He de remitir al lector a la reciente obra de M. Cuvier para explicarlo. En los últimos estudios anatómicos de los alvéolos que posibilitan el vuelo dragontino, Cuvier ha dado un giro al trabajo de Cavendish y su exitoso aislamiento de esos gases peculiares, de composición más ligera que la del aire, y ha propuesto en consecuencia un nuevo sistema de medición que posibilita una mejor comparación entre el peso de los dragones y el de aquellos otros animales terrestres que carecen de esos órganos al compensar el peso desplazado por las bolsas pulmonares.
Quizá se muestren escépticos aquellos que nunca han visto un dragón en carne y hueso, y en especial los que jamás han visto a un ejemplar de las especies más grandes, en los cuales esta discrepancia aparecerá más acusada. Quienes, como es mi caso, han tenido la oportunidad de ver a un Cobre Regio ijada contra ijada con el mayor de los elefantes indios, a los que se les ha calculado unas seis toneladas, espero que se adhieran a mi postura de preferir este sistema de medida, que no cometa la ridiculez de sugerir que el primero, capaz de devorar al paquidermo prácticamente de un mordisco, deba doblarle el peso.
Sir Edward Howe
Diciembre de 1795
Capítulo V
[…] Se escucha con frecuencia que los Tanatores Amarillos —cuya mala consideración es tan inmerecida como frecuente porque a menudo no se aprecia lo que se tiene— se encuentran por doquier debido a sus múltiples y excelentes cualidades: llevan una dieta sencilla y bastante asequible, no es preciso preocuparse si se les expone a temperaturas extremas, tanto de calor como de frío, casi siempre mantienen su buen carácter y han contribuido a casi todas las líneas de parentesco en estas islas. Estos dragones entran exactamente en el rango medio en cuanto a peso, aunque presentan más variaciones dentro de la raza que otras, y su peso varía entre las diez y las diecisiete toneladas a lo sumo, tal como se ha visto en un espécimen en la actualidad. Su peso normal oscila entre las doce y las quince toneladas, con una longitud de unos quince metros por lo general y una envergadura de ala bellamente proporcionada, en torno a los veinticinco metros.
Los Tanatores Malaquitanos se distinguen fácilmente de sus primos más comunes por la coloración; mientras que los Amarillos tienen motas amarillas, algunas veces con rayas atigradas blancas a lo largo de flancos y alas, los Malaquitanos son de un apagado p;ti do amarillento con manchas de color verde pálido. Se cree que son el resultado de cruces espontáneos durante la conquista anglosajona, entre los Tanatores Amarillos y los Serpentinos Escandinavos. Suelen preferir los climas más fríos y generalmente se les puede encontrar en el noreste de Escocia.
Sabemos por los relatos de caza y las colecciones de huesos que la raza del Enviudador Gris fue en su momento casi tan común como la del Tanator, aunque ahora resulta muy difícil de encontrar. Esta raza es violenta e intratable, y su afición al robo de ganado ha sido la causa principal de su casi total extinción. Sin embargo, incluso hoy, es posible hallar algunos ejemplares salvajes en aisladas regiones montañosas, sobre todo en Escocia, y algunos se han confinado en los terrenos dedicados a la cría para preservarlos como ejemplos de su estirpe. Son pequeños, de naturaleza agresiva y raramente sobrepasan las ocho toneladas, y su coloración, moteada de gris, es ideal para ocultarlos al volar, lo cual inspiró su cruce con el Winchester, de mucho mejor temperamento, para producir la raza Grisador.
Las razas francesas más comunes, el Pécheur-Couronné y el Pécheur-Rayé, son las más parecidas a la raza del Enviudador, más que los Tanatores, si lo juzgamos a partir de la configuración de las alas y la estructura del esternón de ambas razas; éste tiene forma de quilla y se fusiona con la clavícula. Dicha peculiaridad anatómica los hace a ambos más útiles como razas para el combate ligero y mensajería que para el combate pesado […].
El cruce con las especies continentales es también el origen de todas las razas pesadas que hay actualmente en Gran Bretaña, ninguna de las cuales —hablando con propiedad— se puede considerar nativa de nuestras costas. En buena medida, se debe al clima: los dragones pesados suelen preferir entornos más cálidos en los que las bolsas pulmonares compensan su tremendo peso con mayor facilidad. Se ha llegado a decir que las islas Británicas no pueden mantener rebaños lo suficientemente grandes para alimentar a las razas más voluminosas. Los fallos de esta argumentación son evidentes si consideramos las grandísimas variaciones en el volumen de su dieta que los dragones pueden soportar.
En estado salvaje, como es bien sabido, los dragones comen de forma bastante infrecuente, hasta el punto de alimentarse una vez cada dos semanas, especialmente en el verano, cuando prefieren dormir lo máximo posible a pesar de ser la época en que mejor alimentadas están sus presas naturales. Es probable que no sea una gran sorpresa saber que los dragones en estado salvaje no llegan a alcanzar los tamaños habituales entre sus primos domesticados, alimentados a diario, y a veces más de una vez, en particular durante los primeros años, de importancia tan crítica en lo tocante al crecimiento.
Pueden tomarse como ejemplo las áridas extensiones desérticas de Almería, en el sureste de España, apenas habitadas por cabras, que son los terrenos nativos del fiero Cauchador Real, antecesor en parte de nuestro Cobre Regio; esta raza alcanza un peso de veinticinco toneladas cuando se le domestica, aunque en estado salvaje apenas se encuentran ejemplares de entre diez y doce toneladas […].
El Cobre Regio excede en tamaño a todas las razas conocidas hasta hoy, y alcanza, en su madurez un peso de casi cincuenta toneladas y unos treinta y siete metros de longitud. Tiene un colorido dramático, con un rojo que termina transformándose en amarillo, con mucha diversidad entre los diferentes especimenes. Por lo general, el macho de esta especie es algo más pequeño que la hembra y desarrolla cuernos en la frente al alcanzar la madurez. Ambos sexos tienen una columna vertebral muy marcada en el lomo, lo cual los convierte en sujetos especialmente difíciles para las operaciones de abordaje.
Estas grandes criaturas son, sin lugar a dudas, el mayor triunfo obtenido en los terrenos de cría británicos, el producto del trabajo y de una tarea de cuidadoso cruce de unas diez generaciones, un ejemplo ilustrativo de los beneficios imprevisibles que puede traer el emparejamiento de ejemplares que quizá no tengan el mismo valor evidente. Fue Roger Bacon el primero en proponer la idea de cruzar hembras más pequeñas de la especie Cobre Ligero con el gran dragón Conquistador, llegado a Inglaterra como parte de la dote de Leonor de Castilla. Aunque su sugerencia se basaba en la suposición errónea en su época de que el color era un indicador de ciertas características y que el color naranja compartido por ambas razas era un signo de compatibilidad evidente, el cruce fue fructífero, dando lugar a un retoño incluso mayor que su prodigioso progenitor y más capacitado para volar grandes distancias.
El señor Colquhoun de Glasgow ha sugerido que hay que achacarle el mérito del éxito al tamaño desproporcionado de las bolsas de aire del Cobre Ligero, en relación con su conformación, y lo cierto es que los Cobres Regios comparten este rasgo con sus antecesores. Los estudios anatómicos del señor Cuvier sugieren que la gran masa del Cobre Regio haría expulsar con violencia el aire de sus pulmones, que sepamos, si no fuera soportado por éstos y por su sorprendentemente delicado esqueleto […].