—Levitas fue sumamente amable al hacerme el favor de llevarlos, capitán Rankin —dijo Laurence, que salió de entre la dotación de Temerario y habló con brusquedad para distraer la atención del hombre—. Sólo hemos bajado al lago, y nos podían haber hecho una señal en cualquier momento.
—No voy a preocuparme de andar corriendo detrás de un encargado de señales para tener disponible mi dragón, capitán Laurence. Le agradecería que se preocupara de su propio animal y me dejara a mí el mío —repuso Rankin fríamente. Luego, dirigiéndose a Levitas, agregó—: Supongo que ahora estarás empapado, ¿no?
—No, no. Estoy casi seco, seguro. No tardaré mucho en estarlo del todo, lo prometo —dijo Levitas, que se encorvó sobre sí mismo hasta empequeñecerse.
—Esperemos que así sea —dijo Rankin—. Agáchate, deprisa. Y en cuanto a todos vosotros, ¡permaneced lejos de él a partir de ahora! —les dijo a los cadetes mientras se encamaraba a su posición haciendo a un lado a Hollin de un empellón.
Laurence se quedó observando al Winchester mientras éste se alejaba volando con Rankin montado sobre su lomo. Berkley y la capitana Harcourt permanecieron en silencio, igual que los demás dragones. De pronto, Lily ladeó la cabeza y profirió un airado siseo. Sólo cayeron unas gotas de ácido, pero crepitaron y humearon sobre la piedra, dejando un profundo boquete negro.
—¡Lily! —le reprendió la capitana Harcourt, pero había cierto alivio en su voz por el hecho de romper el silencio—. Peck, trae un poco de aceite para el arnés —ordenó a un miembro de la tripulación de tierra de Lily mientras descendía. Lo vertió con prodigalidad sobre las gotas de ácido hasta que dejaron de humear—. Listo, cubridlas con un poco de arena y mañana ya será seguro lavarlas.
Laurence también agradeció aquella pequeña interrupción. No confiaba en sí mismo lo suficiente como para hablar de inmediato. Temerario le acarició con el hocico con suavidad y los cadetes le miraron preocupados.
—No debería haberlo sugerido, señor —dijo Hollín—. Por descontado, le pediré perdón a usted y al capitán Rankin.
—En absoluto, señor Hollin —contestó Laurence. Oyó su propia voz, fría y muy severa, por lo que intentó mitigar el efecto causado al añadir—: Nada de cuanto ha hecho está mal.
—No veo razón alguna por la que debamos permanecer lejos de Levitas —susurró Roland.
Laurence no vaciló ni un segundo en responder. Fue algo tan intenso y automático como su propia e inútil ira contra Rankin.
—Señorita Roland, un superior jerárquico le ha dado una orden. Si ése no es motivo suficiente, se ha equivocado de trabajo —replicó con brusquedad—. Que no vuelva a escucharle otro comentario de ese tipo. Hagan el favor de llevar esos trapos a la lavandería ahora mismo. Si me disculpan, caballeros, iré a dar un paseo antes de la cena —agregó dirigiéndose a los demás.
Temerario era demasiado grande para deslizarse detrás de él con éxito, por lo que el dragón recurrió a sobrepasarle volando y esperarle en el primer claro que había junto al camino. Laurence estaba convencido de que deseaba estar solo, pero descubrió que se alegraba de entrar en el círculo de las patas del dragón y apoyarse sobre su cálido corpachón, escuchando el palpitar casi musical y la continua reverberación de su respiración. Le entraron unas ganas terribles de llamar a Rankin.
—No sé por qué lo soporta. Aunque es pequeño, sigue siendo más grande que Rankin —dijo Temerario tiempo después.
—¿Por qué lo soportas tú cuando te pido que te pongas el arnés y realices algunas maniobras peligrosas? —le contestó Laurence—. Es su deber y su costumbre. Le han educado para obedecer y ha sufrido ese tratamiento desde que salió del huevo. Lo más probable es que no se le ocurra otra alternativa.
—Pero te ve a ti y a los demás capitanes. A nadie se le trata de ese modo —replicó Temerario. Abrió surcos en el suelo al flexionar las garras—. No te obedezco porque sea un hábito y no sea capaz de pensar por mí mismo. Lo hago porque sé que mereces esa obediencia. Nunca me tratarías con crueldad ni me pedirías que hiciera algo peligroso o desagradable sin motivo.
—No, no sin motivo —admitió el aviador—, pero tenemos un trabajo duro, amigo mío, y a veces debemos estar dispuestos a soportar mucho —vaciló, pero luego añadió con tacto—: Quería hablar contigo de ello, Temerario. Has de prometerme que en el futuro no antepondrás mi vida a todo lo demás. Seguramente sabías que Victoriatus es más necesario que yo para la Fuerza Aérea, incluso aunque no tuviéramos en cuenta a la tripulación. Nunca deberías haber contemplado la posibilidad de arriesgar sus vidas para salvar la mía.
Temerario se enroscó aún más cerca de él y dijo:
—No, Laurence, no puedo prometerte tal cosa. Lo siento, pero no te voy a mentir. No podía haberte dejado caer. Tal vez valores sus vidas más que la tuya, pero yo no, ya que tú eres más valioso para mí que todos los demás. No te obedeceré en tal caso. Y en lo que se refiere al deber no me preocupa mucho el concepto, ya que cuanto más sé de él, menos me interesa.
Laurence no estaba demasiado seguro sobre cómo responder a aquello. No podía negar cuánto significaba para él lo mucho que le valoraba Temerario, aunque también resultaba alarmante que el dragón expresara sin rodeos que seguiría o no sus órdenes en función de su propio criterio. Laurence confiaba mucho en ese juicio, pero volvía a sentir que no había hecho el suficiente esfuerzo para enseñar al dragón el valor de la disciplina ni el deber.
—Desearía saber explicártelo correctamente —dijo con cierta desesperación—. Tal vez encuentre algunos libros sobre el tema.
—Ya imagino —contestó el dragón, que por una vez se mostraba dubitativo sobre la lectura de un libro—. Dudo que haya algo que me persuada de comportarme de otra manera. En todo caso, preferiría evitar que volviera a suceder. Fue terrible y temía no ser capaz de recogerte.
Laurence podía sonreír a esas palabras.
—Al menos en ese punto estamos de acuerdo, y te prometo con mucho gusto que haré todo lo posible para evitar que se repita.
Roland acudió corriendo en su busca a la mañana siguiente. Laurence había dormido junto a Temerario en la pequeña tienda.
—Celeritas os quiere ver, señor —anunció la niña, que volvió al castillo junto a él, después de que se hubiera puesto la chaqueta y anudado el lazo del cuello. Temerario le despidió adormilado, sin apenas abrir un ojo antes de volver a dormirse. Mientras caminaban, Roland aventuró—: ¿Sigue enfadado conmigo, capitán?
—¿Qué? —preguntó él, mirándola sin comprender. Entonces, se acordó y le respondió—: No, Roland. No estoy enfadado contigo. Espero que hayas comprendido por qué te equivocaste al hablar de ese modo.
—Sí —le contestó la cadete. El aviador fue capaz de ignorar la poca convicción con la que lo decía—. No le he hablado a Levitas, pero no he podido evitar ver el mal aspecto que tiene esta mañana.
Laurence lanzó una mirada al Winchester mientras cruzaban el patio. Levitas se había aovillado en una esquina al fondo del patio, lejos de los demás dragones, y no dormía a pesar de lo temprano de la hora, sino que miraba el suelo con desánimo. Laurence desvió la mirada, no había nada que hacer.
—Retírate, Roland —ordenó Celeritas cuando ella llevó al aviador a su presencia—. Capitán, lamento haberle hecho llamar a primera hora. Antes que nada, ¿cree que Temerario se ha recuperado lo suficiente para reanudar el entrenamiento?
—Eso creo, señor. Se está recuperando con suma rapidez y ayer bajó al lago y regresó sin dificultad —contestó Laurence.
—Bien, bien. —Celeritas enmudeció, después suspiró y agregó—: Capitán, me veo obligado a ordenarle que no vuelva a entrometerse en lo que a Levitas concierne.