Don Juan asumió toda responsabilidad, puesto que él me había encontrado, sin embargo mi presencia en el grupo obligó a que todos dieran de sí hasta el máximo, buscando dos cosas: una explicación de qué era lo que yo hacía entre ellos, y la solución del problema de qué hacer conmigo.
Con gran rapidez, Silvio Manuel encontró los medios por los cuales se podían deshacer de mi. Tomó la dirección del proyecto, pero como no tenía ni la energía ni la paciencia para tratar conmigo, comisionó a don Juan para que hiciera lo necesario en calidad de suplente suyo. La meta de Silvio Manuel consistía en prepararme para el momento en que un mensajero me trajese la regla pertinente al nagual de tres puntas.
Dijo que no le correspondía a él personalmente revelar esa porción de la regla. Yo debía, como todos los demás, esperar a que llegara el momento adecuado.
Aún había otro serio problema que añadía más confusión. Tenía que ver con la Gorda, y, a la larga, conmigo. La Gorda había sido aceptada en mi grupo como mujer del Sur. Don Juan y el resto de sus videntes lo habían confirmado. Parecía hallarse en la misma categoría de Cecilia, Deba, Marta y Teresa. Las similitudes eran innegables. Pero luego la Gorda perdió el peso superfluo y adelgazó hasta la mitad de su tamaño anterior. El cambio fue tan radical y profundo que se convirtió en otra persona.
Pasó desapercibida durante mucho tiempo, simplemente porque los demás guerreros se hallaban tan preocupados con mis dificultades que no le prestaron atención. Después, cuando ocurrió su drástico cambio, todos tuvieron que concentrarse en ella, y vieron que no era una mujer del Sur. Lo abultado de su cuerpo los había hecho verla inadecuadamente. Entonces recordaron que desde el momento en que llegó; la Gorda en realidad no podía llevarse bien con Cecilia, Delia y las otras mujeres del Sur. Por otra parte, se hallaba fascinada con Nélida y Florinda, porque en realidad siempre había sido como ellas. Lo cual significaba que había dos ensoñadoras del Norte en mi grupo: la Gorda y Rosa, una estridente discrepancia con la regla.
Don Juan y sus guerreros experimentaron una tremenda confusión. Interpretaron todo lo que les ocurría como un augurio, una indicación de que las cosas habían tomado un curso imprevisible. Puesto que no podían aceptar la idea de que un error humano supeditara a la regla, asumieron que un designio superior los había hecho errar por razones difíciles de discernir, pero que no por eso dejaban de ser reales.
Estudiaron el asunto de cómo remediar todo esto, pero antes de que alguno de ellos llegara a una respuesta, una verdadera mujer del Sur, doña Soledad, entró en escena con tal fuerza, que les fue imposible rechazarla. De acuerdo con la regla, ella era acechadora.
Su presencia nos distrajo. Durante un tiempo pareció como si ella fuera a empujarnos hacia otro nivel. Creó un movimiento vigoroso. Florinda, la tomó bajo su mando para instruirla en el arte de acechar. Pero todo el beneficio que ella trajo consigo no fue suficiente para remediar una extraña pérdida de energía que yo experimentaba, una languidez que parecía aumentar día a día.
Finalmente, Silvio Manuel dijo que en su ensoñar había recibido un plan maestro. Estaba rebosante de alegría y se apresuró a discutir los detalles con don Juan y con los demás guerreros: La mujer nagual fue invitada a las discusiones, pero yo no. Esto me hizo sospechar que no querían que yo me enterara de lo que Silvio Manuel había descubierto acerca de mí.
Les hablé a cada uno de ellos de mis sospechas. Todos lo negaron y se rieron de mí, salvo la mujer nagual, quien me dijo que yo estaba en lo cierto. El ensueño de Silvio Manuel le había revelado la nefasta razón de mi presencia entre ellos. Yo tenía, sin embargo, la obligación de aceptar mi destino, que consistía en no saber la naturaleza de mi tarea hasta el momento en que me hallara listo para saberlo.
Habló con tanta seriedad que no tuve más recurso que aceptar sin preguntas todo lo que me decía. Creo que si don Juan o Silvio Manuel me hubieran dicho lo mismo, yo no me habría rendido tan fácilmente. La mujer nagual también me dijo que ella había persistido en que don Juan y los demás me informaran el propósito general de sus acciones, aunque sólo fuera para evitar fricciones y rebeldías innecesarias.
Me dijeron que lo que Silvio Manuel se proponía hacer era prepararme para mi tarea llevándome directamente a la segunda atención. Para ello planeaba llevar a cabo maniobras que galvanizarían mi conciencia.
En presencia de todos los demás me dijo que estaba tomándome a su cargo, y por tanto me llevaría a la zona de su poder.
Nos explicó que en sus ensueños se le habían presentado una serie de no-haceres diseñados para un equipo compuesto por la Gorda y por mí como actores, y por la mujer nagual como vigilante.
Silvio Manuel sólo tenía palabras de admiración cuando se refería a la mujer nagual. Decía que ella era de una clase exclusiva, y que podía desempeñarse de igual a igual con él o con cualquier otro de los guerreros del grupo. No tenía experiencia pero podía manear su atención como quiera que lo necesitara. Silvio Manuel me confesó que, para él, la destreza de la mujer nagual era un misterio tan grande como lo era mi presencia entre ellos, y que la fuerza de la mujer nagual era tan intensa que yo era un principiante junto a ella. A tal extremo que le pidió a la Gorda que me auxiliara en especial, para que yo pudiese resistir el contacto de la mujer nagual.
Para nuestro primer no-hacer, Silvio Manuel construyó una enorme caja de madera donde cabíamos la Gorda y yo, si nos sentábamos espalda contra espalda con las rodillas hacia arriba. La caja tenía una tapa de enrejado para permitir la ventilación. La Gorda y yo teníamos que entrar en ella y sentarnos en total oscuridad y silencio, sin quedarnos dormidos. Silvio Manuel empezó dejándonos entrar en la caja por breves periodos; después los aumentó, conforme nos acostumbrábamos al procedimiento, hasta que pudimos pasar la noche entera dentro de ella sin movernos ni dormitar.
La mujer nagual se quedaba con nosotros para asegurarse de que no cambiásemos de niveles de conciencia a causa de la fatiga. Silvio Manuel decía que la tendencia natural, bajo condiciones de esfuerzo y tensión desacostumbrados, es cambiar del estado de conciencia acrecentada al normal, y viceversa.
El efecto general de este no-hacer, cada vez que lo llevábamos a cabo, era una sensación inigualable de tranquilidad, de descanso, lo cual era un completo enigma para mí, ya que jamás nos quedamos dormidos durante esas vigilias de toda la noche. Atribuí esa sensación de tranquilidad al hecho de que nos hallábamos en un estado de conciencia acrecentada, pero Silvio Manuel dijo que una cosa nada tenía que ver con la otra, y que la sensación de descanso se debía a que nos sentábamos con las rodillas arriba.
En el segundo no-hacer, Silvio Manuel nos hacía tender en el suelo en nuestro lado izquierdo, como perros hechos ovillo, casi en una posición fetal, con las frentes sobre los brazos doblados. Silvio Manuel insistió en que conserváramos los ojos cerrados lo más que pudiéramos, abriéndolos tan sólo cuando nos indicaba que cambiáramos de posición y que nos tendiéramos en el lado derecho. Nos explicó que el propósito de este no-hacer era separar a nuestro, sentido del oído del de la vista. Como antes, Silvio Manuel gradualmente incrementó la duración de las sesiones hasta que pudimos pasar toda la noche en una vigilia auditiva. Silvio Manuel nos dijo que estábamos para entonces listos para entrar a otra área de actividad. Nos explicó que en los dos primeros no-haceres habíamos roto cierta barrera perceptual mientras estábamos pegados al suelo. A manera de analogía, comparaba a los seres humanos con árboles. Somos árboles móviles. De alguna manera nos hallamos arraigados a la tierra; nuestras raíces son transportables, pero eso no nos libera del suelo. Dijo que para establecer el equilibrio teníamos que llevar a cabo el tercer no-hacer suspendidos en el aire. Si lográbamos canalizar nuestro intento mientras permanecíamos colgados de un árbol dentro de un arnés de cuero, podríamos hacer un triángulo con nuestro intento; la base de este triángulo se hallaba en el suelo y el vértice en el aire. Silvio Manuel creía que con los dos primeros no-haceres habíamos almacenado nuestra atención a tal punto, que podríamos ejecutar el tercero perfectamente desde el comienzo.