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– Es una estupidez decir eso -dijo Florinda-. Somos guerreros, y los guerreros tienen una sola meta en la mente: ser libres. Morir y ser devorado por el Águila es el destino del hombre. Por otra parte, querer salirnos de nuestro destino, querer entrar serenos y desprendidos a la libertad, es la audacia final.

XV. LA SERPIENTE EMPLUMADA

Habiendo alcanzado cada una de las metas que especificaba la regla, don Juan y su grupo de guerreros estaban listos para la tarea final, abandonar el mundo. Lo que nos quedaba a la Gorda, a los demás aprendices y a mí era presenciar su salida. Había un solo problema irresoluto: ¿qué hacer con los aprendices? Don Juan decía que, propiamente, deberían acompañarlos incorporándose a su propio grupo; sin embargo, no estaban listos. Las reacciones que habían tenido al intentar cruzar el puente habían demostrado cuáles eran sus debilidades.

Don Juan decía que la decisión de su benefactor de esperar años para congregar el grupo de sus guerreros, había sido una decisión sensata que produjo resultados positivos, en tanto que su propia determinación de reunirme sin pérdida de tiempo con la mujer nagual y mi propio grupo había sido casi fatal para nosotros.

Don Juan no expresaba esto como una queja o una acusación sino como la afirmación de la libertad del guerrero de escoger y aceptar su selección. Dijo, además, que en un comienzo él consideró seriamente seguir el ejemplo de su benefactor, y que de haberlo hecho habría descubierto con la suficiente anticipación que yo no era un nagual como él, y que nadie más, a excepción mía, habría quedado enredado en su mundo. Como estaban las cosas, Lidia, Rosa, Benigno, Néstor y Pablito tenían serias desventajas; la Gorda y Josefina necesitaban tiempo para perfeccionarse; tan sólo Soledad y Eligio estaban a salvo, pues ellos quizás eran más hábiles que los guerreros viejos de su propio grupo. Don Juan añadió que les correspondía a los nueve sopesar las circunstancias desfavorables o favorables y, sin lamentarse ni desesperarse ni darse palmaditas en la espalda, convertir su maldición o bendición en un incentivo.

Don Juan señaló que no todo en nosotros había sido un fracaso: lo poco que nos tocó ver y hacer entre sus guerreros había sido un éxito completo en el sentido de que la regla encajaba en cada uno de mi grupo, a excepción mía. Estuve completamente de acuerdo con él. Para empezar, la mujer nagual era todo lo que la regla. prescribía. Tenía gracia, control; era un ser en guerra y, sin embargo, completamente en paz. Sin ninguna preparación evidente, supo tratar y guiar a todos los dotados guerreros de don Juan a pesar de que éstos tenían la suficiente edad como para ser sus abuelos. Ellos aseguraban que ella era una copia al carbón de la otra mujer nagual que habían conocido. Reflejaba a la perfección a cada una de las ocho guerreras de don Juan y consecuentemente también podía reflejar a las cinco mujeres que él había hallado para mi grupo, pues éstas eran las réplicas de las mayores. Lidia era como Hermelinda, Josefina era como Zuleica, Rosa y la Gorda eran como Nélida, y Soledad era como Delia.

Los hombres también eran réplicas de los guerreros de don Juan: Néstor era una copia de Vicente; Pablito, de Genaro; Benigno, de Silvio Manuel, y Eligio era como Juan Tuma. La regla en verdad era el exponente de una fuerza inconcebible que había moldeado a esta gente. Sólo mediante una extraña vuelta del destino habían quedado desamparados, sin el guía que encontrara el paso hacia la otra conciencia.

Don Juan decía que los miembros de mi grupo tenían que entrar sin ayuda y por sí solos en la otra conciencia, y que ignoraba si podrían hacerlo, porque eso era algo que a cada quién le correspondía individualmente. El los había ayudado a todos impecablemente; por lo tanto, su espíritu estaba libre de tribulaciones, y su mente libre de especulaciones inútiles. Todo lo que le quedaba por hacer era mostrarnos pragmáticamente lo que significaba cruzar las líneas paralelas en la totalidad de uno mismo.

Don Juan me dijo que, en el mejor de los casos, yo podía ayudar a uno de los aprendices, y que él había escogido a la Gorda a causa de su agilidad en la segunda atención y porque me hallaba familiarizado con ella en extremo. Me dijo que yo no disponía de energía para los demás, debido a que tenía otros deberes que llevar a cabo, otro camino. Don Juan me explicó que cada uno de sus guerreros sabia cuál era esa tarea pero que ninguno de ellos me lo podía revelar porque yo tenía que probar que la merecía. El hecho de que se hallaran al final de su sendero, y el hecho de que yo había seguido fielmente las instrucciones hacía imperativo que la revelación tomase lugar, aunque sólo fuera en una forma parcial.

Cuando llegó el momento de partir, don Juan me dijo cuál era mi tarea. Como me hallaba en un estado de conciencia normal, perdí el verdadero sentido de lo que me dijo. Hasta el último momento don Juan trató de inducirme a unir mis dos estados de conciencia. Todo habría sido muy simple si yo hubiera podido efectuar esa fusión. Como no pude, sólo fui tocado racionalmente por sus revelaciones. Don Juan me hizo luego cambiar de niveles de conciencia a fin de permitirme apreciar el evento de su partida total en términos más abarcantes. Repetidamente me advirtió que estar en la conciencia del lado izquierdo es una ventaja sólo en cuanto se acelera nuestra comprensión. Es una desventaja porque nos permite enfocar con inconcebible lucidez sólo una cosa a la vez, y esto nos vuelve vulnerables. No se puede actuar independientemente mientras se está en la conciencia del lado izquierdo; uno tiene que ser ayudado por guerreros que han obtenido la totalidad de sí mismos y saben cómo desempeñarse en ese estado.

La Gorda me dijo que un día el nagual Juan Matus y Genaro reunieron a todos los aprendices en su casa. Él nagual los hizo cambiar a la conciencia del lado izquierdo, y les dijo que su tiempo en la tierra había llegado a su fin.

La Gorda no le creyó en un principio. Estaba convencida de que don Juan trataba de asustarlos para que actuaran como guerreros. Pero después se dio cuenta de que había un brillo en sus ojos que nunca le había visto.

Después de hacerlos cambiar de niveles de conciencia, don Juan habló con cada uno de ellos individualmente y a cada uno le hizo un resumen de todos los conceptos y procedimientos que les había enseñado. Conmigo hizo lo mismo, pero en mi caso condujo el resumen en ambos estados de conciencia, el día anterior a su viaje definitivo. Por cierto, me hizo cambiar de su lado al otro varias veces, como si quisiera estar seguro de que yo me hallaba completamente saturado en los dos.

Por mucho tiempo me fue imposible recordar, lo que tuvo lugar después del resumen. Un día, la Gorda finalmente logró romper las barreras de mi memoria. Me dijo que ella había estado en mi mente, como si me leyera por dentro. Afirmó que lo que mantenía cerrada mi memoria era el miedo que yo tenía de recordar algo dolorosísimo. Lo que había ocurrido en casa de Silvio Manuel la noche previa al viaje definitivo se hallaba inseparablemente enredado con mi terror. Dijo que tenía la clarísima sensación de que ella también tuvo miedo, pero ignoraba la razón. Tampoco podía recordar exactamente qué había ocurrido en casa, específicamente en el cuarto donde tomamos asiento.

Conforme la Gorda hablaba sentí como si me estuviera cayendo dentro de un abismo. Comprendí que algo en mí trataba de establecer una conexión entre dos diferentes acontecimientos que yo había presenciado en los dos estados de conciencia. En mi lado izquierdo tenía encerrado los recuerdos de don Juan y su grupo de guerreros en su último día en la tierra; en mi lado derecho estaba el recuerdo de haber saltado en una barranca. Al tratar de unir los dos lados experimenté una sensación total de descenso físico. Mis rodillas se doblaron y me desplomé en el suelo.