay demasiadas cosas en juego para que nos quedemos aquí cruzados de brazos sin hacer nada. Vamos a Fredericksburg ahora mismo y esperemos allí. Es posible que Young regrese a casa más temprano.

Pierce y Van Allen se mostraron de acuerdo.

Subieron de nuevo al automóvil de Pierce y abandonaron Washington en dirección a Fredericksburg.

Una hora y cinco minutos más tarde se detuvieron ante el pequeño bungalow de Young y estacionaron. Collins descendió del automóvil, avanzó por el camino y llamó al timbre varias veces. Después miró hacia el interior de la casa a través de una ventana cuya persiana no se hallaba bajada por completo.

– Parece que todavía no ha vuelto -dijo al regresar junto a los demás-. Dentro no hay más que una lámpara encendida. Tendremos que esperar otros cincuenta minutos.

A la una menos cinco aparecieron unos faros frontales al fondo de la calle. Se estaba acercando un automóvil deportivo de color rojo. Llegó hasta ellos, giró a la izquierda y empezó a avanzar por la calzada que discurría a lo largo de la casa.

Se abrió la portezuela del automóvil deportivo. Vieron salir trabajosamente una rechoncha figura bajita que rodeó el vehículo, se detuvo sobre el césped mirándoles con curiosidad y después se volvió hacia la puerta.

Collins, que estaba descendiendo del automóvil, se puso en pie.

– ¡Ishmael! -gritó--. ¡Soy yo!.,. ¡Chris Collins!

Young, que estaba a punto de entrar en la casa, se detuvo y dio la vuelta al ver que Collins se estaba acercando, seguido de los demás.

– Vaya -dijo Ishmael Young lanzando un suspiro de alivio-.Ofrecían ustedes un aspecto muy sospechoso. Pensaba que iban a atracarme o algo así. -Miró a Pierce y a Van Allen.- Oiga, ¿qué es lo que ocurre para que venga a estas horas?