Florinda decía que entonces derramó las únicas lágrimas verdaderas de su vida. Le expresó a la curandera que todo lo que quería era curarse y que estaba dispuesta a pagarle lo que pidiera. La mujer le dijo que ya era muy tarde para un pago monetario, no quería su dinero, lo que quería era que Florinda le prestara atención.
Florinda admitía que ella había aprendido, en el transcurso de su vida, a obtener todo lo que deseaba. Sabía cómo ser obstinada, le dijo a la curandera que seguramente cantidades de pacientes llegaban todos los días, medio muertos como ella, y la curandera sí aceptaba su dinero… ¿por que su caso era distinto? La respuesta de la curandera, que para Florinda no explicó nada, era que siendo una vidente, ella había visto el cuerpo luminoso de Florinda, y vio que ella y la curandera eran exactamente iguales. Florinda pensó que esa mujer tenía que estar loca para no darse cuenta de que había un mundo de diferencia entre las dos. La curandera era una vulgar india primitiva sin educación, mientras que Florinda era rica, hermosa y blanca.
Florinda le preguntó a la curandera qué planeaba hacer con ella. La curandera le dijo que se le había encargado curarla y después enseñarle algo de suma importancia. Florinda quiso saber quién le había encargado todo eso. La curandera le respondió que el Águila…, esta respuesta convenció a Florinda de que la mujer estaba loca, y sin embargo tuvo que acceder. Le dijo a la mujer que estaba dispuesta a hacer lo que fuera.
La curandera cambió de actitud instantáneamente. Empaquetó un remedio para que Florinda lo llevase a casa y le dijo que regresara tan pronto como pudiera.
– Como ya sabes -prosiguió Florinda-, el maestro tiene que engatusar a su discípulo. Me embaucó con la cura. Ella tenía razón. Yo era tan idiota que si ella me hubiera curado inmediatamente, yo habría regresado a mi estúpida vida, como si nunca me hubiera sucedido nada. Pero eso es lo que todos hacemos, ¿no?
Florinda regresó a casa de la curandera la semana siguiente. Al llegar se encontró con el anciano que antes había conocido. Este la saludó como si fueran íntimos amigos. Le dijo que ya hacía varios días que la curandera había salido, pero que regresaría hasta después de algunos días y que le había encargado a él unos remedios para el dolor de su pierna. En un tono muy amistoso pero autoritario le dijo a Florinda que la ausencia de la curandera la dejaba a ella con dos posibilidades de acción: o bien se regresaba a su casa, posiblemente empeorada debido al viaje tan fatigoso, o bien podía seguir las instrucciones cuidadosamente delineadas que la curandera había dejado para ella. Añadió que si decidía quedarse e iniciar inmediatamente su tratamiento, en tres o cuatro meses estaría como nueva. Sin embargo, había una estipulación: si decidía quedarse tenía que permanecer en casa de la curandera ocho días consecutivos y, por consiguiente, tenía que deshacerse de sus sirvientes mandándolos a casa.
Florinda decía que para ella no había decisión alguna: tenía que quedarse. El viejo inmediatamente le hizo beber la poción que la curandera al parecer le había dejado. Se quedó conversando con ella la mayor parte de la noche. Su presencia le inspiraba confianza, su amena conversación encendió el optimismo y la fe de Florinda.
Los dos sirvientes se fueron al día siguiente, después de desayunar. Florinda no tenía el menor miedo. Confiaba en el hombre implícitamente. Este le dijo que tenía que construir una caja para su tratamiento, de acuerdo con las instrucciones de la curandera. La hizo sentar en una silla baja, que había sido colocada en el centro de un área circular desprovista de vegetación. El anciano le presentó a tres jóvenes y dijo que eran sus ayudantes. Dos eran indios y el tercero blanco.
Los cuatro empezaron a trabajar y en menos de una hora construyeron una caja en torno a la silla donde Florinda estaba sentada. Cuando terminaron, Florinda quedó compactamente encajonada. La caja tenía un enrejado en la parte superior para permitir la ventilación. Uno de los lados tenía bisagras para que sirviera de puerta.
El anciano abrió la puerta y ayudó a Florinda a salir de la caja, y la llevó a la casa a que le ayudara a preparar su propia medicina. Dijo que quería tener la medicina lista para cuando llegara la curandera.
A Florinda le fascinó la manera como trabajaba el viejo. Este hizo una mezcla con plantas de olor fétido y le preparó una cubeta con líquido caliente. Sugirió que si introducía la pierna en la cubeta, el calor del líquido le haría mucho bien, y si quería hasta podría beber la mezcla que le había preparado, antes de que ésta perdiera potencia. Florinda obedeció sin hacer preguntas. El alivio que sintió fue maravilloso.
El viejo después le asignó una habitación e hizo que los jóvenes metieran la caja dentro del cuarto. Le dijo que podrían pasar varios días sin que regresara la curandera; en tanto, ella debía de seguir meticulosamente todas las instrucciones que la mujer había dado. Florinda estuvo de acuerdo, y él sacó una lista con tareas. Estas incluían largas caminatas a fin de recoger las plantas medicinales requeridas para su tratamiento, y su asistencia en prepararlas.
Florinda me contó que pasó doce días allí en vez de ocho, porque sus sirvientes se demoraron en regresar a causa de unas lluvias torrenciales. No fue sino hasta el décimo día que se dio cuenta de que la curandera había estado en casa todos esos días y que el viejo en realidad era el verdadero curandero.
Florinda rió al describir su sorpresa. El señor le había jugado un ardid a fin de hacerla participar activamente en su propia curación. Más aún, bajo el pretexto de que la curandera así lo exigía, la metió en la caja cuando menos seis horas diarias a fin de que cumpliera una tarea específica que llamó la "recapitulación".
En ese punto de su narración, Florinda me miró fijamente y concluyó que era hora de que me fuera.
En nuestro siguiente encuentro, Florinda me explicó que el anciano era su benefactor, y que ella era la primera acechadora que las mujeres del grupo de su benefactor habían encontrado para el nagual Juan Matus. Pero nada de esto sabía ella en aquel entonces, a pesar de que su benefactor la hizo cambiar de niveles de conciencia y le reveló todo eso. Ella había sido siempre hermosa; la educaron sólo para que sacara partido de ello y eso era una impenetrable salvaguarda que la hacia invulnerable al cambio.
Su benefactor sabía todo esto y concluyó que Florinda necesitaba más tiempo para cambiar. Concibió un plan para sacarse a Celestino de encima. Poco a poco hizo ver a Florinda ciertos aspectos de la personalidad de Celestino que ella nunca tuvo el valor de enfrentar por su propia cuenta. Celestino era muy posesivo con todo lo que le pertenecía: su dinero y Florinda se hallaban en lo más alto de su jerarquía. Había sido forzado a tragarse su orgullo después de la humillación que sufrió a manos de la curandera, porque ésta cobraba muy poco y Florinda estaba evidentemente recuperándose. Celestino estaba esperando que le llegara la hora de su venganza.
Florinda me dijo que un día su benefactor le planteó que el peligro estribaba en que su recuperación completa iba a ser demasiado rápida y que Celestino decidiría, ya que él tomaba todas las decisiones de la casa, que ya no había ninguna necesidad de que Florinda viera a la curandera. Para resolver ese problema, le dio a Florinda una pomada, con instrucciones de que se la aplicara en la otra pierna. El ungüento olía muy mal y producía una irritación en la piel que semejaba la proliferación de la enfermedad. Su benefactor le recomendó que lo usara cada vez que quisiera regresar a verlo, aunque no necesitara tratamiento.
Florinda me contó que tardó un año en curarse. En el transcurso de ese tiempo, su benefactor le hizo conocer la regla y la instruyó en el arte de acechar. La hizo aplicar los principios del acecho en las cosas que hacía diariamente; las cosas pequeñas primero, hasta llegar a las cuestiones principales de su vida.