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La Gorda asintió, tres o cuatro veces. Tenía una expresión sumamente seria.

– El nagual me dijo que la segunda atención es la cosa más feroz que hay -declaró-. Si se le enfoca en objetos, no hay nada más horrendo.

– Lo que es horrible es que nos aferremos -dijo Néstor-. El hombre que era dueño de la piedra se aferraba a su vida y a su poder, por eso se horrorizó tanto cundo sintió que le quitaban la carne a mordidas. El nagual nos dijo que si ese hombre hubiera dejado de ser posesivo y se hubiese abandonado a su muerte, cualquiera que fuese, no habría sentido ningún temor.

La conversación se apagó. Les pregunté a los demás si tenían algo que decir. Las hermanitas me miraron con fuego en los ojos. Benigno rió quedito y escondió su rostro con el sombrero.

– Pablito y yo hemos ido a las pirámides de Tula -convino finalmente-. Hemos ido a todas las pirámides que hay en México, nos gustan.

– ¿Y para qué fueron a todas las pirámides? -pregunté.

– Realmente no sé a qué fuimos -respondió-. A lo mejor fue porque el nagual Juan Matus nos dijo que no fuéramos.

– ¿Y tú, Pablito?

– Yo fui a aprender -replico, malhumorado, y después rió-. Yo vivía en la ciudad de Tula. Conozco esas pirámides como la palma de mi mano. El nagual me dijo que él también vivió allí. Sabía todo acerca de las pirámides. El mismo era un tolteca.

Advertí entonces que algo más que curiosidad me había hecho ir a la zona arqueológica de Tula. La razón principal por la que acepté la invitación de mi amigo fue porque la primera vez que visité a la Gorda y a los otros, me dijeron algo que don Juan nunca me había mencionado: que él se consideraba un descendiente cultural de los toltecas. Tula fue el antiguo epicentro del imperio tolteca.

– ¿Y qué, piensan que los atlantes caminen de noche? -le pregunté a Pablito.

– Por supuesto que caminan de noche -enfatizó-. Esas cosas han estado ahí durante siglos. Nadie sabe quién construyó las pirámides; el mismo nagual Juan Matus me dijo que los españoles no fueron los primeros en descubrirlas. El nagual aseguró que hubo otros antes que ellos. Dios sabrá cuántos.

– ¿Y qué crees que representen esas figuras de piedra? -insistí.

– No son hombres, sino mujeres -dijo-. Y esas pirámides donde están es el centro del orden y de la estabilidad. Esas figuras son sus cuatro esquinas, son los cuatro vientos, las cuatro direcciones. Son la base, el fundamento de la pirámide. Tienen que ser mujeres, mujeres hombrunas si así las quieres llamar. Como ya sabes, nosotros los hombres no somos tan calientes. Somos una buena ligadura, un pegol que junta las cosas, y eso es todo. El nagual Juan Matus dijo que el misterio de la pirámide es su estructura. Las cuatro esquinas han sido elevadas hasta la cima. La pirámide misma es el hombre, que está sostenido por sus mujeres guerreras: un hombre que ha elevado sus soportes hasta el lugar más alto. ¿Entiendes?

Debo haber tenido una expresión de perplejidad en el rostro. Pablito rió. Se trataba de una risa cortes.

– No, no entiendo, Pablito -reconocí-, porque don Juan nunca me habló de eso. El tema es completamente nuevo para mí. Por favor, dime todo lo que sepas.

– Lo que se conoce como atlantes son el nagual; son mujeres ensoñadoras. Representan el orden de la segunda atención que ha sido traída a la superficie, por eso son tan temibles y misteriosas. Son criaturas de guerra, pero no de destrucción.

"La otra hilera de columnas, las rectangulares, representan el orden de la primera atención, el tonal. Son acechadoras, por eso están cubiertas de inscripciones. Son muy pacíficas y sabias, lo contrario de la hilera de enfrente.

Pablito dejó de hablar y me miró casi desafiante; después, sonrió.

Pensé que iba a explicar lo que había dicho, pero guardó silencio como si esperara mis comentarios.

Le dije cuán perplejo me hallaba y le urgía que continuara hablando. Pareció indeciso, me miró un momento y respiró largamente. Apenas había comenzado a hablar cuando las voces de los demás se alzaron en un clamor de protestas.

– El nagual ya nos explicó todo eso a nosotros -advirtió la Gorda, impacientemente-. ¿Por qué tienes que hacerlo repetir?

Traté de hacerles comprender que en verdad yo no tenía la menor idea de lo que hablaba Pablito. Le rogué que continuara con su explicación. Surgió otra oleada de voces que hablaban al mismo tiempo. A juzgar por la manera como las hermanitas me fulminaban con la mirada, se estaban encolerizando aún más, Lidia en especial.

– No queremos hablar de esas mujeres -objetó la Gorda con un tono conciliatorio-. Nomás de pensar en las mujeres de la pirámide nos ponemos muy nerviosas.

– ¿Qué les pasa a todos ustedes? -pregunté-. ¿Por qué actúan así?

– No sabemos -respondió la Gorda-. Es nomás una sensación que nos da a todos, una sensación muy inquieta. Todos estábamos bien hasta hace un rato, cuando empezaste a preguntar sobre esas mujeres.

Las aseveraciones de la Gorda fueron como una señal de alarma. Todos ellos se pusieron de pie y avanzaron amenazantes hacia mí, hablando muy fuerte.

Me tomó un buen rato calmarlos y hacer que volvieran a tomar asiento. Las hermanitas se hallaban muy molestas y su mal humor parecía influenciar el de la Gorda. Los tres hombres mostraban mayor control. Me enfrenté a Néstor y le pedí lisa y llanamente que me explicara por qué las mujeres se habían agitado tanto. Era obvio que yo me hallaba, involuntariamente, haciendo algo que las exasperaba.

– Yo verdaderamente no sé lo que es -respondió-. Es que ninguno de nosotros aquí sabe lo que nos sucede. Todo lo que sabemos es que nos sentimos mal y nerviosos.

– ¿Es porque estamos hablando de las pirámides? -le consulté.

– Debe ser por eso -respondió, sombrío-. Yo mismo no sabía que esas figuras fuesen mujeres.

– Claro que lo sabías, idiota -exclamó Lidia.

Néstor pareció intimidarse ante ese estallido. Retrocedió y me sonrió mansamente.

– A lo mejor lo sabía -concedió-. Estamos pasando por un periodo muy extraño en nuestras vidas. Ya ninguno de nosotros puede estar seguro de nada. Desde que llegaste a nuestras vidas ya no nos conocemos a nosotros mismos.

Un humor muy opresivo nos poseyó. Insistí en que la única manera de ahuyentarlo era hablando de esas misteriosas columnas de las pirámides.

Las mujeres protestaron acaloradamente. Los hombres se mantuvieron en silencio. Tuve la sensación de que en principio estaban de acuerdo con las mujeres, pero que en el fondo querían discutir el tema, al igual que yo.

– ¿Don Juan no te dijo algo más sobre las pirámides, Pablito? -pregunté.

– Dijo que una pirámide en especial, allí en Tula; era un guía -respondió Pablito, al instante.

Del tono de su voz deduje que en verdad tenía deseos de hablar. Y la atención que prestaban los demás aprendices me convenció de que secretamente todos ellos querían intercambiar opiniones.

– El nagual dijo que era un guía que llevaba a la segunda atención -continuó Pablito-, pero que fue saqueada y todo se destruyó. Me contó que algunas de las pirámides eran gigantescos no-haceres. No eran sitios de alojamiento, sino lugares para que los guerreros hicieran su ensueño y ejercitaran su segunda atención. Todo lo que hacían se registraba con dibujos y figuras que esculpían en los muros.