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– ¿Qué quieres decir con eso de disparar nuestros cuerpos de ensueño? -le consulté.

– Tú mismo presenciaste cuando Genaro disparaba su cuerpo de ensueño -dijo-. Sale como si fuera una bala lenta; en realidad se pega y se despega del cuerpo físico con un chasquido fuerte. El nagual decía que el cuerpo de ensueño de Genaro podía hacer la mayor parte de las cosas que nosotros hacemos normalmente; él se dirigía a ti de esa manera para sacudirte. Ahora ya sé qué era lo que buscaban el nagual y Genaro. Querían que recordaras, y para lograrlo Genaro llevaba a cabo hazañas increíbles ante tus mismísimos ojos disparando su cuerpo de ensueño. Pero no sirvió de nada.

– Yo nunca supe que él se hallaba en su cuerpo de ensueño -dije.

– Nunca lo supiste porque no observabas nada -dijo-. Genaro trató de hacértelo saber intentando cosas que el cuerpo de ensueño no puede hacer, como comer, beber, y cosas por el estilo. El nagual me dijo que a Genaro le gustaba bromear contigo diciéndote que iba a cagar y hacer que temblaran las montañas.

– ¿Por qué el cuerpo de ensueño no puede hacer esas cosas? -pregunté.

– Porque el cuerpo de ensueño no puede manejar el intento de comer o de beber -respondió.

– ¿Qué quieres decir con eso, Gorda?

– La gran hazaña de Genaro consistía en que en sus ensueños aprendió el intento de formar su cuerpo físico -explicó-. El terminó lo que tú empezaste a hacer. El podía ensoñar todo su cuerpo de la más perfecta manera. Pero el cuerpo de ensueño tiene un intento diferente del intento del cuerpo físico. Por ejemplo, el cuerpo de ensueño puede atravesar una pared, porque conoce el intento de desaparecer en el aire. El cuerpo físico conoce el intento de comer, pero no el de desaparecer en el aire. Para el cuerpo físico de Genaro, traspasar una pared sería tan imposible como sería comer para su cuerpo de ensueño.

La Gorda calló durante unos instantes como si sopesara lo que acababa de decir. Yo quise esperar antes de formularle más preguntas.

– Genaro había dominado sólo el intento del cuerpo de ensueño -dijo con una voz suave-. Silvio Manuel, por otra parte, era el máximo amo del intento. Ahora ya sé que no podemos recordar su cara porque él no era como cualquier otro.

– ¿Qué te hace decir eso, Gorda? -pregunté.

Ella comenzó a explicarme lo que quería decir, pero no pudo hablar coherentemente. De pronto, sonrió. Sus ojos se iluminaron.

– ¡Ya sé! -exclamó-. El nagual me dijo que Silvio Manuel era el amo del intento porque estaba permanentemente en su otro yo. El era el verdadero jefe. Se hallaba detrás de todo lo que hacía el nagual. En realidad, él fue el que hizo que el nagual se encargara de ti.

Experimenté una aguda incomodidad física al oír a la Gor da decir eso. Casi acabé vomitando y tuve que hacer esfuerzos extraordinarios para ocultárselo. Tuve espasmos de vómito. Le di la espalda. Ella dejó de hablar durante un instante y después procedió como si hubiera decidido ignorar mi estado. Me gritó. Dijo que ése era el momento de aclarar nuestros agravios. Me echó en cara mi resentimiento por lo que ocurrió en la ciudad de México. Añadió que mi rencor no se debía a que ella se hubiese puesto del lado de los otros aprendices en contra mía, sino porque ella los había ayudado a desenmascararme. Le expliqué que todos esos sentimientos se habían desvanecido en mí. Ella continuó inexorable. Sostuvo que a no ser que yo enfrentara esos sentimientos, éstos de alguna manera volverían a mí. Insistió en que mi afiliación con Silvio Manuel era el meollo del asunto.

Yo no podía creer los cambios anímicos por los que pasé al oír sus argumentos. Me convertí en dos personas: una rabiaba, espumeando de la boca; la otra estaba calmada, observando. Tuve un último espasmo doloroso en mi estómago y vomité. No fue la sensación de náusea la que causó el espasmo. Más bien se trataba de una ira incontenible.

Cuando finalmente me calmé me sentí muy avergonzado de mi comportamiento y preocupado de que un incidente de esa naturaleza pudiera volver a ocurrirme en otra ocasión.

– Tan pronto como aceptes tu verdadera naturaleza, estarás libre del furor -dijo la Gorda en un tono impasible.

Quise discutir con ella, pero vi la futilidad que eso implicaba. Además, el ataque de ira había consumido mi energía. Me reí porque de hecho ignoraba qué haría yo en caso de que la Gorda estuviera en lo cierto. Se me ocurrió entonces que desde el momento en que yo había olvidado a la mujer nagual, todo era posible. Sentía una extraña sensación de calor o irritación en la garganta, como si hubiese ingerido comida picante. Tuve una sacudida de alarma corporal justo como si hubiera visto a alguien agazapado a mis espaldas, y en ese momento supe a ciencia cierta algo que un instante antes no sabía. La Gorda tenía razón. Silvio Manuel había estado encargado de mí.

La Gorda rió estentóreamente cuando se lo dije. Añadió que ella también recordaba algo más de Silvio Manuel.

– No me acuerdo de él como persona, como recuerdo a la mujer nagual -continuó-, pero sí me acuerdo de lo que el nagual me dijo de él.

– ¿Qué te dijo? -pregunté.

– Dijo que mientras Silvio Manuel estuvo en esta tierra era como Eligio. Desapareció una vez sin dejar huellas y se fue al otro mundo. Se fue por años, y un día regresó. El nagual decía que Silvio Manuel no recordaba dónde había estado o qué había hecho, pero su cuerpo había cambiado. Había regresado al mundo, pero volvió en su otro yo.

– ¿Qué más te dijo, Gorda? pregunté.

– No me puedo acordar de mas -respondió-. Es como si estuviera viendo a través de la niebla.

Yo estaba seguro de que si nos esforzábamos duramente, averiguaríamos allí mismo quién era Silvio Manuel. Se lo dije.

– El nagual aseguraba que el intento está presente en todo -dijo la Gorda de repente.

– ¿Y eso qué quiere decir? -pregunté.

– No sé -respondió-. Sólo estoy hablando lo que se me viene a la mente. El nagual también dijo que el intento es lo que hace el mundo.

Estaba seguro de haber oído antes eso mismo. Pensé que don Juan debió haberme dicho la misma cosa y que yo la había olvidado.

– ¿Cuándo te habló de eso don Juan? -pregunté.

– No recuerdo cuándo -respondió-. Pero me dijo que la gente, y todas las demás criaturas vivientes, por cierto, es esclava del intento. Estamos en sus garras. Nos hace hacer todo lo que quiere. Nos hace actuar en el mundo. Incluso nos hace morir.

"Me dijo que cuando nos convertimos en guerreros, sin embargo, el intento se vuelve nuestro amigo. Nos deja ser libres por un rato. A veces incluso viene a nosotros, como si por ahí hubiera estado esperándonos. Me dijo que él personalmente sólo era un amigo del intento…, no como Silvio Manuel, que era su amo.

En mí había inmensas presiones de memorias ocultas que pugnaban por salir. Experimenté una tremenda frustración durante unos momentos y después algo en mí cedió. Me tranquilicé. Ya no me interesaba averiguar nada de Silvio Manuel.

La Gorda interpretó mi cambio como un signo de que no nos hallábamos listos para confrontar nuestros recuerdos de Silvio Manuel.

– El nagual nos mostró a todos nosotros lo que él podía hacer con su intento -dijo, abruptamente-. Podía hacer aparecer cosas llamando al intento.