—¿Y no sabéis nada de quienes tomaron Falme y mataron a la mitad de una de mis legiones?
—El señor capitán Bornhald decía que se hacían llamar seanchan, mi señor capitán general —respondió impasiblemente Byar—. Decía que eran Amigos Siniestros. Y su ataque dispersó sus fuerzas, aun cuando lo mataran. —Su voz cobró intensidad—. Había muchos refugiados procedentes de la ciudad. Todos con los que hablé convinieron en que los extranjeros habían roto filas y habían huido. El señor capitán Bornhald fue el artífice de su derrota.
Niall suspiró quedamente. Eran casi las mismas palabras exactas que Byar había utilizado las dos primeras veces para referirse al ejército que parecía haber surgido de la nada para apoderarse de Falme. «Un buen soldado —pensó Niall—. Eso era lo que decía siempre Geofram Bornhald, pero no el hombre adecuado para sacar conclusiones por sí mismo».
—Mi señor capitán general —señaló Byar de improviso—, el señor capitán Bornhald me ordenó que me mantuviera al margen de la batalla, que observara y viniera a informarle a usted. Y que le explicara a su hijo, lord Dain, cómo había muerto.
—Sí, sí —contestó con impaciencia Niall. Por un momento examinó el enjuto rostro de Byar y luego agregó—: Nadie pone en duda vuestra honradez y valentía. Es exactamente lo que haría Geofram Bornhald antes de enzarzarse en una batalla en la que temía que perecieran todos los mandos de sus fuerzas. —«Y no el tipo de cosa que vuestra escasa imaginación os permitiría inventar».
Aquel hombre ya no podía ofrecerle más información.
—Habéis cumplido vuestro deber, Hijo Byar. Tenéis mi permiso para ir a comunicar la muerte de Geofram Bornhald a su hijo. Dain Bornhald se encuentra con Elmon Valda… cerca de Tar Valon, de acuerdo con el último informe. Podéis reuniros con ellos.
—Gracias, mi señor capitán general. Gracias. —Byar se puso en pie y realizó una profunda reverencia. Al erguirse, no obstante, pareció vacilar—. Mi señor capitán general, fuimos traicionados. —El odio impregnaba de forma más que palpable su voz.
—¿Por ese Amigo Siniestro del que habéis hablado, Hijo Byar? —No pudo ocultar la irritación en su propia voz. Sus planes de todo un año yacían arruinados entre los cadáveres de un millar de Hijos, y Byar sólo quería hablar de aquel hombre—. ¿Ese joven herrero que únicamente habéis visto dos veces, ese Perrin de Dos Ríos?
—Sí, mi señor capitán general. No sé cómo, pero estoy seguro de que él es el responsable. Lo sé.
—Veré qué puedo hacer al respecto, Hijo Byar. —Byar volvió a abrir la boca, pero Niall alzó su huesuda mano para contenerlo—. Ahora podéis retiraros. —El hombre de enjuto rostro no tuvo más remedio que dedicarle una nueva reverencia y marcharse.
Al cerrarse la puerta tras él, Niall se sentó en la silla de alto respaldo. ¿Qué había generado el odio de Byar por ese Perrin? Había sin duda demasiados Amigos Siniestros para desperdiciar la energía en la execración de uno en concreto. Demasiados Amigos Siniestros, nobles y plebeyos, ocultándose tras lenguas zalameras y sonrisas abiertas, sirviendo al Oscuro. De todas formas, no haría ningún daño añadir otro nombre a las listas.
Se movió en la dura silla, tratando de hallar acomodo para sus viejos huesos. No por primera vez pensó vagamente que tal vez un cojín no sería un lujo excesivo. Y, tampoco por primera vez, ahuyentó tal pensamiento. El mundo daba tumbos, directo hacia el caos, y él no tenía tiempo para ceder a la edad.
Dejó circular libremente por su mente todos los signos que auguraban el desastre. La guerra azotaba a Tarabon y Arad Doman, la guerra civil desgajaba Cairhien, y en Tear e Illian, enemigos desde siempre, la fiebre de la guerra iba ganando a sus habitantes. Acaso aquellas guerras no tenían un significado en sí mismas —los hombres siempre han luchado entre sí— pero normalmente se producían una a una. Y aparte del falso Dragón que se encontraba en el llano de Almoth, había otro que sembraba la discordia en Saldaea y un tercero que infestaba Tear. Tres a un tiempo. «Deben de ser todos falsos Dragones. ¡Deben de serlo!»
Había una docena de detalles de poca consideración, algunos de ellos quizá sólo basados en rumores, pero que considerados conjuntamente con el resto… Informantes que aseguraban haber visto Aiel en tierras occidentales como Murandy y Kandor. Sólo en grupos de dos o tres, pero, ya fuera uno o un millar, los Aiel únicamente habían salido del Yermo una vez en todos los años posteriores al Desmembramiento. Tan sólo con ocasión de la Guerra de Aiel habían abandonado aquel desolado erial. Se decía que los Atha’an Miere, los Marinos, descuidaban el comercio para buscar señales y portentos cuya naturaleza no revelaban, navegando en barcos con media carga o incluso completamente vacíos. Illian había convocado la Gran Cacería del Cuerno por primera vez en casi cuatrocientos años y había enviado a los Cazadores en busca del fabuloso Cuerno de Valere, que, de acuerdo con las profecías, levantaría a los héroes de la tumba para que pelearan en el Tarmon Gai’don, la Última Batalla contra la Sombra. Corrían rumores de que los Ogier, siempre tan recluidos en sus asentamientos que el común de la gente los consideraba seres legendarios, se habían citado para reunir a los miembros de sus tan alejados steddings.
Lo más revelador, para Niall, era que las Aes Sedai habían salido, al parecer, de su refugio. Se comentaba que habían mandado a algunas de sus hermanas a Saldaea para enfrentarse al falso Dragón Mazrim Taim, el cual era de los escasísimos varones capaces de encauzar. Éste era un hecho que inspiraba temor y desprecio en sí, y eran pocos los que creían que hubiera posibilidades de derrotar a un hombre de tal calaña sin la ayuda de las Aes Sedai. Era preferible permitir que las Aes Sedai colaboraran a haber de afrontar los inevitables horrores que causaría cuando enloqueciera, lo cual sucedería ineludiblemente. Pero Tar Valon había enviado, por lo visto, otras Aes Sedai para apoyar al falso Dragón de Falme. Ésa era la única conclusión que podía extraerse de los hechos.
La perspectiva le helaba la médula de los huesos. El caos se multiplicaba; lo indecible se hacía realidad una y otra vez. El mundo entero parecía rebullir, presa de frenesí. No le cabía duda alguna al respecto. La Última Batalla se avecinaba realmente.
Todos sus planes habían sido destruidos, los planes que habrían asegurado la pervivencia de su nombre entre los Hijos de la Luz durante cien generaciones. Pero el desorden propiciaba oportunidades, y él tenía nuevos proyectos, nuevos objetivos. Si pudiera mantener la fortaleza y la voluntad para llevarlos a buen término… «Luz, permíteme aferrarme a la vida el tiempo necesario».
Una deferente llamada en la puerta lo arrancó de sus sombrías cavilaciones.
—¡Entre! —espetó.
Un criado vestido con chaqueta y calzones de color blanco y dorado entró, inclinándose, y con los ojos fijos en el suelo, anunció que Jaichim Carridin, Ungido de la Luz, interrogador de la Mano de la Luz, acudía cumpliendo órdenes del señor capitán general. Carridin apareció detrás del hombre, sin esperar a que Niall hablara. Niall despidió con un gesto al sirviente.
Antes de que la puerta se hubiera cerrado del todo, Carridin hincó una rodilla en el suelo con un revuelo en su nívea capa. Detrás del sol bordado en el pecho de la capa había el cayado escarlata de pastor de la Mano de la Luz, organismo a cuyos miembros muchos llamaban interrogadores, aun cuando raras veces osaran hacerlo delante de ellos.
—Puesto que habéis reclamado mi presencia, mi señor capitán general —dijo con voz firme—, he cumplido vuestra orden regresando de Tarabon.