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Las tres horas transcurrieron deprisa según el cronómetro. Era el momento de prepararse para ayudar al dragón herido. Maximus estaba quizás a una media hora detrás de ellos, por lo que Temerario tendría que cargar con Victoriatus sólo hasta que el Cobre Regio les diera alcance.

—Señor Granby —dijo Laurence mientras se sujetaba de nuevo en su posición en la base del cuello—, despejemos el lomo. Que bajen todos los hombres, salvo el oficial de señales y los vigías de delante.

—Muy bien, señor —asintió Granby, y de inmediato se volvió para organizado todo.

Laurence le vio trabajar con una mezcla de satisfacción e irritación. Por vez primera en la última semana, Granby llevaba a cabo sus obligaciones sin ese aire de envaramiento y resentimiento, y Laurence notaba fácilmente los efectos: aumentaba la velocidad de casi todas las operaciones; ahora se corregían una miríada de pequeños defectos en la ubicación y posicionamiento de la dotación en el arnés, que no había percibido antes por su inexperiencia; la atmósfera entre los hombres se relajó. Así era como un buen teniente primero facilitaba la vida de la tripulación, y Granby estaba demostrando en esta ocasión que era perfectamente capaz de hacerlo, lo cual hacía más lamentable su actitud.

Volatilus dio la vuelta y regresó volando hacia ellos poco antes de que terminaran de despejar la parte superior. James se estiró e hizo bocina con las manos para informar a Laurence:

—¡Los he avistado! ¡Dos puntos hacia el norte, doce grados por debajo! —Enfatizaba los números con gestos de la mano mientras hablaba—. Vas a tener que bajar para luego volver a subir a su altura, ya que dudo que el dragón herido pueda elevarse más.

—Muy bien —contestó Laurence a través de la bocina, y ordenó al alférez de banderas que lo confirmara con las mismas.

Temerario se había hecho demasiado grande para que Volly pudiera acercarse lo suficiente para una comunicación verbal inteligible.

El dragón se curvó para lanzarse en picado a una rápida indicación de Laurence, que muy pronto vio en el horizonte una mota que creció enseguida hasta convertirse en un grupo de dragones. Se identificaba a Victoriatus en el acto. Era con diferencia más grande que cualquiera de los dos Tanatores que se esforzaban por mantenerlo en el aire. Aunque la tripulación ya había aplicado gruesos vendajes a las heridas, la sangre los había empapado y mostraba las marcas de éstas, donde era evidente que el dragón había recibido los golpes de los alados franceses. Las propias garras del Parnasiano eran inusualmente largas y estaban ensangrentadas, al igual que las mandíbulas. Los dragones más pequeños que volaban debajo iban atestados y encima de la criatura herida no había nadie, salvo el capitán y tal vez media docena de hombres.

—Señaclass="underline" «porteadores preparados para apartarse» —ordenó Laurence; el joven alférez de banderas ondeó los coloridos banderines en una rápida secuencia y obtuvo una pronta respuesta.

Temerario ya había volado alrededor del grupo y se había posicionado adecuadamente. Ahora se hallaba justo debajo y detrás del segundo dragón que soportaba el peso.

—Temerario, ¿estás preparado? —gritó Laurence.

Habían practicado aquella maniobra en los entrenamientos, pero iba a ser inusualmente difícil llevarla a cabo allí. El dragón herido apenas batía las alas y tenía los ojos entrecerrados de dolor y fatiga. Los dos dragones de apoyo estaban también extenuados. Tendrían que apartarse con suavidad y Temerario debía situarse allí a la velocidad de un rayo para impedir que Victoriatus se desplomase en una caída mortal imposible de evitar.

—Sí, démonos prisa, por favor. Parecen demasiado cansados —respondió Temerario mirando hacia atrás.

Temerario ya estaba preparado y había igualado el ritmo de los otros dos dragones; no se ganaba nada por esperar más.

—Señaclass="underline" «intercambio en la posición delantera» —indicó.

Flamearon las banderas y llegó la confirmación. Entonces aparecieron banderas rojas a ambos costados de la parte delantera de los dragones de apoyo que luego fueron sustituidas por otras verdes.

La retaguardia del dragón bajaba rápidamente y se salía de la formación cuando Temerario entró a fondo, pero el dragón de delante fue un poco lento y batió las alas con torpeza, por lo que Victoriatus comenzó a caer sobre el Tanator que intentaba descender para hacer sitio a su sustituto.

—¡En picado, maldita sea, baja en picado! —bramó Laurence lo más alto que pudo.

La cola del Tanator golpeaba como un látigo y estaba demasiado cerca de la cabeza de Temerario, de modo que no le podían reemplazar.

El Tanator terminó la maniobra y se limitó a plegar las alas, por lo que se apartó cayendo a plomo.

—Temerario, has de levantar un poco a Victoriatus para poder avanzar —gritó Laurence de nuevo, pegado contra el cuello del dragón.

El Parnasiano había apoyado los cuartos traseros sobre la cruz de Temerario en lugar de sujetarse más atrás, y la gran panza estaba a menos de un metro por encima. El dragón malherido mantenía la distancia a duras penas con las fuerzas menguadas.

Temerario cabeceó para indicar que había escuchado y comprendido la orden de Laurence. Batió las alas deprisa para subir en ángulo empujando al derrengado dragón hacia arriba y hacia atrás y luego, por pura fuerza, cerrar las alas de repente. Desplegó las alas otra vez después de una breve pero vertiginosa caída. Con un único gran empujón, Temerario consiguió situarse de forma adecuada y Victoriatus cayó pesadamente sobre ellos de nuevo.

Laurence tuvo un momento de respiro, y entonces Temerario aulló de dolor. Se volvió y contempló aterrado cómo Victoriatus, confuso y dolorido, hundía y removía las garras en el lomo y los ijares del Imperial. Arriba, apagados, escuchó los gritos del otro capitán. Victoriatus se detuvo, pero Temerario ya sangraba y algunas cinchas del arnés estaban cortadas y flameaban al viento.

Estaban perdiendo altura con gran rapidez. Temerario forcejeaba por mantenerse en vuelo bajo el peso del otro dragón. Laurence luchaba contra los mosquetones que le sujetaban mientras ordenaba a voz en grito al alférez de banderas que informara a los hombres de debajo. El muchacho descendió dificultosamente una parte del camino y ondeó como un poseso la bandera rojiblanca. Un momento después, vio agradecido cómo Granby y otros dos hombres trepaban para vendar las heridas, llegando a los cortes más profundos más deprisa de lo que él hubiera sido capaz. Acarició a Temerario y lo tranquilizó mientras se esforzaba para que no se le quebrara la voz. Temerario no podía desperdiciar fuerzas volviéndose para contestarle y continuó su batir de alas con bravura, aunque mantenía la cabeza gacha a causa del esfuerzo.

—No son profundas —gritó Granby desde donde trabajaban para cubrir las desgarraduras.

Laurence pudo respirar y empezó a pensar con claridad. El arnés se movía sobre el lomo del dragón. Además de una parte poco importante del aparejo, la cincha mayor del cuello estaba casi cortada, sostenida sólo por los alambres interiores, pero el cuero estaba seccionado y se precipitarían al vacío tan pronto como los cables se debilitaran bajo el peso de todos los hombres y el equipo.

—Todos vosotros —ordenó a los vigías y al alférez de banderas; los tres muchachos eran los únicos que quedaban arriba, además de él mismo— quitaos los arneses y pasádmelos. Sujetaos con fuerza al arnés principal y meted por dentro brazos y piernas.

El cuero de los arneses personales era grueso, sólidamente cosido y bien engrasado. Los mosquetones eran de acero sólido, no tan fuerte como el arnés principal, pero casi.