Cada vez que doña Soledad y yo deteníamos la pared, nos quedábamos mirándola fijamente; nunca entrábamos en el área que se halla entre las líneas paralelas, como la mujer nagual, la Gorda y yo lo habíamos hecho incontables veces. Doña Soledad siempre me hacía contemplar la niebla como si ésta fuera un cristal reflejante. Experimentaba entonces la disociación más extravagante. Era como si yo corriera a una velocidad desquiciada. Veía pedazos de paisaje que se formaban en la niebla, y repentinamente me hallaba en otra realidad física; era un área montañosa, rugosa e inhóspita. Doña Soledad siempre estaba allí en compañía de una mujer lindísima que se reía estentóreamente de mí.
Mi incapacidad para recordar lo que hacíamos después era aún más aguda que mi incapacidad de recordar lo que la mujer nagual, la Gorda y yo hicimos en el área que se halla entre las líneas paralelas. Parecía que doña Soledad y yo entrábamos en otra zona de conciencia que me era desconocida. Yo, por cierto, estaba ya en lo que creía ser mi estado de conciencia más agudo y, sin embargo, había algo aún más sutil. El aspecto de la segunda atención que doña Soledad obviamente me estaba ayudando a verificar era más complejo y más inaccesible que todo lo que he presenciado hasta la fecha. Lo que puedo recordar es la sensación de haberme movido mucho, una sensación física comparable a la de haber caminado kilómetros. También tenía la clara certeza corporal, aunque no puedo concebir por qué, de que doña Soledad, la otra mujer y yo intercambiábamos palabras, pensamientos, sentimientos. Pero no podría especificarlos.
Después de cada encuentro con doña Soledad, Florinda me hacía irme inmediatamente. Doña Soledad me daba mínimas explicaciones. Parecía que sólo hallarse en el estado de conciencia acrecentada la afectaba tan profundamente que difícilmente podía hablar. Por otra parte, había algo que velamos, esa áspera campiña, además de la lindísima mujer, o algo que hacíamos juntos nos dejaba sin aliento. Ella no podía recordar nada, a pesar de tratarlo desesperadamente.
Le pedí a Florinda que me clarificara la naturaleza de mis viajes con doña Soledad. Ella me dijo que una parte de sus instrucciones de último minuto era hacerme entrar en la segunda atención como lo hacen los acechadores, y que doña Soledad era aún más competente que ella para introducirme en la dimensión del acechador.
En la sesión que vendría a ser la última, Florinda, como había hecho al principio de nuestra instrucción, me esperaba en el vestíbulo. Me tomó del brazo y me llevó a la sala. Tomamos asiento. Me advirtió que no tratara aún de hallarle sentido a mis viajes con doña Soledad. Me explicó que los acechadores son innatamente distintos a los ensoñadores en la manera como utilizan el mundo, y que lo que doña Soledad hacía conmigo era tratar de ayudarme a voltear la cabeza.
Cuando don Juan me describió el concepto de voltear la cabeza del guerrero para enfrentar una nueva dirección, yo lo había entendido como una metáfora que señalaba un cambio de actitud. Florinda me dijo que mi idea era correcta, pero que no se trataba de una metáfora. Era verdad que los acechadores voltean la cabeza; sin embargo, no lo hacen para enfrentar una nueva dirección, sino para enfrentarse al tiempo de una manera distinta. Los acechadores encaran el tiempo que llega. Normalmente encaramos el tiempo cuando éste se va de nosotros. Sólo los acechadores pueden cambiar esta situación y enfrentar el tiempo cuando éste avanza hacia ellos.
Florinda me explicó que voltear la cabeza no significa que uno ve el futuro, sino que uno ve el tiempo como algo concreto, pero incomprensible. Por tanto, era superfluo tratar de clarificar lo que doña Soledad y yo hacíamos. Todo esto tendría sentido cuando yo pudiera percibir la totalidad de mí mismo y tuviese entonces la energía necesaria para descifrar ese misterio
Florinda me dijo, en el tono de alguien que revela un secreto, que doña Soledad era una acechadora suprema, la llamaba la más grande de todas. Decía que doña Soledad podía cruzar las líneas paralelas en cualquier momento. Además, ninguno de los guerreros del grupo del nagual Juan Matus había podido hacer lo que ella había hecho. Doña Soledad, a través de sus técnicas impecables de acechar, había encontrado su ser paralelo.
Florinda me explicó que cualquiera de las experiencias que tuve con el nagual Juan Matus, con Genaro, Silvio Manuel o con Zuleica, sólo eran mínimas porciones de la segunda atención; todo lo que doña Soledad me estaba ayudando a presenciar era también una porción mínima; pero, eso sí, diferente.
Doña Soledad no sólo me había hecho enfrentar el tiempo que llega, sino que también me llevó a su ser paralelo. Florinda definía el ser paralelo como el contrapeso que todos los seres vivientes tienen por el hecho de ser entidades luminosas llenas de energía inexplicable. El ser paralelo de una persona es otra persona del mismo sexo que está unida íntima e inextricablemente a la primera. Coexisten en el mundo al mismo tiempo. Los dos seres paralelos son como las dos puntas de la misma vara.
Florinda me dijo que a los guerreros, por lo general, les es casi imposible encontrar a su ser paralelo. Pero quienquiera que es capaz de lograrlo encontrará en su ser paralelo, tal como lo había hecho doña Soledad, una fuente infinita de juventud y de energía.
Florinda se puso en pie abruptamente, me condujo al cuarto de doña Soledad y me dejó a solas con ella. Quizá porque ya sabía que ése sería nuestro último encuentro, me invadió una extraña ansiedad. Doña Soledad sonrió cuando le referí lo que Florinda me acababa de decir. Dijo, con una verdadera humildad de guerrero, que ella no me estaba enseñando nada, que todo lo que había aspirado a hacer era llevarme donde su ser paralelo, porque allí se retiraría después que el nagual Juan Matus y sus guerreros dejaran el mundo. Dijo que en nuestro encuentro, sin embargo, había ocurrido algo que rebasaba su comprensión. Ella y yo, según Florinda le había explicado, habíamos mutuamente aumentado nuestra energía individual y que eso nos había hecho enfrentar el tiempo venidero, pero no en pequeñas dosis, como Florinda habría preferido que lo hiciéramos, sino en enormes porciones, como mi desenfrenada naturaleza lo quería.
Doña Soledad y yo entramos por última vez juntos en la segunda atención. El resultado de ese encuentro fue aún más asombroso para mí. Doña Soledad, su ser paralelo y yo permanecimos juntos en lo que yo sentí que fue un lapso extraordinariamente largo. Vi todos los rasgos del rostro de su ser paralelo. Sentí que éste trataba de decirme quién era. También parecía saber que ese era nuestro último encuentro. Había una sensación abrumadora de fragilidad en su mirada. Después, una fuerza que semejaba un viento nos arrojó adentro de algo que no tenía sentido para mí.
Florinda, de repente, me ayudó a levantarme. Me tomó del brazo y me llevó a la puerta. Doña Soledad fue con nosotros. Florinda dijo que iba a ser muy difícil recordar todo lo que había acontecido allí, porque me estaba dando totalmente a mi manía intelectual; esto era un asunto que sólo empeoraría porque ellos estaban a punto de partir del mundo y yo no tendría más a nadie que me ayudara a cambiar niveles de conciencia. Añadió que algún día doña Soledad y yo nos toparíamos de nuevo en el mundo de todos los días.
Fue entonces cuando me volví a doña Soledad y le supliqué que cuando nos viéramos de nuevo me liberara de mi prisión; le dije que si ella fracasaba debería matarme porque yo no quería vivir en la pobreza de mi racionalidad.