Había profundos nichos a lo largo del gran muro a intervalos regulares. Un enrejado de hierro forjado los separaba del resto de la habitación, dejándolos no obstante a la vista. La mitad de los huecos estaban vacíos, pero los demás estaban acolchados con telas; cada uno de estos nichos contenía un único y enorme huevo.
—Ya sabe, hay que mantenerlos calientes; ya que no podemos tener a los dragones ocupados en empollar los huevos, les permitimos que los entierren cerca de volcanes y otros lugares similares, tal y como harían si vivieran en la naturaleza.
—¿Y no hay espacio para hacer una cámara separada para ellos? —inquirió Laurence, sorprendido.
—Naturalmente que lo hay —espetó Granby con brusquedad.
Martin le lanzó una mirada e intervino veloz, antes de que Laurence pudiera reaccionar.
—Como ve, todos entramos y salimos de aquí bastante a menudo —dijo apresuradamente—, por lo que podemos darnos cuenta de si alguno de los huevos comienza a parecer un poquito más duro.
Laurence, que aún seguía conteniendo su mal humor, dejó pasar el comentario de Granby y asintió a Martin con un movimiento de cabeza. Había leído en los libros de sir Edward cuan impredecible era un dragón recién salido del huevo. Los criadores eran capaces de acortar muy poco el proceso de la incubación, que llevaba meses, o años en el caso de las especies más grandes, incluso a pesar de conocerlas de antemano.
—Creemos que el Caza Alado de ahí podría eclosionar pronto, eso sería memorable —continuó Martin mientras señalaba con el dedo un huevo dorado oscuro moteado de lunares de amarillo más brillante y contornos débilmente perlados—. Ése es el que puso Obversaria, la dragona insignia del canal de la Mancha. Fui alférez de banderas con ella nada más terminar mi adiestramiento. No hay criatura de su clase que la iguale en las maniobras.
Los dos aviadores contemplaron los huevos con expresiones de ansia y nostalgia. Cada uno de aquellos huevos representaba una rara posibilidad de promoción, incluso más insegura que el favor del Almirantazgo, que se podía buscar con halagos o ganar por el valor demostrado en el campo de batalla.
—¿Ha servido a bordo de muchos dragones? —le preguntó Laurence a Martin.
—Sólo en Obversaria y luego en Inlacrimas, que resultó herido en una escaramuza sobre el canal hace un mes, y aquí estoy, en tierra —contestó Martin—, pero se habrá recuperado para el servicio en un mes y obtuve un ascenso sirviendo a bordo de él, por lo que no me puedo quejar. Me acaban de hacer guardiadragón. Y Granby ha estado con más. Cuatro, ¿no es verdad? ¿Con quién estuviste antes de Laetificat?
—Excursius, Fluitare y Actionis —respondió Granby, escueto.
El primer nombre bastó. Laurence comprendió al fin y su rostro se endureció. Aquel tipo era probablemente amigo del teniente Dayes; en cualquier caso, ambos habían sido el equivalente a camaradas de a bordo hasta hacía poco y ahora le resultaba claro que el comportamiento ofensivo de Granby no respondía al resentimiento general de un aviador hacia un miembro de la Armada, sino también a una cuestión personal y, de ese modo, era una extensión del insulto original de Dayes.
Laurence estaba lejos de tolerar cualquier desaire por tal causa.
—Continuemos, caballeros —dijo con brusquedad.
No permitió nuevos retrasos durante el resto de la visita y dejó que Martin llevara el peso de la conversación como hasta el momento sin responder nada que revelase información alguna. Volvieron al vestidor tras completar el circuito de las termas y, después de que se hubieron vestido, Laurence dijo con voz tranquila pero firme:
—Señor Granby, ahora me va a llevar a la zona de alimentación y luego podrá irse. —Debía dejarle claro a aquel joven que no iba a tolerar la falta de respeto. Tendría que frenar a Granby si cometía otra tontería, y era mucho mejor que eso ocurriera en privado—. Señor Martin, le quedo muy agradecido por su compañía y sus explicaciones. Han sido de lo más valioso.
—No hay nada que agradecer —respondió Martin mirando alternativamente a Laurence y Granby con desconfianza, como si temiera que fuera a pasar algo si los dejaba a solas, pero Laurence había dejado clara su indirecta y, a pesar de la informalidad, Martin apreció que tenía casi la fuerza de una orden—. Supongo que los veré a los dos en la cena. Hasta entonces.
Laurence continuó en silencio junto a Granby hacia el área de alimentación, o más bien a un saliente desde el que se divisaba el final del valle de adiestramiento. La boca de aquel callejón sin salida natural se veía en el lejano confín del valle y Laurence alcanzaba a ver a varios pastores trabajando. Granby le explicó con voz inexpresiva que, cuando se les hacían señales desde el saliente, éstos recogían el número aproximado de animales para cada dragón y los enviaban al valle, donde cada uno los podía cazar y comer en tanto en cuanto no se desarrollara ningún vuelo de entrenamiento.
—Es bastante sencillo, o eso espero —dijo Granby, concluyendo con un tono que resultaba harto desagradable, otro paso más allá de la raya, tal y como había temido Laurence.
—Señor —le corrigió Laurence en voz baja. Granby parpadeó confuso durante un momento y Laurence repitió—: Es bastante sencillo, señor.
Esperaba que supusiera un aviso para Granby de cara a futuras faltas de respeto, pero de forma casi inconcebible, el teniente le replicó:
—No estamos en ningún acto oficial, sea lo que sea a lo que estuviera acostumbrado en la Armada.
—Estoy acostumbrado a la cortesía. Donde no la recibo, insisto al menos en obtener el respeto debido al rango —contestó Laurence sin contener ya su mal genio; lanzó una mirada feroz a Granby y sintió que le subían los colores—. Va a corregir el tratamiento de inmediato, teniente Granby, o por Dios que haré que le degraden por insubordinación. Dudo que la Fuerza Aérea se lo tome tan a la ligera a la luz de lo que se podría deducir de su comportamiento.
Granby se puso muy pálido. El arrebol sobresalió por encima de la piel quemada por el sol de los pómulos.
—Sí, señor —dijo, y de pronto se puso en posición de firmes.
—Retírese, teniente —ordenó de inmediato, y se dio la vuelta para mirar el campo con los brazos sujetos a la espalda mientras Granby se alejaba.
No quería ni volver a ver a aquel tipo.
Cuando se le pasó el arrebato de justa cólera, se sintió fatigado y abatido por haber sido tratado de semejante forma. Además, ahora debía atenerse a las consecuencias que sabía que traería el haber reprendido a aquel hombre. En el primer instante de su encuentro, Granby le había parecido bastante amigable y simpático por naturaleza, e incluso aunque no lo fuera, seguía siendo un aviador y él, un intruso. Los compañeros de Granby le apoyarían, por descontado, y su hostilidad hacia él haría más desagradable su situación.
Pero no había alternativa, no se podía tolerar una manifiesta falta de respeto, y Granby sabía perfectamente que su comportamiento era inaceptable. Laurence seguía alicaído cuando regresó al interior. Su humor mejoró sólo cuando descubrió al entrar al patio que Temerario se había despertado y le esperaba.
—Lamento haberte abandonado durante tanto tiempo —dijo Laurence al tiempo que se apoyaba contra su ijada y le daba unas palmadas, más para confortarse a sí mismo que para contentar al dragón—. ¿Te has aburrido mucho?
—No, en absoluto —dijo Temerario—. Se acercó mucha gente y estuvieron hablando conmigo. Algunos me tomaron medidas para un nuevo arnés. También he estado hablando con Maximus y me ha dicho que vamos a practicar juntos.
Laurence saludó con una inclinación de cabeza al Cobre Regio, que momentáneamente había abierto un ojo soñoliento al oír mencionar su nombre y que de inmediato lo volvió a cerrar.