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La Gorda dijo que lo que me pasaba era que había llegado a mi conciencia del lado derecho un recuerdo que surgió en ella cuando yo hablaba. Recordó que habíamos hecho un intento más de cruzar las líneas paralelas con el nagual Juan Matus y su grupo. Dijo que ella y yo juntos con el resto de los aprendices habíamos tratado una vez más de cruzar el puente.

Yo no podía enfocar ese recuerdo. Parecía haber una fuerza constrictora que me pedía organizar mis pensamientos. La Gorda dijo que Silvio Manuel le había dicho al nagual Juan Matus que me preparara a mí y a los demás aprendices para cruzar. No quería dejarme en el mundo, porque creía que yo no tenía la menor posibilidad de cumplir mi tarea. El nagual no estuvo de acuerdo con él, pero llevó a cabo las preparaciones no obstante lo que pensaba.

La Gorda me dijo que recordaba que yo había ido en mi auto a su casa para llevarla a ella y a los demás aprendices a casa de Silvio Manuel. Ellos se quedaron allí mientras yo regresaba con el nagual Juan Matus y con Genaro a fin de prepararme para el cruce.

No pude recordar nada. Ella insistió en que debía de utilizarla como guía, puesto que nos hallábamos íntimamente unidos; me aseguró que yo podía leerle la mente y encontrar algo allí que podría despertar la totalidad de mi recuerdo.

Mi mente se hallaba en un estado de gran turbación. Una sensación de ansiedad me prevenía incluso concentrarme en lo que la Gorda decía. Ella siguió hablando, describiendo lo que recordaba de nuestro segundo intento por cruzar el puente. Refirió que Silvio Manuel los había arengado. Les dijo que el entrenamiento que tenían era suficiente como para tratar de cruzar nuevamente; lo que necesitaban para entrar plenamente en el otro yo era abandonar el intento de la primera atención. Una vez que se hallaran en la conciencia del otro yo, el poder del nagual Juan Matus y de su grupo los recogería y los elevaría a la tercera atención con gran facilidad: esto era algo que no podían hacer si los aprendices se hallaban en su conciencia normal.

De pronto, ya no escuchaba más a la Gorda. El sonido de su voz en verdad era como un vehículo para mí y trajo consigo el recuerdo de todo el evento. Me tambaleé ante el impacto. La Gorda cesó de hablar, y conforme yo le describía mi recuerdo, ella también se acordó de todo. Habíamos finalmente juntado las últimas piezas de los recuerdos separados de nuestros dos estados de conciencia.

Recordé que don Juan y don Genaro me prepararon para cruzar mientras yo me hallaba en el estado normal de conciencia. Yo pensé racionalmente que me estaban preparando para dar un salto en un abismo.

La Gorda recordó que a fin de prepararlos a cruzar, Silvio Manuel los había colgado de las vigas del techo en arneses de cuero. Había uno de éstos en cada cuarto de su casa. Los aprendices estuvieron suspendidos en ellos casi todo el día.

La Gorda comentó que tener un arnés en el cuarto de uno es algo ideal. Los Genaros, sin saber realmente lo que estaban haciendo, habían acertado al construir un arnés, tuvieron un recuerdo a medias y crearon su juego. Era un juego que combinaba las cualidades curativas y purificadoras de estar separado del suelo con la concentración que uno requiere para cambiar niveles de conciencia. El juego en realidad era un artificio que les ayudaba a recordar.

La Gorda me dijo que Silvio Manuel les hizo descender del arnés al atardecer, después de haber estado suspendidos todo el día. Todos fueron con él al puente y esperaron allí con el resto del grupo hasta que el nagual Juan Matus y Genaro llegaron conmigo. El nagual Juan Matus le explicó a todos que el prepararme había tomado más tiempo de lo que él anticipó.

Recordé que don Juan y sus guerreros cruzaron el puente antes que nosotros. Doña Soledad y Eligio automáticamente fueron con ellos. La mujer nagual fue la última que cruzó. Desde el otro lado del puente, Silvio Manuel nos indicó que empezáramos a caminar. Sin decir una sola palabra, todos nosotros, empezamos. A la mitad del puente, Lidia, Rosa y Pablito parecieron no poder dar otro paso. Benigno y Néstor llegaron casi hasta el final y después se detuvieron. Solamente la Gorda, Josefina y yo llegamos a donde don Juan y los otros se encontraban.

Lo que ocurrió después fue bastante parecido a lo que sucedió la primera vez que intentamos cruzar. Silvio Manuel y Eligio habían abierto algo que yo creí que era una grieta real. Tuve la energía suficiente para concentrar mi atención en ella. No era la colina que se encontraba junto al puente, ni tampoco era una apertura en la pared de niebla, aunque podía distinguir un vapor neblinoso en torno a la grieta. Era una misteriosa y oscura apertura que se erguía por sí sola al margen de todo lo demás; era del tamaño de un hombre, pero estrecha. Don Genaro hizo una broma y la llamó "vagina cósmica", y esta observación produjo risas estentóreas de sus compañeros. La Gorda y Josefina se aferraron a mí y entramos.

Instantáneamente sentí que me trituraban. La misma fuerza incalculable que casi me hizo explotar la primera vez me había atrapado nuevamente. Podía sentir a la Gorda y Josefina fusionándose conmigo. Yo parecía ser más ancho que ellas y la fuerza me aplanó contra las dos juntas.

Cuando otra vez me di cuenta de mí mismo, yacía en el suelo con la Gorda y Josefina encima de mí. Silvio Manuel nos ayudó a ponernos en pie. Me dijo que no sería imposible unirnos a ellos en esa ocasión, pero que quizá después, cuando nos hubiéramos afinado hasta la perfección, el Águila nos dejaría pasar.

Cuando regresábamos a su casa, Silvio Manuel me dijo casi en un susurro que su camino y mi camino se habían separado esa noche y que jamás se volverían a cruzar. Me hallaba sólo. Me exhortó a ser frugal y a utilizar mi energía con gran mesura sin desperdiciar ni un ápice de ella. Me aseguró que si yo llegaba a la totalidad de mí mismo sin desgastes excesivos, tendría energía suficiente para cumplir mi tarea. Pero me agotaba excesivamente antes de perder mi forma humana, estaba perdido.

Le pregunté si había una manera de evitar el desgaste. Negó con la cabeza. Dijo que mi triunfo o mi fracaso no era asunto de mi voluntad. Después me reveló los detalles de mi tarea. Pero no me dijo cómo llevarla a cabo, sólo que algún día el Águila pondría a alguien en mi camino para decirme cómo cumplirla. Y hasta no haber triunfado, no sería libre.

Cuando llegamos a la casa, nos congregamos todos en una gran habitación. Don Juan tomó asiento en el centro con la cara hacia él sureste. Las ocho guerreras lo rodearon. Se acomodaron en pares en los puntos cardinales, con la cara también hacia el sureste. Después los tres guerreros hicieron un triángulo afuera del círculo, con Silvio Manuel en el vértice que apuntaba al sureste. Las dos mujeres propios se sentaron flanqueándolo, y los dos hombres propios se acomodaron frente a él, casi contra la pared.

La mujer nagual hizo que los aprendices hombres tomaran asiento contra la pared del Esté, e hizo que las mujeres se sentaran contra la pared del Oeste. Después me condujo a un lugar que se hallaba directamente atrás de don Juan. Allí nos sentamos juntos.

Permanecimos sentados lo que yo creí que sólo era un instante, y sin embargo sentí una oleada de extraña energía. Cuando le pregunté a la mujer nagual por qué nos habíamos levantado tan rápidamente, me contestó que habíamos estado sentados allí durante varias horas, y que algún día, antes de que entrara a la tercera atención, todo eso tendría sentido para mí.

La Gorda afirmó que ella no sólo tuvo la sensación de que estuvimos sentados sólo un instante, sino que nunca le dijeron que eso no había sido así. Lo único que el nagual le dijo después era que tenía la obligación de ayudar a los demás aprendices, especialmente a Josefina, y que un día yo regresaría para darle el empujón final para cruzar totalmente hacia el otro yo. Ella estaba atada a mí y a Josefina. En nuestro ensoñar juntos, bajo la supervisión de Zuleica, habíamos intercambiado enormidades de nuestra luminosidad. Por esa razón pudimos resistir juntos la presión del otro yo al entrar en él con todo y cuerpo. También le dijo que el poder de los guerreros de su grupo fue lo que hizo que el cruce fuera fácil esa vez, y que cuando ella tuviera que cruzar por sí misma tenía que hacerlo a través del ensueño.