Laurence sintió cómo le ardían las mejillas. De modo que Rankin se había quejado de él. Aun así, era lo menos que se merecía. Él jamás hubiera tolerado una intervención oficiosa en el gobierno de su nave ni en el manejo de Temerario. Aquello no había estado bien, con independencia de las justificaciones que se diera a sí mismo, y la ira quedó subsumida bajo la vergüenza.
—Señor, le pido perdón por haberle puesto en el compromiso de tener que decírmelo. Le aseguro que el problema no se presentará de nuevo.
Celeritas bufó. Después de haber pronunciado la reprimenda, no parecía poner mucho empeño en reforzarla.
—No me dé garantías. Se rebajaría ante mis ojos si las diera con sinceridad —contestó—. Es una gran pena y tengo tanta culpa como los demás. Cuando fui incapaz de soportar más a Rankin, el Mando Aéreo pensó que él podría actuar como mensajero y le envió un Winchester. No me decidí a hablar contra él por consideración a su abuelo a pesar de saber que hubiera sido lo mejor.
Se sintió reconfortado cuando se suavizó la reprimenda y sintió curiosidad al comprender que Celeritas sugería que tampoco le soportaba. Seguramente, el Mando Aéreo nunca hubiera impuesto como aviador de un dragón tan extraordinario como el director de prácticas a un tipo como Rankin.
—¿Conoció bien a su abuelo? —preguntó Laurence, incapaz de resistirse a formular una pregunta de prueba.
—Fue mi primer cuidador, y también su hijo sirvió conmigo —contestó Celeritas lacónicamente al tiempo que apartaba el rostro y dejaba caer la cabeza. Se recuperó después de un momento y añadió—: Bueno, yo tenía esperanzas en el chico, pero la madre insistió en que no creciera aquí y su familia le inculcó ideas extrañas. Nunca debería haber sido aviador, y menos aún capitán. Pero ahora lo es, y se quedará mientras Levitas le obedezca. No puedo permitir que interfiera. Imagine lo que ocurriría si se dejara a unos oficiales inmiscuirse en los animales de otros. Los tenientes desesperados por llegar a capitán apenas podrían resistir la tentación de acaramelar a cualquier dragón que no estuviera del todo satisfecho. Eso sería el caos.
Laurence agachó la cabeza.
—Lo entiendo perfectamente, señor.
—En cualquier caso, le voy a dar asuntos más urgentes que atender. Hoy vamos a empezar la integración de Temerario en la formación de Lily —dijo Celeritas—. Vaya en su busca. Los otros estarán aquí dentro de poco.
Laurence caminó de regreso muy pensativo. Siempre supo, por supuesto, que las razas de mayor tamaño sobrevivían a sus cuidadores siempre que no los mataran en el combate. No había ponderado que eso dejaba a los dragones solos y sin compañero después ni había pensado cómo éstos o el Mando Aéreo resolvían la situación. Por supuesto, el interés de Inglaterra era que el dragón continuara en activo con un nuevo cuidador, y no pudo evitar el pensamiento de que de ese modo, con la mente ocupada en otros deberes, el animal sería más feliz y se evitaría la clase de pesar que estaba claro que Celeritas aún sentía.
Miró al dormido Temerario con preocupación una vez que regresó al claro. Les quedaban muchos años por delante y los caprichos de la guerra podían hacer baladíes todas aquellas preguntas, pero la felicidad futura del dragón era su responsabilidad, y con diferencia, más pesada que cualquier propiedad. En algún momento no demasiado lejano tendría que considerar qué previsiones tomaba para asegurar su futuro. Quizás un primer teniente bien elegido podría ocupar su lugar cuando el dragón se hiciera a la idea con el transcurso de los años.
—Temerario —le llamó, acariciando el hocico del dragón, que abrió los ojos y profirió un sonido sordo.
—Estoy despierto. ¿Volvemos a volar hoy? —preguntó mientras alzaba la cabeza, bostezaba al cielo y movía un poco las alas.
—Sí, amigo —contestó el aviador—. Vamos, debemos ponerte el arnés de nuevo. Estoy seguro de que el señor Hollin nos lo habrá preparado.
Habitualmente, la formación volaba en una cuña que recordaba mucho a una bandada migratoria de ocas con Lily en cabeza. Messoria e Immortalis, los Tanatores Amarillos, proporcionaban el obstáculo físico que impedía un ataque de cerca contra Lily mientras que Dulcia, un Cobre Gris más pequeño y ágil, y Nitidus, un Azul de Pascal, defendían los extremos. Todos ellos eran dragones adultos y, salvo Lily, tenían experiencia en el combate. Se les había elegido para aquella vital formación con el fin de apoyar a la joven e inexperta Largario, y sus capitanes y tripulaciones se sentían con razón orgullosos de su habilidad.
Laurence tuvo motivos para agradecer el incesante trabajo y las repeticiones del último mes y medio. Si las maniobras que habían practicado durante tanto tiempo no se hubieran convertido ahora en una segunda naturaleza para Temerario y Maximus, jamás hubieran podido igualar las estudiadas acrobacias, realizadas sin esfuerzo aparente, de los demás. Habían situado a los dos dragones más grandes de modo que formaran una segunda fila detrás de Lily, cerrando la formación con forma de triángulo. En batalla, su tarea sería rechazar cualquier intento de romper la formación, defenderla del ataque de otros dragones de combate pesado y acarrear el peso de las bombas que sus tripulaciones arrojarían sobre los objetivos ya debilitados por el ácido de Lily.
Laurence se alegró al ver que los otros dragones admitían plenamente a Temerario en la formación, aunque ninguno de los dragones adultos tenía ni la energía ni las ganas para jugar fuera del trabajo. La mayor parte del tiempo haraganeaban durante las escasas horas de ocio y se limitaban a entretenerse contemplando con condescendencia cómo hablaban Temerario, Lily y Maximus, y, de vez en cuando, cómo jugaban al corre que te pillo en el aire. Por su parte, Laurence también se sentía mucho mejor acogido entre los demás aviadores y descubrió que, sin haberlo advertido, se había acomodado a la informalidad de sus costumbres. La primera vez que se encontró dirigiéndose a la capitana Harcourt como simplemente «Harcourt» en una deliberación posterior al entrenamiento, ni siquiera se dio cuenta hasta al cabo de un rato.
Los capitanes y los tenientes primeros acostumbraban a mantener debates de estrategia y táctica a la hora de las comidas o a última hora de la noche, después de que los dragones se hubieran dormido. Rara vez le pedían opinión durante estas conversaciones, pero no le afectaba demasiado, ya que, aunque comenzaba a dominar los principios de la guerra aérea, se seguía considerando un neófito en el tema y difícilmente se podía ofender porque los aviadores hicieran lo mismo. Se mantenía en silencio y no intentaba pronunciarse en las conversaciones, salvo cuando podía contribuir con alguna información sobre las habilidades singulares de Temerario; prefería escuchar con el propósito de aprender.
De vez en cuando, la conversación giraba hacia el tema más general de la guerra. Estaban en un lugar apartado y la información tenía varias semanas de desfase, por lo que era difícil resistirse a la tentación de especular. Laurence se unió a los pilotos una velada en la que Sutton dijo:
—La maldita flota francesa podría estar en cualquier lugar. —Sutton era el capitán de Messoria y el más curtido de todos, un veterano de cuatro guerras muy dado al pesimismo y a un lenguaje subido de tono—. Ahora, se han escabullido de Toulon y por lo que sabemos esos bastardos ya deben de estar de camino hacia el canal. No me sorprendería encontrar mañana a un ejército invasor a nuestras puertas.
Laurence difícilmente podía dejar pasar por alto esas palabras y dijo al sentarse:
—Les aseguro que se equivocan. Villeneuve y su flota han zarpado de Toulon, sí, pero no se trata de ninguna operación de envergadura, sólo de huir. Nelson ha estado siguiéndole sin parar todo el camino.
—Caramba, ¿tiene noticias, Laurence? —preguntó Chenery, el capitán de Dulcía, levantando la vista de una desganada partida a las veintiuna que estaban jugando él y Little, el capitán de Immortalis.