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Voz de Baxter: «Retirarme, de ¿qué? ¿De qué está usted hablando, Vernon?».

Voz de Tynan: «Se trata simplemente de hacer por el pueblo algo que éste no puede hacer por sí mismo. Devolver la seguridad a las vidas de la gente. En cuanto la Enmienda XXXV pase a formar parte de la Constitución, pondremos en práctica el Documento R: la reconstrucción del país. Llevaremos a la práctica todas las prerrogativas legales que nos concede la Enmienda XXXV…».

Voz de Baxter: «Eso no puede usted hacerlo, Vernon… no puede usted invocar la Enmieda XXXV. Tiene que haber una verdadera situación de emergencia de alcance nacional. Bajo la Constitución y con la Enmienda XXXV, tendría que producirse una verdadera crisis, una situación de emergencia, una conspiración, para que pudiéramos actuar. Si no la hay, no puede usted…».

Voz de Tynan: «Claro que podremos, Noah. Porque habrá una situación de emergencia, una crisis. Ya está todo arreglado, Noah. Yo mismo me he encargado de ello. A menudo es necesario el sacrificio de una persona para salvar a las demás. Uno de nosotros… usted o yo, probablemente usted, anunciará la situación de emergencia en un discurso que retransmitirá la televisión. Se dirigirá usted a toda la nación. Ésta es la esencia del Documento R. Ya tengo preparado el esquema del discurso. Se dirigirá a la nación, empezando por algo así como: ‘Compatriotas norteamericanos, vengo a hablarles en esta hora de duelo. Todos estamos igualmente apenados, todos nosotros estamos sufriendo el más hondo dolor como consecuencia del espantoso asesinato de que ayer fue víctima nuestro amado presidente Wadsworth. Su terrible muerte a manos de un asesino, unas manos dirigidas por una conspiración cuyo propósito era el de trastornar el país, nos ha costado la vida de nuestro máximo dirigente. Pero tal vez su muerte nos sirva a todos en vida, y sirva precisamente para conservar la vida de la nación. Todos unidos debemos procurar que semejante violencia jamás vuelva a producirse dentro de nuestras fronteras. A tal fin, y siguiendo las órdenes de nuestro nuevo presidente, voy a adoptar las necesarias medidas para acabar con el imperio de la ilegalidad y el terror que actualmente nos agobia. Proclamo la suspensión de la Ley de Derechos, de acuerdo con las disposiciones de la Enmienda XXXV, y anuncio que a partir de ahora el Comité de Seguridad Nacional… "».

Voz de Baxter: «¡Santo cielo, Vernon! ¿He oído bien? ¿El presidente Wadsworth asesinado… por orden suya?».

Voz de Tynan: «No se ponga sentimental, Noah. No hay tiempo para eso. Sacrificaremos a un político de vía estrecha para salvar a toda una nación. ¿Lo entiende usted, Noah? Salvaremos…».

Voz de Baxter: «Dios mío, Dios mío, Dios mío… Oooh…».

Voz de Tynan: «Noah, vamos a… Noah… ¡Noah! ¿Qué es eso? ¿Qué le ocurre? ¿Qué ocurre, Harry? ¿Ha sufrido un ataque o qué? Sosténgale. Voy a llamar a Hannah…».

Final de la cinta.

Collins estudió los rostros de Duffield, Glass y Keefe. Todos ellos estaban como paralizados por el asombro.

– Bien, señores -dijo Collins-, ¿podrá la justicia triunfar en los tribunales?

Duffield se levantó con dificultad de su asiento.

– La justicia podrá triunfar -contestó con voz pausada-. Voy a convocar a los senadores.

Ya era de noche en Washington cuando el reluciente Boeing inició el descenso, flotando cada vez a menor altura sobre la pista de aterrizaje del Aeropuerto Nacional.

Chris Collins observó desde la ventanilla cómo se iban acercando las luces de la pista. Poco después el aparato tomó tierra y él se dispuso a enfrentarse con la emoción de la llegada.

Minutos más tarde, siguió a los pasajeros que iban desembarcando del aparato para dirigirse al edificio de la terminal.

A quien primero distinguió fue a su guardaespaldas Hogan, que le estaba mirando con una ancha sonrisa, cosa inédita en él.

– Felicidades, señor secretario de Justicia -dijo Hogan haciéndose cargo de la maleta de ejecutivo de Collins-. Me inquieté al ver que se había marchado sin mí. Pero creo que ha merecido la pena correr el riesgo.

– Ha merecido la pena cualquier cosa -repuso Collins-. No llevo equipaje. Lo único que me hacía falta era la maleta de ejecutivo.

– Chris…

Collins observó que Tony Pierce se había adelantado a saludarle. Pierce le estrechó la mano mientras se dirigían a la escalera mecánica y después se sacó del bolsillo un periódico y lo desdobló ante Collins. Los grandes titulares en tinta negra rezaban lo siguiente:

CONSPIRACIÓN CONTRA EL PRESIDENTE, LA NACIÓN EN PELIGRO, TYNAN COMPLICADO,

LA ENMIENDA XXXV DERROTADA…

– ¡Chris, lo ha conseguido usted! -exclamó Pierce jubilosamente-. ¿Lo vio usted? La votación del Senado de California se retransmitió por televisión. La Enmienda XXXV fue rechazada por cuarenta votos contra cero. Por unanimidad.

– Lo vi -dijo Collins-. Me encontraba en la tribuna de invitados.

– Y después, la rueda de prensa. Las principales cadenas de televisión interrumpieron sus programas para retransmitirla. Duffield y Glass convocaron una rueda de prensa conjunta y revelaron cómo se había producido el cambio de opinión. Revelaron el papel que usted había desempeñado. Revelaron el contenido del Documento R.

– Eso no lo vi -dijo Collins-. Al disiparse la niebla, tomé el primer avión para regresar a casa.

– Bueno, Chris, ha realizado usted una hazaña.

– No, Tony -dijo Collins moviendo la cabeza-. La hemos realizado todos, incluidos el coronel Baxter, el padre Dubinski, mi hijo Josh, Olin Keefe, Donald Radenbaugh, John Maynard, Rick Baxter, Ishmael Young y usted. Todos.

Habían llegado al automóvil, que no era el que solía utilizar Collins sino el del propio presidente, a prueba de balas. El chófer, manteniendo la portezuela trasera abierta, le saludó con orgullo.

Collins miró a Pierce con una mira inquisitiva.

El presidente desea verle. Ha pedido verle en cuanto usted regresara.

– Muy bien.

Collins estaba a punto de subir al vehículo cuando Pierce apoyó la mano en su hombro.

– Chris…

– ¿Sí?

– ¿Sabe usted que Vernon Tynan ha muerto?

– No lo sabía.

– Hace un par de horas. Se ha suicidado. De un disparo en la boca.

Collins reflexionó unos instantes y dijo:

– Como Hitler.

– Adcock ha desaparecido.

– Como Bormann -dijo Collins asintiendo.

Ambos subieron al automóvil. Mientras el chófer se sentaba al volante, Pierce le dijo:

– A la Casa Blanca.

Cuando llegaron al pórtico sur de la Casa Blanca, observaron que McKnight, el principal ayudante del presidente, les estaba aguardando para darles la bienvenida. Collins y Pierce fueron acompañados a través de la Sala de Recepción Diplomática hasta el ascensor de la planta baja. Tomaron el ascensor hasta la segunda planta y se dirigieron al Salón Amarillo, precedidos por McKnight.

Se estaba celebrando una fiesta que Collins no esperaba. Pudo ver al vicepresidente Loomis, al senador Hilliard y a su mujer, a la secretaria del presidente, señorita Ledger, y al secretario de Asignaciones, Nichols. Después, junto a los sillones Luis XVI que había a ambos lados de la chimenea, vio a Karen conversando con el presidente Wadsworth.

Karen se percató de su presencia y, apartándose del presidente, cruzó corriendo el salón y se arrojó en sus brazos.

– Te quiero, te quiero -dijo llorando-. Oh, Chris…

Collins observó por encima del hombro de su mujer que el presidente estaba acercándose. Se separó de Karen y se adelantó para saludar al presidente. En el rostro de éste se observaba una extraña expresión, una expresión que Collins no pudo dejar. de relacionar con la de Lázaro resucitado.