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Messoria, su compañera de formación, estaba atacando al transporte. La dragona y Sutton, su cuidador, habían adquirido una gran astucia tras treinta años de servicio, y la habían aprovechado para abrirse paso a través de la línea de batalla y proseguir el ataque contra la Pécheur que, herida por Temerario, estaba ya debilitada. Una pareja de Pou-de-Ciels, de menor tamaño, estaba defendiendo a la Pécheur. Juntos superaban el peso de Messoria, pero ella estaba recurriendo a todos los trucos que conocía y trataba de atraerlos para abrir un hueco por el que lanzarse contra la dragona francesa. De la cubierta del transporte salía más humo: era evidente que la tripulación de Sutton había conseguido alcanzarlo con unas cuantas bombas más.

Cuando se acercaron a Messoria, Sutton les indicó desde su lomo la maniobra «flanquear a babor». Messoria atacó a los dos defensores para atraer su atención, mientras Temerario se lanzaba hacia delante y clavaba sus garras en el costado de la Pécheur, haciendo un ruido espantoso al desgarrar los eslabones de su armadura. La sangre brotó negra. La dragona rugió e instintivamente trató de arañar a Temerario en defensa propia, lo que hizo que una de sus patas delanteras soltara la barra. El transporte estaba asegurado al cuerpo del dragón por gruesas cadenas, pero aun así se escoró visiblemente hacia abajo, y Laurence oyó gritar a los hombres que iban dentro.

Temerario aleteó con rapidez y esquivó el golpe con un movimiento poco elegante, pero eficaz, sin apartarse apenas de la dragona. Sus zarpas volvieron a desgarrar la armadura y a herir a la Pécheur.

—¡Lanzad una andanada! —rugió Bellows, y los fusileros acribillaron cruelmente la espalda de la bestia.

Laurence vio cómo un oficial francés apuntaba a la cabeza de Temerario. Disparó sus pistolas, y al segundo disparo el francés cayó agarrándose la pierna.

—¡Señor, permiso para abordar! —le dijo Granby.

Los tripulantes y fusileros que viajaban en la parte superior de la Pécheur habían sufrido severas pérdidas. Su espalda estaba prácticamente despejada y la oportunidad era ideal. Granby ya estaba preparado con una docena de hombres, todos ellos con las espadas desenvainadas y las manos listas para abrir sus mosquetones.

Aquélla era la posibilidad que más horrorizaba a Laurence. Con una profunda desconfianza, dio la orden a Temerario e hizo que se pusiera junto al costado de la dragona francesa.

—¡Al abordaje! —gritó.

Al hacerle a Granby la señal de que tenía permiso para la maniobra, sintió cómo el estómago se le encogía. Nada podría haber sido más desagradable que ver cómo sus hombres llevaban a cabo aquel terrorífico salto sin arnés y se arrojaban de frente hacia los enemigos, mientras él mismo tenía que permanecer en su puesto.

Un terrible alarido sonó cerca de ellos. Lily acababa de rociar con ácido el hocico de un dragón francés, y éste, frenético de dolor, se estaba clavando sus propias garras, tirando de la carne primero a un lado y luego a otro. Temerario encorvó los hombros en un gesto de compasión, al igual que la Pécheur. El propio Laurence dio un respingo al escuchar aquel sonido insoportable. Después el chillido se interrumpió de súbito. Un alivio deprimente: el capitán había reptado por el cuello para hundir una bala en la cabeza de su propio dragón y no tener que contemplar cómo la criatura agonizaba lentamente mientras el ácido le corroía el cráneo y se abría paso hasta el cerebro. Muchos de sus tripulantes habían saltado a otros dragones para salvarse; algunos de ellos incluso se habían lanzado sobre la espalda de Lily. Pero el capitán había sacrificado su oportunidad de hacerlo. Laurence vio cómo resbalaba por el costado del dragón y ambos se precipitaban juntos hacia el océano.

Se obligó a apartarse de la horrible fascinación de aquel espectáculo. La sangrienta lucha que se libraba sobre la espalda de la Pécheur se estaba inclinando a favor de los ingleses, y Laurence pudo ver cómo dos de sus guardiadragones trabajaban sobre las cadenas que aseguraban el transporte a la dragona. Pero los problemas de la Pécheur no habían pasado inadvertidos: otro dragón francés se acercaba a ellos a gran velocidad, y un puñado de hombres extraordinariamente valerosos había salido por los agujeros del transporte dañado y trepaba por las cadenas para llegar a la espalda de la Pécheur y ayudar a los suyos. Bajo la mirada de Laurence, dos de ellos resbalaron sobre la cubierta inclinada y cayeron al vacío. Pero había más de una docena intentándolo, y si llegaban a su objetivo, las tornas de la batalla se volverían contra Granby y sus hombres.

En ese momento Messoria dejó escapar un largo y penetrante gemido de dolor. Laurence oyó cómo Sutton gritaba:

—¡Retrocede!

Messoria tenía un profundo corte en el esternón, del que manaba sangre oscura, y en el flanco se veía otra herida que ya le estaban cubriendo con vendas blancas. La dragona se dejó caer y viró, alejándose de allí y dejando a sus anchas a los dos Pou-de-Ciels que habían luchado contra ella. Aunque eran mucho más pequeños que Temerario, éste no podía enfrentarse a la Pécheur si le atacaban desde dos direcciones a la vez. Laurence debía elegir entre ordenar el regreso del equipo de abordaje o abandonarlos a su suerte y rezar para que se apoderaran de la Pécheur y se aseguraran de su rendición capturando con vida a su capitán.

—¡Granby! —gritó Laurence.

El teniente, sangrando por un corte en la cara, miró a su alrededor. Al ver la posición de Temerario, asintió con la cabeza y les hizo un gesto para que se alejaran. Laurence tocó el costado de su dragón y le dio una orden. Tras un último zarpazo que dejó al descubierto los blancos huesos del flanco de la Pécheur, Temerario giró en el aire para alejarse y, cuando cobró cierta distancia, se quedó sobrevolando a la dragona para permitir que los tripulantes vieran lo que pasaba. En lugar de perseguirle, las dos bestias más pequeñas se quedaron revoloteando cerca de la dragona. No se atrevían a acercarse lo suficiente para lanzar a sus hombres sobre Temerario, pues éste podía aplastarlos fácilmente si se ponían en una situación tan arriesgada.

Pero el propio Temerario también estaba corriendo cierto peligro. Los fusileros y la mitad de los tripulantes de la parte inferior habían saltado en el grupo de abordaje. Un riesgo que merecía la pena, pues si se apoderaban de la Pécheur, el transporte no podría seguir adelante: lo más probable era que, si la nave no caía, al menos los tres dragones se vieran forzados a regresar a Francia. Pero eso significaba que ahora Temerario estaba corto de personal y que ellos mismos eran vulnerables a un abordaje. No podían arriesgarse a otro combate cuerpo a cuerpo.

El grupo de abordaje estaba haciendo firmes progresos en su lucha contra los últimos hombres que resistían a bordo de la dragona, y sin duda conseguiría apoderarse de ella antes de que los hombres del transporte llegaran. Uno de los Pou-de-Ciels se lanzó sobre ellos y trató de colocarse al lado de la Pécheur.

—¡A por ellos! —exclamó Laurence.

Temerario se lanzó en picado, usando uñas y dientes como un rastrillo y obligando a la bestia más pequeña a retirarse a toda prisa. Laurence tuvo que ordenar a Temerario que se alejara de nuevo, pero había sido suficiente. Los franceses habían perdido su oportunidad y, mientras, la Pécheur estaba lanzando un grito de alarma y retorciendo la cabeza, pues Granby, en pie sobre el cuello de la dragona francesa, estaba apuntando con su pistola a la cabeza del hombre. Habían capturado al capitán.

A una orden de Granby, sus hombres soltaron las cadenas de la Pécheur y obligaron a la dragona prisionera a dirigirse a Dover. La bestia volaba despacio y de mala gana, y a cada momento volvía la cabeza, preocupada por su capitán. Pero se alejó de allí, mientras el transporte colgaba terriblemente escorado y los tres porteadores que aún quedaban luchaban desesperados por aguantar su peso.