Como maniobra estratégica, su benefactor hizo que don Juan se retirara, para dar la idea de que condescendía con él, quien no había aprobado a la muchacha: ésa fue la suposición de todos los que presenciaron el incidente de la iglesia, La gente chismeó que el espectáculo de los dos agarrados de la mano había desagradado tan intensamente "al padre" de don Juan, un católico tan devoto, que éste ya no volvió más a la iglesia.
Su benefactor le dijo a don Juan que un guerrero no puede ser sitiado. Estar bajo sitio implica que uno tiene posesiones personales que defender. Un guerrero no tiene nada en el mundo salvo su impecabilidad, y la impecabilidad no puede ser sitiada. No obstante, en una batalla de vida o muerte, como era la que don Juan enfrentaba para obtener a la mujer nagual, un guerrero debe de usar estratégicamente todos los medios posibles.
Don Juan resolvió, de acuerdo con ello, usar cualquier parte de su conocimiento de acechador que fuera pertinente. Para ese fin, encomendó a Silvio Manuel que usara sus artes de brujo, que aun en aquella época de principiante ya eran formidables, para secuestrar a la muchacha. Silvio Manuel y Genaro, quien era verdaderamente temerario, entraron furtivamente en la casa de la muchacha disfrazados de lavanderas. Era mediodía, y todos en la casa estaban ocupados preparando comida para los parientes y amigos que habían invitado a cenar. Se trataba de una fiesta de despedida para Olinda. Silvio Manuel contaba con la posibilidad de que los que vieran a dos extrañas lavanderas entrando con unos atados de ropa creyesen que tenían que ver con la fiesta de Olinda, y que de esa forma no sospecharían nada. Don Juan había proporcionado a Silvio Manuel y a Genaro, de antemano, toda la información necesaria acerca de las rutinas de los miembros de la casa. Les dijo que las lavanderas por lo general llevaban sus atados de ropa lavada a la casa y los dejaban en el cuarto de planchar. Silvio Manuel y Genaro, cargados de enormes atados de ropa, fueron directamente a ese cuarto, pues sabían que Olinda estaría allí.
Don Juan me contó que Silvio Manuel se acercó a Olinda y utilizó sus poderes mesmerizantes para desmayarla. La pusieron dentro de un costal, envolvieron éste con sábanas y se fueron, dejando tras de sí los atados que habían llevado. Se toparon con el padre de Olinda en la puerta, y él ni siquiera los miró.
Al benefactor de don Juan no le gustó en lo mínimo la maniobra. Ordenó a don Juan que llevase inmediatamente a la muchacha de vuelta a su casa. Era imperativo, dijo, que la mujer doble llegase a la casa del benefactor por su propia voluntad, quizá no con la idea de unírseles sino, cuando menos, porque ellos le interesaban.
Don Juan creyó que todo estaba perdido -las posibilidades de que pudiera regresarla a su casa sin que nadie se diera cuenta eran mínimas-, pero a Silvio Manuel se le ocurrió una solución. Propuso que las cuatro mujeres del grupo de don Juan llevarán a la joven a un camino desierto, donde don Juan la rescataría.
Silvio Manuel quería que las mujeres actuaran un drama. En ese drama ellas eran las que estaban secuestrándola. En algún lugar del camino alguien las descubría y se lanzaba a la persecución. El perseguidor las alcanzaba y ellas dejaban caer el costal, con la suficiente fuerza para ser convincentes. Por supuesto, el perseguidor sería don Juan, quien milagrosamente había estado en el camino.
Silvio Manuel exigió una actuación bien realista. Ordenó a las mujeres que amordazaran a la muchacha, quien para entonces estaba despierta, gritando en el interior del costal. Las hizo luego que corrieran kilómetros con todo y carga. Durante la jornada les indicó cuándo se debían ocultar del perseguidor y cuándo debían correr. Por último, después de una ordalía verdaderamente agotadora, las hizo tirar el costal de la manera más adecuada para que la joven pudiese presenciar una pelea de lo más terrible entre don Juan y las cuatro mujeres. Silvio Manuel había propuesto a las mujeres que la pelea tendría que ser absolutamente real. Las armó con palos y las instruyó a que golpearan a don Juan sin misericordia.
De las mujeres, Zoila era la que más fácilmente se dejaba llevar por la histeria; tan pronto como empezaron a aporrear a don Juan, Zoila se dejó poseer por el papel y ofreció una actuación escalofriante; golpeó tan fuerte a don Juan que le arrancó pedazos de carne de la espalda y de los hombros. Durante un momento pareció que las secuestradoras iban a ganar. Silvio Manuel tuvo que salir de su escondite y, fingiendo ser un transeúnte, les recordó que sólo se trataba de una estratagema y que era hora de que huyeran.
Don Juan se convirtió de esa manera en el salvador y protector de Olinda. Le dijo que él mismo no podría llevarla a casa porque estaba herido, pero que la enviaría de regreso con su piadoso padre.
Ella le ayudó a caminar a casa de su benefactor. Don Juan me dijo que no tuvo que fingir estar herido: sangraba profusamente y a duras penas pudo llegar a la puerta. Cuando Olinda le narró a su benefactor lo que había ocurrido; éste tuvo que disfrazar de llanto su agonizante deseo de reír.
Le vendaron las heridas a don Juan y después se acostó. Olinda empezó a explicarle por qué no podía casarse con él, pero no pudo terminar. El benefactor de don Juan entró al cuarto y le dijo a Olinda que le era evidente, al verla caminar, que las secuestradoras le habían lesionado la espalda. Se ofreció a alinearla antes de que se transformase en algo critico.
Olinda titubeó. El benefactor de don Juan le recordó que las secuestradoras no estaban jugando; después de todo, casi habían matado a su hijo. Olinda fue al lado del benefactor y permitió que éste le propinara un golpe en el omóplato. Se oyó un chasquido y Olinda entró en un estado de conciencia acrecentada. El benefactor le reveló la regla y; al igual que don Juan, ella la aceptó de lleno. No hubo duda, ni titubeos.
La mujer nagual y don Juan encontraron plenitud, unidad y silencio en su compañía mutua. Don Juan me dijo que lo que sentían el uno por el otro no tenía nada que ver con el afecto o la necesidad; era más bien como una sensación física que ambos compartían; la sensación de que una barrera que había existido dentro de cada uno de ellos se había roto y que eran uno y el mismo ser.
Don Juan y la mujer nagual, como prescribía la regla, trabajaron años, el uno al lado del otro, para hallar cuatro ensoñadoras; que vinieron a ser Nélida, Zuleica, Cecilia y Hermelinda, y los tres propios, Juan Tuma, Teresa y Marta. Encontrarlos fue en una ocasión en que la naturaleza pragmática de la regla le fue una vez más revelada a don Juan. Todos ellos eran exactamente lo que la regla decía. Su advenimiento produjo un nuevo ciclo para todos, incluyendo al benefactor de don Juan y su grupo. Para don Juan y sus guerreros significó el ciclo de ensoñar, y para su benefactor y su grupo significó un periodo de impecabilidad insuperable.
Su benefactor explicó a don Juan que cuando él era joven y se le presentó por primera vez la idea de la regla como un instrumento de libertad, quedó exaltado de gozo. Para él, la libertad era una realidad que estaba al alcance de la mano. Cuando llegó a comprender la naturaleza de la regla en calidad de mapa, sus esperanzas y optimismo se redoblaron. Más tarde, la sobriedad entró a formar parte de su vida; mientras más envejecía, menos oportunidad veía de que él y su grupo tuvieran éxito. Finalmente se convenció de que, hicieran lo que hicieran, su tenue conciencia humana jamás llegaría a volar libre. Entró en paz consigo mismo y con su destino, y se resignó al fracaso. Le dijo al Águila desde lo más profundo de su ser que estaba contento y orgulloso de haber engrandecido su conciencia. El Águila podía disponer de ella.
Don Juan me dijo que todos los miembros del grupo de su benefactor compartieron el mismo estado de ánimo. La libertad que la regla proponía era algo que todos consideraban inalcanzable. En el curso de sus vidas habían vislumbrado la fuerza aniquilante que es el Águila, y creían que no tenían ninguna posibilidad ante ella. Sin embargo, todos estaban de acuerdo que vivirían sus vidas impecablemente sin más razón que la impecabilidad misma.