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Lily bajó los ojos para mirar a Laurence cuando se colocó junto a Temerario. Algo parecido a la alarma daba un aspecto torvo a su mirada, pero la dragona sólo sentía curiosidad.

—¿Eres el capitán de Temerario? Catherine, ¿no vamos a acompañarlos al lago? No estoy segura de querer entrar en el agua, pero me gustaría verlo.

—¿Ir al lago?

La sugerencia hizo que la capitana Harcourt dejara de examinar el arnés y mirara a Laurence con manifiesto asombro.

—Sí, voy a llevar a Temerario al lago para que se bañe —explicó él con voz firme—. Señor Hollin, haga el favor de usar el arnés ligero y compruebe si es posible no aparejarlo para que las correas no presionen las heridas.

El aludido estaba limpiando el arnés de Levitas, que acababa de regresar de comer.

—¿Nos acompañas? —preguntó Hollin a Levitas—. En ese caso, señor —agregó, dirigiéndose a Laurence—, tal vez no fuera necesario enjaezar a Temerario.

—Me encantaría —contestó Levitas al tiempo que miraba expectante a Laurence, como si pidiera permiso.

—Gracias, Levitas —dijo Laurence por toda respuesta—. Es una solución excelente, caballeros. Levitas va a llevarlos en esta ocasión —anunció a los cadetes. Hacía mucho que había dejado de intentar variar el tratamiento en atención a Roland. Resultaba más sencillo dirigirse a ella igual que a los demás, dado que, dijera lo que dijese, parecía perfectamente capaz de sentirse incluida—. Temerario, ¿monto con ellos o me llevas tú?

—Te llevo yo, por supuesto —contestó el dragón.

Laurence asintió.

—Señor Hollin, ¿tiene otra ocupación? Su ayuda resultaría útil, y Levitas le puede llevar si Temerario carga conmigo.

—¡Vaya! Me encantaría, señor, pero no tengo arnés —contestó Hollin mientras miraba a Levitas—. Nunca he volado, quiero decir, no sin los avíos de la tripulación de tierra, claro, aunque supongo que puedo improvisar algo con los que no están en uso si me concede un momento.

Mientras Hollin trataba de equiparse, Maximus descendió sobre el patio. El suelo tembló cuando él aterrizó.

—¿Estás listo? —preguntó el dragón a Temerario, que parecía complacido.

Berkley estaba a lomos de Maximus junto a un par de guardiadragones.

—Lleva quejándose tanto tiempo que he cedido —dijo Berkley en respuesta a la mirada inquisitiva y divertida de Laurence—. ¡Dragones nadando! Una idea de lo más estúpida si quiere saber mi opinión, una gran tontería. —Golpeó cariñosamente la cruz del dragón, desdiciendo sus palabras.

—Nosotras también vamos —anunció Lily.

La dragona y la capitana Harcourt habían mantenido una discusión en privado mientras se reunía el resto del grupo. Luego, el animal levantó en vilo a la capitana hasta dejarla en el arnés. Temerario recogió a Laurence con cuidado. A pesar de las grandes garras, Laurence no se preocupó lo más mínimo. Estaba muy cómodo entre sus curvos dedos; se sentaba en la palma y estaba tan protegido como si estuviera dentro de una caja metálica.

Cuando llegaron a la orilla, sólo Temerario se dirigió directamente a las aguas profundas y comenzó a nadar. Maximus se aproximó con timidez a las zonas poco profundas, pero no fue más allá de donde hacía pie. Lily permaneció en la orilla mirando y olfateando el agua, pero sin entrar. Levitas, tal y como acostumbraba, levantó primero olas cerca de la orilla y enseguida salió disparado, salpicando y agitándose como un loco con los ojos cerrados con fuerza, hasta llegar a aguas profundas, donde comenzó a chapotear con entusiasmo.

—Nosotros no tenemos que entrar con ellos, ¿verdad? —inquirió uno de los guardiadragones de Berkley con cierta nota de alarma en la voz.

—No, ni siquiera contemplarlo de cerca —respondió Laurence—. La nieve fundida de la montaña llega a este lago y nos íbamos a amoratar de frío en cuestión de segundos. Pero la natación se lleva la mayor parte de la sangre y los restos de la comida y será mucho más fácil limpiarlos después de que se hayan empapado un poco.

—Mmm —dijo Lily al oír aquello, y se deslizó en el agua muy lentamente.

—¿Estás segura de que el agua no está demasiado fría para ti, cielo? —preguntó la capitana a sus espaldas—. Nunca se ha sabido de un dragón que haya contraído las fiebres palúdicas, por lo que supongo que la pregunta está fuera de lugar —les dijo a Laurence y Berkley.

—No, el frío sólo los despierta a menos que sean temperaturas por debajo de cero, por las que tampoco se preocupen —contestó Berkley, que luego alzó la voz hasta bramar—: Maximus, grandísimo cobarde, entra de una vez si es lo que pretendes. No voy a quedarme aquí todo el día.

—No tengo miedo —replicó Maximus indignado, y arremetió hacia delante, levantando una gran ola de agua que inmediatamente se tragó a Levitas y bañó a Temerario.

Levitas resurgió barbotando y Temerario bufó y hundió la cabeza en el agua para salpicar a Maximus. En cuestión de segundos, los dos se enzarzaron en una batalla campal que fue un buen intento para que las aguas del lago parecieran las del océano Atlántico en plena tormenta.

Levitas salió revoloteando del lago y goteó agua helada sobre todos los aviadores que estaban a la espera. Hollín y los cadetes se pusieron a secarle. El pequeño dragón dijo:

—Me encanta nadar. Gracias por dejarme venir de nuevo.

—No veo por qué no puedes venir tan a menudo como desees —le replicó Laurence, que, al mirar a Berkley y Harcourt, observó que ambos estaban pendientes de sus asuntos y que ninguno de los dos parecía dispuesto a preocuparse del tema lo más mínimo ni tomar en cuenta su oficiosa injerencia.

Lily se había adentrado lo suficiente para que las aguas la cubrieran casi por completo, o al menos tanto como su flotabilidad natural le permitía. Se mantuvo bien alejada de las salpicaduras del par de dragones más jóvenes y se frotó la piel con la cabeza. A continuación, más interesada en la higiene que en la natación, salió y ronroneó de placer cuando Harcourt y los cadetes comenzaron a limpiar las manchas que ella les indicaba.

Maximus y Temerario se cansaron finalmente y también salieron para que los secaran. Maximus requirió el máximo esfuerzo de Berkley y sus guardiadragones, dos hombres hechos y derechos. Los cadetes se encaramaron al lomo de Temerario mientras Laurence frotaba la delicada piel de su hocico. No pudo reprimir una sonrisa al oír refunfuñar a Berkley sobre el tamaño de su dragón.

Dejó el trabajo por un momento simplemente para disfrutar de la escena. Temerario hablaba con los demás dragones de buen grado, con ojos relucientes y la cabeza erguida con orgullo, sin indicios ya de que dudara de sí mismo. Incluso aunque aquella variopinta y extraña compañía no tenía nada que ver con lo que había querido para sí, aquella camaradería natural le reconfortó. Era consciente de haberse probado a sí mismo y haber ayudado a Temerario a obrar de igual modo, y de la profunda satisfacción de haber encontrado un lugar auténtico y digno para ambos.

El júbilo duró hasta que regresaron al patio. Rankin se hallaba en un lateral del mismo. Vestía un traje de aviador y se golpeaba la pierna con las correas de su arnés personal con evidente irritación. Levitas dio un pequeño salto de alarma al aterrizar.

—¿Qué te propones al irte volando de esa manera? —espetó Rankin sin esperar siquiera a que Hollín y los cadetes se bajaran—. Cuando no estés comiendo, tienes que estar aquí a la espera, ¿comprendido? ¿Y quién les ha dicho a ustedes que podían montar en él?