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– No. No es así de fácil -replicó-. He aprendido a repetir los movimientos y las sensaciones de volar cuando estoy despierta, y sin embargo, no puedo volar cada vez que quiero. Mi cuerpo de ensueño siempre encuentra una barrera. Algunas veces la barrera cede; mi cuerpo es libre en esos momentos y yo puedo volar como si estuviera ensoñando.

Le dije a la Gorda que en mi caso don Juan me dio tres tareas para entrenar mi segunda atención. La primera era encontrar mis manos en mis ensueños. Después me recomendó que escogiera un sitio local, concentrara en él mi atención, y luego hiciera ensoñar en pleno día y averiguara si en verdad podía ir allí. Me sugirió que colocara en aquel sitio a una persona allegada a mi, de preferencia una mujer. Con esto obtendría dos cosas: primero, ella podría percibir cambios sutiles que pudiesen atestiguar que en verdad yo estaba allí en ensueños; y, segundo, ella podría observar detalles minúsculos y particulares del sitio, porque precisamente en ésos se centraría mi segunda atención.

El problema más serio que a este respecto tiene el ensoñador es la fijeza inquebrantable de la segunda atención de detalles que pasarían completamente: desapercibidos en la vida cotidiana, creando, de esa manera, un obstáculo casi invencible para la verificación. Lo que uno busca en ensueños no es aquello a lo que se le prestaría atención en la vida ordinaria.

Don Juan explicó que durante el periodo de aprendizaje uno batalla por inmovilizar la segunda atención. Subsecuentemente, uno tiene que batallar aún más para romper esa misma inmovilización. En ensueños uno tiene que satisfacerse con ojeadas muy breves, con vislumbres pasajeros. Tan pronto como uno enfoca algo, uno pierde control.

La tarea menos generalizada que don Juan me dio, consistía en salir de mi cuerpo. Yo lo había logrado en parte, y por cierto lo consideré siempre como mi único verdadero logro en ensueños. Don Juan partió antes de que yo hubiera perfeccionado la sensación de que podía manejar el mundo de los asuntos diarios mientras ensoñaba. Su partida interrumpió lo que yo pensé iba a ser un inevitable montaje de mi realidad de ensueños sobre el mundo de mi vida diaria.

Para elucidar el control de la segunda atención, don Juan presentó la idea de la voluntad. Dijo que la voluntad podía describirse como el máximo control de la luminosidad del cuerpo en cuanto a campo de energía, o podía describirse como un nivel de pericia, o un estado de ser al que llega abruptamente un guerrero en un momento dado. Se le experimenta como un fuerza que irradia de la parte media del cuerpo después de un momento del silencio más absoluto, o de un momento de terror puro, o de una profunda tristeza; pero no después de un momento de felicidad. La felicidad es demasiado trastornante para permitirle al guerrero la concentración requerida a fin de usar la luminosidad de su cuerpo y convertirla en silencio.

– El nagual me dijo que para un ser humano la tristeza es tan poderosa como el terror -dijo la Gorda-. La tristeza hace que un guerrero derrame lágrimas de sangre. Ambos pueden producir el momento de silencio. O el silencio viene por sí mismo, porque el guerrero lo persigue a lo largo de su vida.

– ¿Tú has llegado a sentir ese momento de silencio? -le pregunté.

– Claro que sí lo he hecho, pero no puedo recordar cómo es -dijo-. Tú y yo lo hemos sentido antes y ninguno de los dos podemos recordar nada de eso. El nagual dijo que es un momento de negrura, un momento aún más silente que el momento de parar y cerrar el diálogo interno. Esa negrura, ese silencio, permite que surja el intento de dirigir la segunda atención, de dominarla, de obligarla a hacer cosas. Por eso se le llama voluntad. El intento y el efecto son la voluntad; el nagual dijo que las dos estaban unidas. Me dijo todo esto cuando yo trataba de aprender a volar en ensueños. El intento de volar produce el efecto de volar.

Le dije que yo ya casi había descartado la posibilidad de llegar a experimentar la voluntad.

– La experimentarás -dijo la Gorda-. El problema es que tú y yo no estamos lo suficiente afilados para saber qué es lo que nos está ocurriendo. No sentimos nuestra voluntad porque pensamos que debería ser algo de lo cual estamos seguros, como el hecho de enojarse, por ejemplo. La voluntad es muy silenciosa, no se nota. La voluntad pertenece al otro yo.

– ¿Cuál otro yo, Gorda? -pregunté.

– Tú sabes de qué estoy hablando -respondió enérgicamente-. Cuando ensoñamos entramos en nuestro otro yo. Ya hemos entrado allí infinitas veces, pero todavía no estamos completos.

Un largo silencio tuvo lugar. Yo me dije que ella tenía razón al decir que aún no estábamos completos. Entendí que con eso ella quería decir que éramos meros aprendices de un arte inagotable. Pero entonces cruzó por mi mente la idea de que a lo mejor ella se refería a otra cosa. No se trataba de un pensamiento racional. En un principio sentí algo como una sensación punzante en mi plexo solar y después tuve la idea de que quizá ella se refería a otra cosa. Luego sentí la respuesta. Me llegó como un solo bloque, una especie de masa. Supe que todo un conjunto se hallaba allí, primero en la punta del esternón y después en mi mente. Mi problema era que no podía desenredar lo que sabía, con rapidez suficiente para verbalizarlo.

La Gorda no interrumpió mis procesos de pensamiento con comentarios o gestos. Estaba perfectamente callada, esperando. Parecía hallarse conectada internamente conmigo a tal punto que no teníamos que decir nada.

Sostuvimos este sentimiento de comunión del uno con el otro durante un momento y después éste nos avasalló a los dos. La Gorda y yo nos calmamos poco a poco. Finalmente, empecé a hablar. No era que yo necesitase reiterar lo que sentimos y supimos en común, lo que necesitaba era reestablecer nuestras bases de discusión. Le dije que yo sabía de qué manera estábamos incompletos, pero que no podía poner en palabras mi conocimiento.

– Hay tantas y tantas cosas que sabemos -dijo-. Y sin embargo, no podemos usar todo eso porque en realidad ignoramos cómo extraerlo de nosotros mismos. Tú ya empezaste a sentir esa presión. Yo la he tenido por años. Sé y al mismo tiempo no sé. La mayor parte del tiempo se me caen las babas y todo lo que digo es pura estupidez.

Yo entendí a qué se refería y lo entendí en un nivel físico. Yo sabía algo absolutamente práctico y evidente de la voluntad y de lo que la Gorda había llamado el otro yo, y, sin embargo, no podía emitir la menor palabra de lo que sabía, no porque fuera reservado o vergonzoso, sino porque ignoraba por dónde comenzar, cómo organizar mi conocimiento.

– La voluntad es un control de la segunda atención al que se le llama el otro yo -dijo la Gorda después de una larga pausa-. A pesar de todo lo que hemos hecho, sólo conocemos un pedacito muy pequeño del otro yo. El nagual dejó a nuestro cargo el que completáramos nuestro conocimiento. Esa es nuestra tarea de recordar.

Se dio un golpe en la frente con la palma de su mano, como si algo hubiera llegado repentinamente a su mente.

– ¡Dios santo! ¡Estamos recordando al otro yo! -exclamó, con su voz casi bordeando la histeria. Después se tranquilizó y habló en un tono más suave-: Evidentemente ya hemos estado allí y la única manera de recordarlo es como lo estamos haciendo, disparando nuestros cuerpos de ensueño mientras ensoñamos juntos.