—Yo no diría que Marengo fue una batalla tan bien dirigida, en absoluto —intervino Sutton—. Hubiéramos visto un final muy diferente si los austriacos hubieran hecho avanzar a tiempo a la Segunda División aérea desde Verona. Fue más suerte que otra cosa.
Laurence no se consideraba lo bastante ducho en estrategia terrestre para ofrecer una opinión propia, pero las palabras de Sutton tenían pinta de ser una fanfarronada. En cualquier caso, él respetaba la buena suerte, y Bonaparte parecía atraerla más que ningún otro general.
Choiseul por su parte esbozó una imperceptible sonrisa y no contradijo a Sutton, se limitó a decir:
—Tal vez mis temores sean excesivos. Aun así, es el miedo el que nos ha traído hasta aquí, ya que nuestra posición en un Imperio austriaco derrotado sería insostenible. Hay muchos antiguos camaradas míos que me la tienen jurada por haberme llevado un dragón tan valioso como Praecursoris —explicó en respuesta a la pregunta que había implícita en la mirada de Laurence—. Los amigos me han avisado de que Bonaparte se propone exigir nuestra entrega como cláusula de cualquier tratado que se vaya a cerrar con el fin de acusarnos de traición. Por eso, hemos tenido que escapar de nuevo y ahora nos ponemos en vuestras manos confiando en la generosidad inglesa.
Era un hombre de verbo fácil y agradable, pero las profundas arrugas que le surcaban el rostro revelaban su infortunio. Laurence le miró con compasión. Había conocido a esa clase de oficiales franceses con anterioridad, marinos que habían huido de Francia después de la Revolución para languidecer en las costas inglesas. Laurence intuía que la posición de estos hombres era más triste y amarga que la de los nobles desposeídos que simplemente habían huido para salvar la vida, ya que experimentaban todo el dolor de sentarse ociosos mientras su país estaba en guerra. Cada victoria que se celebraba en Inglaterra era una terrible pérdida para su propia flota.
—Claro, es raro que seamos hospitalarios a la hora de alojar a un Chanson-de-Guerre como aquél —intervino Sutton, lanzando una de sus toscas puyas con la mejor intención—. Después de todo, tenemos tantos dragones de combate pesado que no sé cómo vamos a hacer sitio a otro, en especial si es tan bueno, veterano y bien entrenado.
Choiseul hizo una leve reverencia de agradecimiento y miró a su dragón con afecto.
—Acepto con mucho gusto los cumplidos sobre Praecursoris, pero ya disponen aquí de algunos animales magníficos. Ese Cobre Regio tiene un aspecto fabuloso y a juzgar por los cuernos aún no ha terminado de crecer, y su dragón, capitán Laurence, lo más probable es que sea una nueva raza. No he visto ninguno como él.
—No, ni es probable que vuelva a verlo —contestó Sutton— a menos que dé media vuelta al mundo.
—Es un Imperial, señor, una especie china —respondió Laurence, dubitativo entre el deseo de no lucirse y el innegable placer de hacerlo.
La reacción del atónito Choiseul, aunque bien contenida, resultó altamente satisfactoria, pero entonces Laurence tuvo que explicar las circunstancias de la adquisición de Temerario y no logró evitar cierta incomodidad al describir la exitosa captura de una nave francesa y un huevo francés a los franceses.
Pero Choiseul estaba claramente acostumbrado a la situación y escuchó la historia con al menos cierta apariencia de complacencia, sin efectuar ningún comentario. Aunque Sutton se inclinaba a detenerse en la pérdida de los franceses con cierta suficiencia, Laurence se apresuró a preguntarle al recién llegado qué iba a hacer en la base.
—Tengo entendido que aquí se entrena un ala y que Praecursoris y yo nos vamos a incorporar a las maniobras. Creo que nuestros servicios pueden ser de ayuda cuando las circunstancias lo permitan. Celeritas también espera que Praecursoris sea de ayuda en los entrenamientos de vuelo en formación de vuestros animales más grandes. Llevamos volando así casi catorce años, siempre hemos volado así.
Un estrepitoso batir de alas interrumpió la conversación cuando los pastores llamaron al resto de los dragones para que se alimentaran en los campos de caza ahora que los cuatro primeros habían terminado. Temerario y Praecursoris habían intentado aterrizar en el mismo afloramiento rocoso, que era cómodo y estaba muy cerca. Laurence se sorprendió al ver a Temerario enseñando los dientes y la gorguera hacia el dragón adulto.
—Le ruego que me perdone —dijo Laurence precipitadamente, y se apresuró a encontrar otro lugar para luego llamar a su dragón.
Vio con alivio cómo Temerario daba la vuelta y acudía a su reclamo.
—Tenías que llamarme ahora… —le reprochó Temerario al tiempo que lanzaba una mirada a Praecursoris con los ojos entrecerrados.
El dragón nuevo había ocupado ahora la posición objeto de disputa y hablaba en voz baja con Choiseul.
—Aquí son invitados. Ceder el paso es cuestión de cortesía —le explicó Laurence—. No tenía ni idea de que te tomaras tan a pecho el orden de preferencia, amigo.
Temerario hundió las garras en el suelo delante de él y levantó surcos en el mismo. Luego, contestó:
—No es más grande que yo. Tampoco es un Largarío, por lo que no escupe veneno, ni hay dragones en Inglaterra que echen fuego por la boca. No veo nada en que me supere.
—No te supera en nada, en absoluto —admitió Laurence mientras le acariciaba una de las patas delanteras, que el dragón mantenía en tensión—. La preferencia es una mera cuestión de formalidad, y estás en tu perfecto derecho de comer con los otros. Sin embargo, te pido que no te pongas pendenciero. Han escapado de Europa huyendo de Bonaparte.
—¿Sí? —La gorguera de Temerario se fue plegando poco a poco alrededor de su cuello y Temerario miró al otro dragón con renovado interés—. Pero hablan francés. ¿Por qué temen a Bonaparte si son franceses?
—Son monárquicos, leales a la dinastía Borbón —dijo Laurence—. Supongo que escaparon de Francia antes de que los jacobinos acabaran con el rey. Me temo que el Terror reinó allí durante un tiempo, y aunque Bonaparte al menos ya no anda cortando cuellos en la guillotina, para los monárquicos no es mucho mejor que los jacobinos. Te aseguro que le desprecian todavía más que nosotros.
—Bueno, lo siento si he sido descortés —murmuró Temerario, que se fue por Praecursoris para hablar con él y, para asombro de Laurence, le dijo—: Veuillez m’excuser, si je vous ai dérangé[2].
Praecursoris se giró.
—Mais non, pas du tout[3] —respondió gentilmente, e hizo una inclinación de cabeza; luego, agregó—: Permettez que je vous présente Choiseul, mon capitaine[4].
—Et voici Laurence, le mien[5] —contestó Temerario—. Laurence, haz una reverencia, por favor —agregó el dragón hablando en voz baja cuando el aviador se le quedó mirando petrificado.
El aviador bajó la rodilla. No interrumpió el formal intercambio de frases, pero le consumía la curiosidad y en cuanto bajaron volando al lago para que el dragón se bañara quiso saber:
—¿Cómo diablos has aprendido a hablar francés?
Temerario volvió la cabeza.