La narración de la Gorda me hizo recordar que Zuleica también me había hecho meterme en la bolsa esponjosa. Por cierto, el tenor de las órdenes que me dio me revelaron la razón de su uso. Zuleica me dirigió a que sintiera la esponjosidad con mi piel desnuda, especialmente con la piel de mis pantorrillas. Me repitió una y otra vez que los seres humanos tenemos un excelente centro de percepción en el exterior de las pantorrillas, y que si la piel de esa área era puesta en calma y masajeada, el alcance de nuestra percepción aumentaría de maneras imposibles de concebir racionalmente. La bolsa era muy suave y caliente, e inducía en mis piernas una extraordinaria sensación de calma y paz. Los nervios de mis pantorrillas experimentaron una placentera estimulación
La Gorda me dio una relación de un placer físico igual al mío. Aún más, ella dijo que el poder de esa bolsa la había guiado a encontrar la mancha de color rojo-naranja. Sentía tal respeto y admiración por la bolsa, que se hizo una, copiando la original. Pero, según ella, su efecto no era el mismo, aunque también le proporcionaba paz y bienestar. Dijo que Josefina y ella solían pasar todo el sobretiempo de que disponían, dentro de las bolsas que ella había cosido para las dos.
Lidia y Rosa también fueron colocadas dentro de la bolsa, pero a ninguna de ellas le gustó. Les era indiferente. Lo mismo me pasaba a mí.
La Gorda explicó el apego de Josefina y de ella como una consecuencia directa del hecho de haber sido guiadas a descubrir su color de ensueño cuando se hallaban dentro de la bolsa. Decía que mi indiferencia se debía a que yo no entré en la zona de coloración; más bien, el tinte vino a mí. Tenía razón. Algo más que la voz de Zuleica fue responsable del desarrollo de esa fase preparatoria. Evidentemente, Zuleica me hizo seguir los mismos pasos por los que condujo a la Gorda y a Josefina. Yo había conservado los ojos fijos en la oscuridad a través de muchas sesiones y me hallaba listo para visualizar la zona de la coloración. Por cierto, presencié toda su metamorfosis comenzando con la pura oscuridad y terminando en una mancha de intensa brillantez. A esa altura quedé absorto en la sesión de una picazón externa, hasta el punto de terminar entrando en un estado de vigilia en reposo. Fue entonces cuando quedé inmerso por primera vez en una coloración rojo-naranja.
Después de que aprendí a permanecer suspendido en el sueño y la vigilia, Zuleica pareció aflojar el paso. Incluso llegué a creer que había cambiado de táctica y que no tenía prisa de sacarme de ese estado. Me dejó permanecer en él sin interferir, y nunca me hizo preguntas acerca de lo que estaba experimentando, quizá porque su voz sólo era para dar órdenes y no para hacer preguntas. Realmente nunca hablamos durante su instrucción, al menos no como lo hacía con don Juan.
Mientras me hallaba en el estado de vigilia en reposo, me di cuenta de una vez que era inútil permanecer allí, porque a pesar de lo agradable que pudiera ser, las limitaciones de esa experiencia eran evidentes. Sentí en mi cuerpo un temblor y abrí los ojos, o más bien mis ojos se abrieron solos. Zuleica me observaba. Mi asombro fue total. Pensé que había despertado, y el enfrentarme a Zuleica en carne y hueso fue algo completamente inesperado. Me había acostumbrado a oír tan sólo su voz. También me sorprendió que ya no fuera de noche. Miré en torno mío. Ya no estábamos en la casa de Zuleica. Tuve entonces la instantánea certeza de que me hallaba ensoñando y desperté.
Zuleica empezó después otra faceta de sus enseñanzas. Me enseñó cómo moverme. Inició su instrucción ordenándome que fijara mi atención en el punto medio de mi cuerpo. En mi caso ese punto se hallaba abajo del borde inferior de mi ombligo. Me dijo que barriera el suelo con él; esto es, que hiciera oscilar mi vientre como si tuviera pegada una escoba allí. A través de incontables sesiones intenté hacer lo que la voz me ordenaba. Zuleica no me permitió entrar en un estado de vigilia en reposo. Su intención era llevarme a percibir la acción de barrer el suelo con el punto medio de mi cuerpo, mientras seguía despierto. Me dijo que estar en la conciencia del lado izquierdo era una ventaja suficiente para cumplir bien con el ejercicio.
Un día, por ninguna razón que pudiera yo concebir, logré tener una vaga sensación en el área de mi estómago. No era algo definido y cuando enfoqué en él mi atención comprendí que era como una comezón dentro de la cavidad de mi cuerpo. Y no exactamente en el área del estómago sino más arriba. Conforme la examinaba, advertía mayores detalles. Lo vago de la sensación pronto se convirtió en una certeza. Había una extraña conexión de nerviosidad o una sensación cosquilleante entre mi plexo solar y mi pantorrilla derecha.
La sensación se agudizó, y yo involuntariamente elevé mi muslo derecho hasta el pecho. Así los dos puntos quedaron tan próximos el uno al otro como mi anatomía lo permitía. Me estremecí durante un momento con una nerviosidad inusitada y después sentí con claridad que barría el piso con el punto medio de mi cuerpo, era una sensación táctil que ocurría cada vez que oscilaba mi cuerpo estando sentado.
En la siguiente sesión, Zuleica me permitió entrar en un estado de vigilia en reposo. Sin embargo, no sentí en él lo que acostumbraba. Parecía haber una especie de control en mí que reducía la posibilidad de disfrutarlo libremente, como siempre lo había hecho; ese control también me hizo concentrar mi atención en la manera como se desarrolla la vigilia en reposo. Primero advertí la comezón en el área de la segunda atención, en mi cascarón luminoso. Masajeé ese punto moviendo mis dedos sobre él como si tocara un arpa: el punto se hundió hacia mi estómago. Lo sentí casi en mi piel. Experimenté aguijoneo en el exterior de mi pantorrilla derecha. Era una mezcla de placer y dolor. La sensación se esparció por toda mi pierna y después por la parte inferior de la espalda. Sentí que mis glúteos se sacudían. Todo mi cuerpo fue traspasado por una onda nerviosa. Sentí como si mi cuerpo hubiera sido atrapado, con los pies hacia arriba, en una red. Mi frente y mis dedos de los pies parecían tocarse. Me hallaba en una forma de U cerrada. Después sentí como si me doblaran en dos y me enrollaran en una sábana. Mis espasmos nerviosos eran los que hacían que la sábana se enrollara conmigo en el centro. Cuando acabó de enrollarse ya no pude sentir mi cuerpo. Yo sólo era una conciencia amorfa, un espasmo nervioso enrollado en sí mismo. Esa conciencia fue a descansar dentro de una zanja, dentro de una depresión de sí misma.
Comprendí entonces la imposibilidad de describir lo que ocurre al ensoñar. Zuleica decía que la conciencia del lado derecho y la del lado izquierdo se envuelven juntas. Ambas llegan a descansar hechas un solo montón en la concavidad de la segunda atención. Para ensoñar, uno necesita manejar tanto el cuerpo luminoso como el cuerpo físico. Primero, el centro de la segunda atención en el cascarón luminoso es forzado a ser accesible: o alguien lo empuja desde afuera, o el ensoñador lo succiona desde adentro. Segundo, para dislocar la primera atención, los centros del cuerpo físico localizados en el punto medio del cuerpo y en las pantorrillas, especialmente la derecha, tienen que ser estimulados y colocados lo más cerca posible el uno del otro hasta que parezcan unirse. Esto se logra colocando al muslo derecho contra el pecho. Después tiene lugar la sensación de ser enrollado y automáticamente la segunda atención toma el control.
La explicación de Zuleica, dada a través de órdenes, era la manera más conveniente de describir lo que sucede, pues ninguna de las experiencias sensoriales implicadas en ensoñar son parte de nuestro inventario cotidiano. Primeramente la sensación de un cosquilleo fuera de mí, era local y a causa de eso era mínima la turbación de mi cuerpo al experimentarla. La sensación de ser enrollado en mí mismo, por otra parte, era mucho más inquietante. Incluía una serie de sensaciones que dejaban a mi cuerpo en un estado de emoción. Por ejemplo, yo estaba convencido de que en un momento los dedos de mis pies tocaban mi frente. Para mí, esa es una posición imposible de alcanzar; y sin embargo, yo sabía, más allá de cualquier posibilidad de duda, que me hallaba dentro de una red, colgado con los pies hacia arriba, con forma de pera, y con los dedos de los pies bien pegados a mi frente. En un plano físico me encontraba sentado con mis muslos replegados contra el pecho.