Zuleica también me dijo que la sensación de ser enrollado como si fuera un puro y colocado dentro de la concavidad de la segunda atención era el resultado de haber fusionado la conciencia del lado derecho y la del lado izquierdo hasta formar una sola, en la cual el orden de preponderancia había sido cambiado y el lado izquierdo tenía la supremacía. Zuleica me urgió a que agudizara mi atención lo suficientemente como para presenciar el movimiento opuesto, esto es, las dos atenciones nuevamente convirtiéndose en lo que normalmente son, con el lado derecho llevando las riendas.
Nunca llegué a hacer lo que me pedía, pero me obsesioné hasta el punto de quedar atrapado en mortales titubeos causados por mi empeño por observar todo. Zuleica tuvo que cambiar de idea ordenándome que cesara mis escrutinios, puesto que tenía otras cosas que hacer.
Zuleica me dijo que primero que nada yo tenía que perfeccionar mi control a fin de poder moverme a voluntad. Empezó su instrucción cuando me encontraba en un estado de vigilia en reposo, ordenándome repetidas veces abrir los ojos. Me costó muchísimo esfuerzo poder hacerlo, pero de repente mis ojos se abrieron y vi a Zuleica sobre mí. Yo estaba acostado. No pude determinar dónde. La luz era extraordinariamente brillante, como si me hallara exactamente abajo de un poderoso foco eléctrico, pero la luz no brillaba directamente sobre mis ojos. Podía ver a Zuleica sin ningún esfuerzo.
Me ordenó que me pusiera en pie mediante un acto de voluntad. Me dijo que tenía que empujarme a mí mismo con mi parte media, que yo tenía allí tres gruesos tentáculos que podía usar como muletas para elevar todo mi cuerpo.
.Traté innumerables veces de ponerme en pie. Fracasé. Tuve una sensación de desesperación y de angustia física que me recordaban las pesadillas que tenía de niño, en las que no podía despertar y sin embargo me hallaba completamente despierto tratando de gritar.
Zuleica finalmente me habló. Me dijo que tenía que seguir cierto orden, y que era una inútil y estúpida maniobra de mi parte el impacientarme y agitarme como si tratara con el mundo de la vida diaria. Impacientarse era correcto sólo en la primera atención; la segunda atención era la calma misma. Zuleica quería que yo repitiera la sensación que tuve de barrer el suelo con la parte media. Pensé que para poder repetirla tenía que estar sentado. Sin ninguna premeditación de mi parte, me senté y adopté la misma postura que usé la primera vez que tuve esa sensación. Algo en mí se meció y de súbito yo estaba en pie. No podía discernir qué había hecho para moverme. Pensé que si volvía a empezar podía estar consciente del procedimiento. Tan pronto como tuve ese pensamiento me descubrí de nuevo tendido. Al ponerme en pie una vez más me di cuenta de que no había ningún procedimiento, que para moverme tenía que intentar moverme desde un nivel muy profundo. En otras palabras, tenía que estar absolutamente convencido de que quería moverme, o quizá sería más exacto plantear que tenía que estar convencido de que necesitaba moverme.
Una vez que hube comprendido este principio, Zuleica me hizo practicar todos los aspectos concebibles del movimiento volitivo. Mientras más practicaba, más claro se volvía para mí que ensoñar en realidad era un estado racional. Zuleica me explicó. Dijo que al ensoñar, el lado derecho, la conciencia racional, queda envuelta dentro de la conciencia del lado izquierdo a fin de dar al ensoñador un sentido de sobriedad y racionalidad, pero que la influencia de la racionalidad tiene que ser mínima y debe usarse sólo como un mecanismo inhibitorio que protege al ensoñador de excesos y empresas grotescas.
La siguiente faceta de la instrucción consistió en dirigir mi cuerpo de ensueño. Don Juan había propuesto, desde la primera vez que conocí a Zuleica, la tarea de contemplar el patio cuando me hallaba sentado en la caja de madera. Meticulosamente me puse a contemplarlo, a veces durante horas. Siempre estaba yo solo en la casa de Zuleica. Parecía que los días que yo iba allí todos se iban, o se escondían. El silencio y la soledad me auxiliaron y logré memorizar los detalles del patio.
Zuleica, por consiguiente, me propuso la tarea de abrir los ojos mientras me hallaba en un estado de vigilia en reposo para ver el patio. Lograrlo me tomó muchas sesiones. En un principio yo abría los ojos y la veía a ella, y ella, con una sacudida del cuerpo, me hacía rebotar, como si fuera pelota, al estado de vigilancia en reposo. En uno de esos rebotes sentí un temblor intenso; algo que se hallaba localizado en mis pies cascabeleó hacia arriba y llegó a mi pecho, y lo tosí; la escena del patio de noche salió de mí como si hubiera emergido desde mis tubos bronquiales. Era algo semejante al rugido de un animal.
Escuché la voz de Zuleica que me llegaba como si fuera un tenue murmullo. No pude comprender qué decía. Vagamente advertí que me hallaba sentado en la caja de madera. Quise ponerme en pie pero advertí que yo no era sólido. Era como si el viento me llevara. Escuché entonces muy clara la voz de Zuleica diciéndome que no me moviera. Traté de permanecer inmóvil pero alguna fuerza me jaló y desperté en el pasillo. Silvio Manuel se hallaba frente a mí.
Después de cada sesión de ensoñar en la casa de Zuleica, don Juan siempre me esperaba en el oscurísimo pasillo. Me llevaba fuera de la casa y me hacía cambiar niveles de conciencia. Pero esa vez Silvio Manuel se hallaba allí. Sin decirme una sola palabra, me puso dentro de un arnés y me izó contra las vigas del techo. Allí me dejó hasta el mediodía, cuando vino don Juan y me hizo bajar. Me explicó que el cuerpo se afina al estar suspendido, sin tocar el suelo, durante un periodo de tiempo, y que es esencial hacerlo antes de un viaje peligroso como el que yo iba a emprender.
Tuvieron que pasar muchas sesiones más de ensueño hasta que aprendí al fin a abrir los ojos y ver ya fuese a Zuleica o el patio oscuro. Comprendí entonces que ella misma había estado ensoñando todo el tiempo. Nunca había estado en persona tras de mi en el pasillo. Estaba yo en lo cierto la primera noche cuando creí que mi espalda estaba junto a la pared. Zuleica era una voz de ensueño.
Durante una de las sesiones, cuando abrí los ojos deliberadamente para ver a Zuleica, me dejó estupefacto encontrar a la Gorda al igual que a Josefina asomándose sobre mí junto con Zuleica. La faceta final de su enseñanza comenzó entonces. Zuleica nos enseñó a los tres a viajar con ella. Nos dijo que nuestra primera atención se hallaba enganchada en las emanaciones de la tierra, y que la segunda atención estaba enganchada en las emanaciones del universo. Lo que quería decir con eso es que un ensoñador, por definición está afuera de los linderos de las preocupaciones de la vida cotidiana. Como viajera del ensueño, la última tarea de Zuleica con la Gorda, Josefina y conmigo consistía en templar nuestra segunda atención para poder seguirla en sus viajes por lo desconocido.
En sesiones sucesivas, la voz de Zuleica me dijo que su "obsesión" me guiaría a un lugar de cita, que en asuntos de la segunda atención la obsesión del ensoñador sirve como guía, y que la suya se hallaba concentrada en un lugar real más allá de esta tierra. Desde allí me llamaría y yo tendría que usar su voz como si fuera una cuerda con la cual jalarme.