Выбрать главу

—Sólo en el sentido de que es la única vez que lo he visto en mis doscientos años de experiencia —contestó secamente Celeritas mientras volvía a sentarse—. Un Caza Alado puede describir círculos cerrados, pero no mantenerse inmóvil en el aire de esa manera. —Se rascó la frente—. Hay que pensar la forma de darle utilidad a esa habilidad; al menos podremos convertirte en un bombardero infalible.

Cuando entraron a cenar, Laurence y Berkley seguían hablando del asunto y de cómo abordar el modo de ajustar los movimientos de Temerario y de Maximus. Celeritas los había tenido trabajando el resto del día, explorando las capacidades de maniobra de Temerario y haciendo que ambos dragones se marcasen el ritmo el uno al otro. Laurence ya sabía que Temerario era extraordinariamente rápido y habilidoso en el aire, por supuesto, pero resultó un gran placer y una satisfacción oírselo decir a Celeritas y ver con qué facilidad dejaba atrás a Maximus, de más edad y envergadura.

Celeritas había sugerido que incluso sería posible doblar la velocidad de vuelo de Temerario si conservaba la maniobrabilidad al crecer, que tal vez fuera capaz de salir de la formación y hacer una carrera en solitario para bombardear y volver a su posición a tiempo para efectuar un segundo vuelo con el resto de los dragones.

Berkley y Maximus se habían encargado de mantener a Temerario volando en círculos alrededor de ellos durante bastante tiempo. Los Cobres Regios eran los dragones de primer orden de la Fuerza Aérea, y Temerario jamás igualaría a Maximus en fuerza pura y potencia, sin duda, por lo que no había ninguna justificación para tener celos. De todos modos, Laurence se inclinaba a interpretar la ausencia de hostilidad como una victoria después de la tensión del primer día. El propio Berkley gastaba un humor extraño; era algo mayor para ser un capitán recién nombrado y se comportaba de forma peculiar, normalmente con una imperturbabilidad extrema, rota por ocasionales estallidos.

Pero a pesar de su peculiar forma de ser, parecía un oficial serio y entregado a su trabajo, y bastante amigable. De pronto, mientras se sentaban en la mesa vacía a la espera de que se le unieran los demás oficiales, le dijo a Laurence:

—Va a tener que enfrentarse a los celos, por supuesto, ya que no ha tenido que esperar para obtener una recompensa como todos los demás. Me pasé seis años esperando a Maximus. Ha merecido la pena, pero de seguir él en el cascarón, no sé si hubiera sido capaz de no odiarle al verle hacer cabriolas en un Imperial delante de mis narices.

—¿Esperar? —preguntó Laurence—. ¿Le asignaron a Maximus antes de que eclosionara?

—Desde el momento en que el huevo estuvo lo bastante frío para poder tocarlo —contestó Berkley—. Tenemos cuatro o cinco ejemplares de Cobre Regio por generación. La Fuerza Aérea no deja al azar quién se ocupa de ellos. Estaba en tierra cuando dije «Sí, gracias», y me senté aquí a contemplar el huevo y dar clase a esos rapaces con la esperanza de que no tardara demasiado en salir, y vaya si tardó, por Dios.

Berkley soltó una risotada y vació su vaso de vino.Laurence ya se había formado una alta opinión de la destreza de Berkley en el aire después de su mañana de trabajo, y parecía en verdad la clase de tipo a quien se le puede confiar un dragón poco común y valioso. No había duda de que sentía un gran afecto por Maximus y lo demostraba de un modo campechano. Al separarse de Maximus y Temerario en el patio, Laurence no pudo evitar oír que le decía:

—Supongo que no me vas a dejar en paz hasta que te haya quitado el arnés también, ¡diantre! —exclamó mientras ordenaba a la dotación de tierra que se encargara de ello.

Maximus estuvo a punto de derribarlo al tocarle para hacerle una caricia.

Los demás oficiales comenzaron a desfilar por la habitación. Casi todos eran más jóvenes que él y Berkley. Sus voces alegres y agudas llenaron rápidamente de bullicio el salón. Laurence estuvo un poco tenso al principio, pero sus miedos no se materializaron. Unos cuantos tenientes lo miraron con desconfianza y Granby se sentó lo más lejos posible, pero otros muchos le prestaron muy poca atención.

Un hombre alto, rubio y de nariz aguileña dijo en voz baja:

—Con su permiso, señor.

Se deslizó en el asiento contiguo al de Laurence. Aunque en la cena todos los oficiales de alto rango llevaban chaquetas y lazos de nudo, el recién llegado contrastaba de manera notable por lucir un lazo hecho con esmero y la chaqueta sin arrugas.

—Capitán Jeremy Rankin a su servicio —dijo cortesmente al tiempo que le tendía la mano—. Creo que no nos conocemos.

—No. Llegué ayer mismo. Soy el capitán Will Laurence, a su servicio —respondió Laurence.

Rankin estrechaba la mano con fuerza y se comportaba de manera agradable y natural. Laurence encontró muy grato conversar con él y no se sorprendió al saber que era uno de los hijos del conde de Kensington.

—Mi familia siempre ha enviado al tercer hijo a la Fuerza Aérea, y en los viejos tiempos, antes de que se constituyese el Cuerpo, cuando los dragones estaban reservados a la Corona, el bisabuelo de mi bisabuelo acostumbraba a enviar a dos hijos —le explicó Rankin—. Por eso, no tengo dificultades en ir a casa. Seguimos manteniendo una pequeña base para las escalas. Iba allí a menudo, incluso durante mi adiestramiento. Es una ventaja. Me gustaría que tuviéramos más aviadores —agregó en voz baja, mirando alrededor de la mesa.

Laurence no deseaba decir nada que se pudiera interpretar como una crítica. Rankin podía insinuarlo al ser uno de ellos; sin embargo, si él hacía un comentario, sólo podría considerarse ofensivo.

—Debe de ser duro para los niños dejar el hogar a una edad tan temprana —repuso con más tacto—. En la Armada, nosotros… Es decir, la Armada no admite muchachos hasta los doce años, e incluso entonces se les envía a tierra entre viajes y pasan un tiempo en casa. ¿Ya usted qué le parece, señor? —añadió, volviéndose a Berkley.

—Mmm —respondió Berkley mientras tragaba. Dirigió una mirada algo dura a Rankin antes de responder a Laurence—. No sabría decirle. Supongo que berrean un poco, pero se acaban acostumbrando y los tenemos todo el día de un lado para otro para que no sientan nostalgia de sus hogares.

Volvió a concentrar su atención en la comida sin hacer intento alguno de mantener viva la conversación y Laurence tuvo que volverse y continuar su discusión con Rankin.

—Llego tarde… ¡Vaya!

Era un joven espigado cuya voz aún no había cambiado, aunque era alto para su edad, quien se acercaba con prisa a la mesa presentando cierto desaliño. La mitad de su melena pelirroja se había salido de la trenza. Se detuvo de forma brusca al borde de la mesa; luego tomó asiento al otro lado de Rankin con lentitud y a regañadientes ya que aquél era el único sitio vacío. Era capitán a pesar de su juventud. Lucía una chaqueta con dos barras doradas en los hombros.

—¡Anda, Catherine! No, no, llegas a tiempo. Permíteme que te escancie un poco de vino —dijo Rankin.

Aunque ya había mirado al muchacho con sorpresa, Laurence pensó que había oído mal. Luego comprobó que no era así. El muchacho era en realidad una joven dama. Laurence miró a su alrededor sin comprender: no parecía preocuparle a nadie y desde luego no era un secreto. Rankin se dirigía a ella con amabilidad y tonos formales, sirviéndole de las fuentes.

—Permitid que os presente —agregó Rankin, volviéndose hacia el marino—. Capitán Laurence, de Temerario, miss… Oh, no, lo olvidaba, es decir, capitana Catherine Harcourt, de… esto… Lily.

—Hola —murmuró la joven sin levantar la vista.

Laurence notó cómo le enrojecían las mejillas. Ella se sentaba ahí con unos pantalones de amazona que mostraban la forma de sus piernas y una blusa sujeta sólo por un lazo en el cuello. Fijó su mirada en el recatado cogote de la joven y consiguió decir: