Se había armado de valor para reaccionar debidamente ante su próximo encuentro con la capitana Harcourt, pero ella se mostraba tímida en su compañía, por lo que la veía casi siempre a distancia, aunque Temerario pronto estuvo volando en compañía de su dragón, Lily. Sin embargo, una mañana ella se encontraba sentada a la mesa cuando Laurence llegó a desayunar y, deseando mantener una conversación normal, le preguntó por qué había llamado Lily a su dragón, creyendo que podría ser un apodo, como el de Volly. Se sonrojó intensamente y contestó con frialdad:
—Me gusta el nombre. ¿Y cómo se le ocurrió el nombre de Temerario, si se puede saber?
—Para ser totalmente sincero, no tenía ni idea de cómo dar un nombre adecuado a un dragón ni había forma de poder averiguarlo en aquel momento —respondió Laurence, que tenía la impresión de haber cometido una equivocación; nadie había mencionado el nombre poco corriente del dragón hasta ese momento, y sólo ahora que ella le había empujado a hacer lo mismo supuso que tal vez había tocado alguna fibra sensible de la joven—. Lo llamé así en honor a un barco, el primer Téméraire capturado a los franceses. El único actualmente en servicio es una nave de noventa y ocho cañones y tres cubiertas, uno de nuestros mejores barcos de combate.
Pareció más relajada después de que él hubo hecho aquella confesión y dijo con más franqueza:
—Como ha revelado tanto, no me importa admitir que sucedió algo parecido en mi caso. No se esperaba que Lily eclosionara como pronto hasta al cabo de cinco años, y no sabía nada de nombres. Me despertaron en mitad de la noche en la base de Edimburgo y me hicieron volar en cuanto el huevo endureció. Apenas había conseguido llegar a las termas antes de que rompiera el cascarón. Me quedé boquiabierta cuando se me invitó a darle un nombre y, simplemente, no se me ocurrió ningún otro.
—Es un nombre precioso y le cuadra a la perfección, Catherine —intervino Rankin mientras se sentaba con ellos a la mesa—. Buenos días, Laurence. ¿Ha leído el periódico? Lord Pugh finalmente ha conseguido casar a su hija. Ferrold debe de estar pelado.
Aquel pequeño cotilleo se refería a personas que Harcourt no conocía de nada y la dejó fuera de la conversación. Sin embargo, antes de que Laurence pudiera cambiar de tema, ella se disculpó y se escabulló de la mesa. Perdía así la oportunidad de propiciar la relación entre ellos.
Los pocos días restantes de la semana previa a la excursión transcurrieron rápidamente. El entrenamiento consistió en todavía más pruebas sobre las habilidades voladoras de Temerario y probar de qué modo él y Maximus podían volar en la formación, que giraba en torno a Lily. Celeritas les había hecho dar incontables vueltas alrededor del valle de adiestramiento, otras intentando reducir el número de aleteos, otras intentando aumentar la velocidad, y siempre manteniéndolos alineados unos a otros. Pasaron una mañana memorable en vuelo invertido, cabeza abajo, al final de la cual Laurence se encontró mareado y colorado. El corpulento Berkley echaba chispas cuando bajó tambaleándose de lomos de Maximus después de la última vuelta, y Laurence se adelantó de un salto para facilitarle bajar al suelo cuando le fallaron las piernas.
—Gracias —dijo mientras tomaba el vaso de brandy que le ofreció Laurence, y lo sorbió; entretanto, Laurence se soltó el lazo del cuello.
—Lamento tener que someterlos a tanta presión —se disculpó Celeritas cuando Berkley aún no había dejado de jadear y seguía colorado—. Habitualmente, estas pruebas durarían en torno a medio mes. Tal vez les esté presionando demasiado al ir tan deprisa.
—Tonterías, me habré recuperado en un santiamén —replicó Berkley de inmediato—. Sé perfectamente que no podemos desperdiciar ni un segundo, Celeritas, así que no se retrase por mi culpa.
—Laurence, ¿por qué hay asuntos tan urgentes? —le preguntó Temerario aquella tarde después de haber comido, mientras volvían a tumbarse juntos fuera de los muros del patio para leer—. ¿Va a haber una gran batalla pronto? ¿Nos van a necesitar?
Laurence cerró el libro, dejando un dedo entre las páginas para indicar el lugar donde se había quedado.
—No. Siento decepcionarte, pero estamos demasiado verdes como para que nos destinen al lugar de mayor acción. Aun así, lo más probable es que lord Nelson no sea capaz de destruir la flota francesa sin la ayuda de una formación de Largarios, en este momento estacionados en Inglaterra. Nuestra tarea consistirá en reemplazarlos para que se puedan ir. Se va a producir una batalla realmente importante, y te aseguro que nuestra participación no va a ser de menor importancia aunque no intervengamos en ella de manera directa.
—Sí, aunque no parece muy emocionante —contestó Temerario—, pero tal vez Francia nos invada. —Parecía más esperanzado que cualquier otra cosa—. ¿Tendremos que luchar en ese caso?
—Esperemos que no —repuso Laurence—. Si Nelson destruye la flota francesa, echaría por tierra cualquier oportunidad de que el ejército de Bonaparte cruzase el canal de la Mancha. Aunque he oído decir que tiene miles de barcos para transportar a sus hombres, son sólo transportes, y la Armada los hundiría a cientos si intentaran cruzar sin la protección de la flota.
Temerario suspiró y metió la cabeza entre las dos patas delanteras.
—Vaya —dijo.
Laurence se echó a reír y le acarició el hocico.
—¡Menuda sed de sangre! —exclamó divertido—. No temas. Te prometo que vamos a ver mucha acción en cuanto haya concluido el adiestramiento. Para empezar, se está produciendo un gran número de escaramuzas sobre el canal, y luego, tal vez nos envíen en apoyo de alguna operación naval o a hostigar el transporte marítimo por nuestra cuenta.
Aquellas palabras alentaron mucho a Temerario, que, habiendo recuperado ya el buen humor, prestó atención al libro de nuevo.
Maximus y él pasaron el viernes haciendo una prueba de resistencia para determinar cuánto tiempo aguantaban en el aire. Los miembros más lentos de la formación iban a ser los dos ejemplares de Tanator Amarillo, por lo que, para la prueba, tanto Temerario como Maximus debían ajustar a ellos su ritmo, así que estuvieron dando vueltas y más vueltas alrededor del valle en un círculo sin fin mientras encima de ellos el resto de la formación llevaba a cabo las maniobras bajo la supervisión de Celeritas.
Una lluvia constante desdibujaba todo el paisaje de abajo en un monótono manto gris y hacía la tarea más aburrida. Temerario volvía la cabeza a menudo para preguntar de modo lastimero cuánto tiempo llevaban volando; por lo general, Laurence se veía obligado a informarle de que apenas había transcurrido un cuarto de hora desde la última vez que lo preguntó. Al menos él podía contemplar las vueltas y las bajadas en picado de la formación, cuyos vividos colores destacaban contra el pálido gris del cielo. El pobre Temerario, en cambio, debía tener recta la cabeza y aguantarla de forma lo más estable posible para mantener una postura de vuelo aerodinámica.
El ritmo de Maximus comenzó a decaer después de unas tres horas; cada vez aleteaba con mayor lentitud y avanzaba con la cabeza gacha. Berkley le hizo regresar y Temerario se quedó dando vueltas, completamente en solitario. El resto de la formación descendió al suelo describiendo una espiral. Laurence vio a los dragones saludar a Maximus con asentimientos de cabeza en señal de respeto. A semejante distancia no entendía las palabras, pero era obvio que todos los dragones conversaban animadamente entre ellos mientras sus capitanes se arremolinaban en torno a Celeritas para estudiar la valoración de sus movimientos. Temerario también los vio, emitió un débil suspiro, pero no dijo nada. Laurence se inclinó hacia delante y le acarició el cuello; se prometió traerle la más elegante de las joyas que encontrara en todo Edimburgo aunque tuviera que dejarse la mitad de su capital en el empeño.