Las historias eran mitos, obviamente, pero la traducción de sir Edward incluía un buen número de anotaciones en las que se describían las bases reales de las leyendas de conformidad al conocimiento moderno más avanzado. Laurence sospechaba que quizás estuvieran levemente exageradas. Sir Edward sentía demasiado entusiasmo por los dragones orientales, pero las leyendas cumplieron su propósito de forma admirable. Las historias fantásticas sólo consiguieron que Temerario se empeñara en demostrar unos méritos similares y le llevaron a preocuparse más por los entrenamientos.
El libro resultó útil por otra razón. La apariencia de Temerario empezó a diferir aún más de la de los demás dragones poco después de recibir el paquete. Le salieron unos finos tirabuzones alrededor de las fauces y una gorguera de delicado tejido ondulado que se desplegaba entre los flexibles cuernos alrededor del rostro. Todo ello le confería un aspecto serio y espectacular, aunque no desfavorecedor, pero resultaba innegable que su apariencia difería cada vez más de la del resto, e indudablemente Temerario se hubiera sentido desdichado de nuevo al verse con un aspecto que lo separaba aún más de sus compañeros, de no haber sido por el hermoso frontispicio del libro de sir Edward, un grabado de Emperador Amarillo en el que se mostraba a aquel gran dragón luciendo el mismo tipo de gorguera.
Seguía sintiendo ansiedad ante el cambio de su apariencia y Laurence le sorprendió examinando su reflejo en la superficie del lago poco después de que hubiera aparecido la gorguera. Volvía la cabeza a uno y otro lado y entrecerraba los ojos para verse a él y a la gorguera desde diferentes ángulos.
—Vamos, vas a hacer creer a todos que eres un vanidoso —le regañó Laurence mientras le acariciaba las ondulantes vellosidades de las fauces—. De verdad, te sientan muy bien. Haz el favor de no pensar más en eso.
Temerario profirió un ruidito de sobresalto y se inclinó hacia la zona acariciada.
—Es una sensación extraña —afirmó.
—¿Te hago daño? ¿Son demasiado sensibles?
Inquieto, Laurence se detuvo automáticamente. Aunque no le había dicho nada a Temerario, al leer los cuentos se había percatado de que los dragones chinos, al menos los Imperiales y los Celestiales, no parecían entrar demasiado en combate, excepto en los grandes momentos de crisis entre sus países. Parecían más afamados por su belleza y sabiduría, y si los chinos cruzaban a los dragones primando aquellas cualidades, no había que descartar que las vellosidades fueran una zona de tal sensibilidad que las convirtiera en un punto vulnerable en la batalla.
El dragón le empujó suavemente y contestó:
—No, no duelen. ¿Lo puedes seguir haciendo? —Temerario emitió un sonido inusual, similar a un ronroneo, y se estremeció del hocico a la cola—. Me parece que me gusta bastante —añadió con la mirada cada vez más pérdida y los ojos entrecerrados.
—Ay, Dios. —El aviador apartó la mano de inmediato y miró a su alrededor terriblemente avergonzado. Por fortuna, no había ningún otro dragón ni aviador en ese momento—. Lo mejor será que hable enseguida con Celeritas. Creo que vas a entrar en celo por primera vez. Tendría que haberlo comprendido cuando te salieron las vellosidades; eso debe de significar que ya te has desarrollado del todo.
—Ah, muy bien —Temerario parpadeó—. Pero ¿tienes que pararte? —preguntó lastimeramente.
—Es una noticia excelente —dijo Celeritas cuando Laurence le transmitió la información—. Aún no le podemos cruzar, ya que no podemos prescindir de él tanto tiempo, pero aun así estoy muy contento. Siempre me preocupo cuando envío a la batalla a un dragón inmaduro. Informaré a los criadores para que piensen en el mejor de los potenciales cruces posibles. La adición de sangre de Imperial Chino a nuestros linajes sólo puede generar grandes mejoras.
—¿Hay algo para calmarlo…? —Laurence se calló al no estar seguro de la manera de formular la pregunta sin resultar atrevido.
—Ya lo veremos, pero creo que no debe preocuparse —contestó Celeritas secamente—. No nos parecemos a los perros ni a los caballos. Somos capaces de controlarnos, al menos tanto como vosotros los humanos.
Laurence se sintió aliviado. Había temido que a Temerario le resultara difícil estar en compañía de Lily, Messoria u otras dragonas, mientras que Dulcía seguramente era demasiado pequeña como para atraerle como compañera. Pero Temerario no expresó interés en ninguna de ellas. Laurence se aventuró a preguntarle un par de veces de forma indirecta y el dragón parecía más que nada desconcertado ante la idea.
Siguieron los cambios, sin duda, algunos de los cuales se hicieron perceptibles de forma gradual. Lo primero de todo, Laurence se percató de que la mayoría de las mañanas el dragón se despertaba sin necesidad de que le avisaran. También cambiaron sus costumbres alimenticias: comía con menor frecuencia, pero en mayor cantidad y de forma voluntaria podía estar dos o tres días sin probar bocado.
Laurence estaba un tanto preocupado por que Temerario pasara hambre para evitar la desagradable situación de que no le dieran preferencia al comer o tener que soportar las miradas de soslayo de los demás dragones ante su nueva apariencia. Sin embargo, todos sus miedos se desvanecieron drásticamente apenas un mes después de que le hubiera crecido la gorguera. Acababa de aterrizar con Temerario en la zona de alimentación y permaneció atento, lejos de la masa de dragones congregados, cuando llamaron a Lily y Maximus a los campos. En esta ocasión invitaron a otro dragón con ellos, un recién llegado de una raza que Laurence no conocía. Tenía unas alas marfileñas veteadas y marcadas venas naranjas y amarillas con un toque marrón entreverado muy próximo al marfil translúcido, pero no era de mayor tamaño que Temerario.
Los demás dragones de la base se apartaron y los vieron alejarse, pero de forma inesperada, Temerario profirió un ruido sordo y bajo, que ni siquiera llegaba a ser un gruñido, desde lo más profundo de la garganta, lo más parecido que se puede imaginar al croar de una rana toro de unas doce toneladas, y saltó detrás de ellos sin que le invitaran.
Laurence no vio los rostros de los pastores al estar demasiado lejos la hondonada, pero se movieron alrededor de la cerca como si estuvieran desconcertados. Sin embargo, resultaba evidente que a ninguno le apetecía intentar ahuyentar a Temerario, lo cual tampoco resultaba sorprendente al considerar que ya había hundido las fauces en su primera vaca. Lily y Maximus no hicieron objeción alguna, y el dragón nuevo ni siquiera notó el cambio, por supuesto. Un momento después, los pastores soltaron otra media docena de animales en la zona, para que los cuatro dragones comieran hasta saciarse.
—Es un ejemplar magníficamente proporcionado. Es suyo ¿verdad?
Laurence se volvió para encontrarse con que le hablaba un extranjero que vestía unos pantalones de gruesa lana y una sencilla chaqueta de civil, ambas con motivos de dragones salteados. Era un aviador, sin duda, y un oficial también a juzgar por el porte y los modos de caballero, pero hablaba con marcado acento francés. Laurence se quedó sin habla al verlo.
El francés no estaba solo. Le acompañaba Sutton, que entonces se adelantó para efectuar las presentaciones. El francés se llamaba Choiseul.
—Llegué de Austria la pasada noche con Praecursoris —dijo Choiseul, que señaló con un gesto al dragón marmóreo que comía con delicadeza un cordero abajo, en el valle, al tiempo que evitaba limpiamente el surtidor de sangre de la tercera víctima de Maximus.
—Nos ha traído buenas noticias, aunque él les pone mala cara —informó Sutton—. Austria se está movilizando y va a enfrentarse a Bonaparte de nuevo. Me atrevería a decir que muy pronto va a tener que fijar en ellos su atención en vez de en el canal.
—No deseo en modo alguno poner freno a sus esperanzas y me desolaría darles innecesarias preocupaciones, pero no voy a decir que confíe mucho en sus posibilidades. No deseo parecer ingrato. El ejército austriaco fue bastante generoso al proporcionarnos asilo político a mí y a Praecursoris durante la Revolución, y he contraído con ellos una profunda deuda, pero los archiduques son necios y no van a prestar oído a los pocos generales competentes que les quedan. ¿El archiduque Fernando luchando contra el genio de Marengo y Egipto? Es un absurdo.