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Volly penetró directamente en el valle y tomó tierra en el patio de entrenamiento —una violación de las reglas del puesto mientras se desarrollaba una práctica— y el capitán James bajó de la espalda del dragón de un salto para hablar con Celeritas. Interesado, Temerario se enderezó y permaneció suspendido en el aire para observar, zarandeando a toda la dotación a excepción de Laurence, que para entonces ya se había acostumbrado a ese movimiento. Maximus siguió volando un poco más, hasta que se dio cuenta de que estaba solo; entonces, dio la vuelta y voló de regreso a pesar de los gritos de protesta de Berkley.

—¿Qué se supone que pasa? —preguntó Maximus con voz sorda; al ser incapaz de mantenerse en el aire, debía volar en círculos.

—Escucha, torpón —gritó Berkley—, ya te lo dirán si es de tu incumbencia. ¿Vas a regresar a las maniobras?

—No lo sé. Tal vez deberíamos preguntar a Volly —contestó Temerario—. Y ya no tiene sentido que sigamos ejercitando los movimientos, ya nos los sabemos todos —agregó.

Sonó tan obstinado que Laurence se sobresaltó. Se inclinó hacia delante con cara de pocos amigos, pero Celeritas los llamó urgentemente antes de que pudiera hablar.

—Ha habido una gran batalla en el mar del Norte, a las afueras de Aberdeen —informó sin más preámbulos en cuanto aterrizaron—. Varios dragones del puesto de Edimburgo respondieron a las señales de socorro de la ciudad. Aunque han repelido el ataque francés, Victoriatus ha resultado herido. Se encuentra muy débil y tiene dificultades para mantenerse en el aire. Vosotros dos sois lo bastante grandes para ayudarle a sostenerse y traerle con más rapidez. Volatilus y el capitán James os guiarán. Id enseguida.

Volly tomó la delantera y salió volando a una velocidad de vértigo, dejándoles atrás con suma facilidad. Se mantenía al alcance de la vista a duras penas. Maximus ni siquiera podía mantener el ritmo de Temerario; sin embargo, valiéndose de banderas de señales y unos cuantos gritos precipitados a través de las bocinas, Berkley y Laurence acordaron que el Imperial Chino se adelantaría y su tripulación iría enviando señales luminosas regulares para guiar a Maximus.

Temerario se lanzó a tumba abierta en cuanto se acordó el plan. En opinión de Laurence iba demasiado deprisa. Aberdeen estaba a poco menos de doscientos kilómetros y los otros dragones irían hacia ellos, acortando así la distancia que los separaba. Aun así, iban a tener que ser capaces de volar la misma distancia para traer a Victoriatus, e incluso aunque sobrevolaran tierra firme y no el océano, no podrían aterrizar y descansar con el dragón herido reposando sobre ellos, ya que no lograrían hacerlo despegar después. Iba a ser necesario moderar la velocidad.

Laurence lanzó una mirada al cronómetro sujeto al arnés del dragón y esperó a que la manecilla del minuto cambiara para empezar a contar los golpes de ala. Veinticinco nudos. Demasiado deprisa.

—Temerario —le llamó—, tómatelo con calma, por favor. Tenemos mucho trabajo por delante.

—No estoy cansado en absoluto —respondió el dragón, pese a lo cual redujo la velocidad.

Laurence consiguió fijar la nueva marcha en quince nudos, un buen ritmo que Temerario podía mantener casi de manera indefinida.

—Pasen la orden de que quiero ver al señor Granby —dijo Laurence; poco después, el teniente, que soltó los mosquetones rápidamente para poder avanzar, se encaramó a la base del cuello de Temerario—. En su opinión, ¿cuál es la velocidad máxima a la que pueden traer al dragón herido? —le preguntó Laurence.

Por una vez, Granby no respondió con fría formalidad, sino pensativamente. Todos los aviadores se mostraban muy circunspectos en cuanto se mencionaba que un dragón estaba herido.

—Victoriatus es un Parnasiano —dijo—. Un dragón de peso medio bastante grande, más pesado que un Tanator. El puesto de Edimburgo no tiene dragones de combate pesado, por lo que los que le traen deben de ser también de peso medio. No pueden avanzar a más de veinte kilómetros por hora.

Laurence se detuvo para convertir los kilómetros en nudos y hacerse una idea. Luego asintió. En tal caso, Temerario doblaba esa velocidad. Si se tenía en cuenta la velocidad de Volly al traer el mensaje, les quedaban unas tres horas antes de que hubiera que empezar a buscar al otro grupo.

—Muy bien. También podemos aprovechar el tiempo. Haga que lomeros y ventreros intercambien su posición para entrenar. Luego, creo que vamos a hacer unas prácticas de tiro.

Se sentía bastante tranquilo y se arrellanó en su asiento. Se percató de la excitación de Temerario por el débil temblor que palpitaba en la parte posterior de su cuello. En cierto modo, era la primera acción de combate del dragón, por supuesto. Laurence le acarició la protuberancia del lomo con suavidad. Ordenó intercambiar de posición a los fusileros y se volvió para observar los movimientos que había mandado. Por orden, un lomero descendía hacia el entoldado inferior a la par que un ventrero subía al superior por el otro costado, de forma que los pesos respectivos de ambos se equilibraban. Cuando un hombre culminaba el ascenso, se aseguraba en su posición y daba un tirón a la correa indicadora, que alternaba secciones blancas y negras, para que avanzara un tramo. Poco después, volvía a avanzar otro tramo, lo que indicaba que el hombre que había descendido también se había sujetado. Todo se desarrolló sin complicaciones. En ese momento, Temerario llevaba tres guardiadragones en los entoldados superior e inferior, el intercambio les llevó menos de cinco minutos en total.

—Señor Alien —dijo Laurence con brusquedad llamando al orden, por descuidar su deber de vigilar a los demás hombres en su tarea, a uno de los vigías, el cadete de más edad, al que pronto ascenderían a alférez—. ¿Me podría decir quién está ahora arriba, por el noroeste? No, no se vuelva a mirar. Debe ser capaz de responder a esa pregunta en el momento que se le formula. Hablaré con su instructor, ¡ponga cuidado en su trabajo!

Los fusileros ocuparon sus posiciones y Laurence asintió con la cabeza para que Granby diera la orden. Quienes estaban en el lomo del dragón empezaron a arrojar los finos discos de cerámica empleados como blancos y los tiradores se turnaban al disparar intentando alcanzarlos en el aire al pasar. Laurence observó y frunció el ceño.

—Señor Granby, señor Riggs, he contado doce aciertos de los veinte discos. ¿Coincide esa cifra con sus cuentas…? Caballeros, espero que no sea necesario recordarles que esto no valdrá contra los tiradores de élite franceses. Empecemos de nuevo a un ritmo más lento. Buscamos primero la precisión; luego, la velocidad. Señor Collins, haga el favor de no apresurarse tanto.

Los tuvo disparando durante casi una hora y luego puso a la dotación a efectuar los complicados ajustes del arnés propios de cuando estallaba una tormenta durante el vuelo. Después de eso, él mismo descendió para observar a los hombres situados debajo mientras volvían a disponer el equipo para el buen tiempo. No llevaban pescantes a bordo, por lo que no les pudo ordenar que hicieran prácticas de acomodación en las grupas para desmontar todo el equipo, y pensó que lo hubieran hecho igual de bien incluso con el equipo adicional.

Temerario se volvía de vez en cuando para seguir cada maniobra con ojos relucientes, pero la mayor parte del trayecto estuvo abstraído. Ganaba o perdía altura para aprovechar las corrientes más idóneas, que le permitían avanzar con algún esporádico aleteo, lo suficiente para mantener el vuelo. Laurence colocó la mano sobre los grandes y nudosos músculos del cuello de Temerario y percibió la suavidad con la que se movían, como si debajo de la piel hubiera aceite. No sintió la tentación de distraerlo hablando por ser innecesario. Sin necesidad de palabras, sabía que Temerario compartía su satisfacción de encauzar al fin el entrenamiento conjunto hacia un objetivo real. Hasta ahora, que de nuevo se veía ocupado en el servicio activo, Laurence no había comprendido del todo su propia y callada frustración por haber sido degradado de oficial en activo a mero cadete.