Выбрать главу

– Tú podrás pensar que hemos logrado mucho -continuó-, pero no es así. Genaro y el nagual hacían todo por nosotros y por estas cuatro viejas. Todavía no hemos hecho nada por nosotros mismos.

– Me parece que el nagual te preparó de una manera diferente -observó Benigno con gran lentitud y deliberación-. Tú has de haber sido un tigre y con toda seguridad te vas a volver tigre otra vez. Eso fue lo que le pasó al nagual. él había sido un cuervo antes y cuando estuvo en esta vida se volvió cuervo otra vez.

– El problema es que ese tipo de tigre ya no existe -hizo notar Néstor-. Nunca hemos oído lo que puede pasar en ese caso.

Movió su cabeza de lado a lado para incluir a todos los presentes con ese gesto.

– Yo sé lo que pasa -aseguró la Gorda-. Recuerdo que el nagual Juan Matus le llamaba a eso el ensueño fantasma. Dijo que ninguno de nosotros ha hecho jamás ese tipo de ensoñar, porque no somos violentos ni destructivos. El nunca lo hizo. Y dijo que cualquiera que lo haga está marcado por el destino para tener aliados y ayudantes fantasmas.

– ¿Qué quiere decir eso, Gorda? -pregunté.

– Quiere decir que no eres como nosotros -respondió sombríamente.

La Gorda se veía muy agitada. Se puso en pie y caminó de un extremo a otro del cuarto cuatro o cinco veces, hasta que nuevamente tomó asiento a mi lado.

Hubo una brecha de silencio en la conversación. Josefina masculló algo ininteligible. Ella también parecía estar muy nerviosa. La Gorda trató de tranquilizarla, abrazándola y palmeándole la espalda.

Josefina te va a decir algo sobre Eligio -me anunció la Gorda.

Todos se volvieron a Josefina, sin emitir una sola palabra, con los ojos interrogantes.

– A pesar de que Eligio ha desaparecido de la faz de la tierra -continuó la Gorda-, todavía es uno de nosotros. Y Josefina platica con él de vez en cuando.

Repentinamente, todos se hallaban muy atentos. Se miraron el uno al otro y después me miraron a mí.

– Se encuentran en el ensueño -sentenció la Gorda, dramáticamente.

Josefina inhaló con fuerza; parecía estar en el pináculo de la nerviosidad. Su cuerpo se sacudió convulsivamente. Pablito se tendió encima de ella, en el suelo, y comenzó a respirar con fuerza, obligándola a respirar al unísono con él.

– ¿Qué es lo que está haciendo? -le pregunté a la Gorda.

– ¡Qué es lo que está haciendo! ¿A poco no puedes verlo? -respondió con tono cortarte.

Le susurré que me daba cuenta que Pablito estaba tratando de calmarla, pero que el procedimiento era una novedad para mí. Explicó que los hombres tienen una abundancia de energía en el plexo solar, la cual las mujeres pueden almacenar en el vientre. Pablito simplemente le estaba transmitiendo energía a Josefina.

Josefina se sentó y me sonrió. Se había calmado totalmente.

– Pues de veras veo a Eligio todo el tiempo -confirmó-. Me espera todos los días.

– ¿Y por qué nunca nos dijiste nada de eso? -reprochó Pablito con tono malhumorado.

– Me lo dijo a mí -interrumpió la Gorda, y después prosiguió con una larga explicación de lo que significaba para todos nosotros que Eligio se hallara a nuestra disposición. Agregó que ella había estado esperando un signo mío para revelar las palabras de Eligio.

– ¡No te andes por las ramas, mujer! -chilló Pablito-. Dinos lo que dijo.

– ¡Lo que dijo no lo dijo para ti! -gritó la Gorda, como respuesta.

– ¿Y para quién lo dijo, entonces? -preguntó Pablito.

– Para este nagual -gritó la Gorda, señalándome.

La Gorda se disculpo por alzar la voz. Dijo que todo lo que Eligio había dicho era complejo y misterioso y que ella no podía sacar ni pies ni cabeza de todo eso.

– Yo nada más lo escuché. Eso fue todo lo que pude hacer: escucharlo -continuó la Gorda.

– ¿Quieres decir que tú también has visto a Eligio? -indagó Pablito con un tono que era una mezcla de ira y de expectación.

– Sí -respondió la Gorda, casi susurrando-. Antes no podía hablar de esto porque tenía que esperarlo a él.

Me señaló y después me empujó con las dos manos. Momentáneamente perdí el equilibrio y caía un lado.

– ¿Qué es esto? ¿Qué le estás haciendo? -censuró Pablito con voz muy enojada-. ¿A poco esas son muestras de amor indio?

Me volví a la Gorda. Ella hizo un gesto con los labios para que guardara silencio.

– Eligio dice que tú eres el nagual, pero que no eres para nosotros -me advirtió Josefina.

Hubo un silencio mortal en el cuarto. No supe qué pensar de la aseveración de Josefina. Tuve que esperar hasta que otro hablase.

– Te sientes como si te hubieran quitado un peso de encima, ¿no? -me punzó la Gorda.

Les dije a todos que no tenía opiniones de ningún tipo. Se veían como niños desconcertados. La Gorda tenía un aire de una maestra de ceremonias que está completamente apenada.

Néstor se puso en pie y enfrentó a la Gorda. Le dijo una frase en mazateco. Sonaba como orden o reproche.

– Dinos todo lo que sabes, Gorda -continuó en castellano-. No tienes derecho a jugar con nosotros, a guardarte algo importante nomás para ti.

La Gorda protestó con vehemencia. Explicó que se había guardado lo que sabía, porque Eligió le ordenó que así lo hiciera. Josefina asintió con la cabeza.

– ¿Todo esto te lo dijo a ti o se lo dijo a Josefina? -preguntó Pablito.

– Estábamos juntas -explicó la Gorda con un susurro apenas audible.

– ¿Quieres decir que Josefina y tú ensueñan juntas? -exclamó Pablito, sin aliento.

La sorpresa en su voz coincidió con la ola de conmoción que parecía haber invadido a todos los demás.

– ¿Exactamente qué les dijo Eligio a ustedes dos? -apuró Néstor cuando el impacto había disminuido.

– Dijo que yo tenía que ayudar al nagual a recordar su lado izquierdo -contestó la Gorda.

– ¿Tú sabes de qué está hablando ésta? -me preguntó Néstor.

No había manera de que yo lo pudiese saber. Les dije que buscaran las respuestas en sí mismos. Pero ninguno de ellos expresó ninguna sugerencia.

– Le dijo a Josefina otras cosas que ella no puede recordar -prosiguió la Gorda-. Así es que estamos en un verdadero lío. Eligio dijo que tú eres definitivamente el nagual y que tienes que ayudarnos, pero que no eres para nosotros. Sólo cuando recuerdes tu lado izquierdo podrás llevarnos a donde tenemos que ir.

Néstor habló a Josefina con tono paternal y la urgió a que recordara lo que Eligio había dicho, en vez de pedir que yo recordase algo que tenía que estar en alguna especie de clave, puesto que ninguno de nosotros podía descifrar nada de eso.

Josefina retrocedió y frunció el entrecejo como si se hallará bajo un peso tremendo que la oprimía. En verdad, parecía una muñeca de trapo que estaba siendo comprimida. La observó auténticamente fascinado.

– No puedo -admitió ella al fin-. Yo sé de qué me está hablando cuando habla conmigo, pero ahora no puedo decir de qué se trata. No me sale.

– ¿Recuerdas alguna palabra? -preguntó Néstor-. ¿Cualquier palabra?

Josefina sacó la lengua, sacudió la cabeza de lado a lado y gritó al mismo tiempo:

– No, no puedo.

– ¿Qué clase de ensueño haces tú, Josefina? -le pregunté.

– La única clase que sé -respondió con sequedad.

– Yo ya te dije cómo hago el mío -le recordé-. Ahora tú dime cómo haces él tuyo.

– Yo cierro los ojos y veo una pared -precisó Josefina-. Es como una pared de niebla. Eligio me espera ahí. Me lleva a través de la pared y me enseña cosas. Supongo que me enseña cosas; no se que es lo que hacemos, pero hacemos algo juntos. Después me regresa a la pared y me deja ir. Y yo me olvido de lo que vi.